Según cuenta la leyenda escrita por La Fontaine, hace mucho tiempo vivía un leñador muy pobre que tenía tan sólo entre sus pertenencias, una vieja hacha de hierro oxidado. Cierto día, el leñador se levantó como siempre muy temprano y se dirigió hacia el verde bosque a trabajar para mantener a su familia. Allí se paró a beber en un hermoso y tranquilo lago.
Pero la suerte le jugó una mala jugada y su preciada hacha se deslizó de su cinto y fue a caer a las profundas aguas del lago. El pobre leñador se puso a llorar del disgusto, pero inesperadamente una hermosa hada emergió de las aguas y miró piadosamente al hombre.
-¿Qué te pasa, buen hombre? -le preguntó con una melodiosa y clara voz.
El leñador tragó saliva ante la repentina aparición y le narró lo ocurrido. La bondadosa hada se compadeció del leñador y se ofreció ayudarle a recuperar el hacha, por lo que, tras sumergirse en el lago, le enseñó una hermosa hacha de plata.
-¿Es ésta? -preguntó el hada.
-No -respondió el leñador-. No es esa.
El hada volvió a las profundidades del lago para emerger con otra hacha.
-¿Y ésta? -dijo el hada alzando un hacha de oro puro.
-Tampoco, amable hada -contestó el leñador.
El hada se hundió de nuevo en busca del hacha del leñador para salir al momento con otra…
-Tal vez sea ésta -dijo de nuevo el hada, esta vez mostrando un hacha de oro y diamantes.
-No -dijo por tercera vez el leñador.
Finalmente, el hada volvió a sumergirse en el agua y volvió con la vieja hacha del hombre.
– ¡Es ésa! -gritó con alegría el leñador-. Ésa es mi hacha.
Entonces, el hada vio que el leñador era un hombre honrado y bueno y, en compensación, le regaló las tres hachas, además de devolverle la suya.
Aquella misma tarde, de regreso a su casa el leñador se encontró con un amigo suyo. Se trataba de otro leñador, pero era un hombre avaro y mentiroso. El buen leñador le contó la fabulosa pericia que había vivido ese mismo día, y su codicioso amigo vio la oportunidad de hacerse rico.
Así pues, el hombre avaricioso cogió su hacha y fue junto al lago, donde, todavía titubeando un poco, la arrojó al mismo. Al instante, el hada reapareció y le preguntó al leñador qué le ocurría, pues simulaba sentir una gran pena.
El leñador le contó lo sucedido y el hada le enseñó las hachas de plata y la de oro, de las que el hombre negó ser propietario pero, en cuanto vio la de oro y diamantes no dudó en afirmar que era suya. Esto enfureció al hada y, por causa de su falta de honestidad y su exceso de codicia, el leñador se quedó sin las hachas, incluida la suya.
Que leyenda tan bonita. Pero que mala es la codicia.
este articulo es muy bonita donde te enseñan los valores,y si haces esa cosa mala ya sabes que te va a ocurrir