Odio la Navidad
Un número creciente de personas ven estas fiestas depresivas y con demasiados excesos
«Estos días crecen las depresiones, las peleas familiares y las crisis afectivas», comenta la ecóloga emocional Mercè Conangla.
Si buscamos en Google la frase «Odio la Navidad», nos aparecerán unas 280.00 páginas web que la contienen. La cifra se dispara si la búsqueda se hace en inglés: más de 22 millones. ¿Pero quiénes son estas personas que parecen quebrar un tabú cimentado con toneladas de buenos sentimientos y mucho almíbar comercial? Hay de todo, pero ahí van algunos ejemplos:
«Me molesta la gente que pregona en Navidad: sé bueno, caritativo, amable, porque es navidad… ¡¡Y una MIERDA!! ¡Hay que ser todo eso durante TODO el año, durante TODA nuestra vida! Y bueno, no voy a negar que mi odio se acrecentó hace 5 años cuando comencé a trabajar en ventas, en un centro comercial, donde la Navidad comienza más de un mes antes. Y este año, a finales de Octubre ya estaban montando la carpa donde venden todos los adornos navideños, ¡increíble! A este paso, ¡dentro de unos años la Navidad irá después de las rebajas de Agosto! En fin, ¡que ya estoy deseando que llegue el 7 de enero!». El texto lo firma Dynara.
Hay defensores de los animales como Luis: «¿Y qué hay del resto de animales no racionales (o por lo menos con los que no nos entendemos) que con sus cadáveres al horno, a la parrilla, o la plancha, servirán de plato a aquellos que todavía creen que comer otros seres vivos es ley de vida y una necesidad fisiológica?».
Hay ecologistas que alertan sobre las consecuencias del consumismo navideño sobre los recursos naturales del planeta, el despilfarro de electricidad, papel o pilas. «El acebo, el musgo o el muérdago son especies que actualmente están en grave peligro de desaparición, y la fiebre consumista de estas fechas también las perjudica de forma directa», reza el comunicado de Ecologistas en Acción.
Y muchas personas con mala conciencia por una realidad tan lacerante, como la que ponen de relieve diferentes organizaciones no gubernamentales: cientos de millones de personas pasan hambre en el mundo mientras el 20% de los españoles padece sobrepeso.
También abundan los escritores profesionales, analistas y sociólogos que se suben al carro. Lucas Soler publica en Libertad Digital: «Lo siento, querido lector, pero detesto profundamente la Navidad. Las celebraciones del nacimiento de niño Jesús dan lugar a una serie de días festivos que alteran el calendario laboral, los índices de colesterol y el saldo de las cuentas bancarias. Durante estas fechas tan señaladas, nos obligan a estrechar lazos o cadenas familiares, recorrer angustiosamente las calles buscando regalos y tragarnos los interminables maratones benéficos de la televisión. Con el paso de los años, he terminado por parecerme al viejo Scrooge, el amargado protagonista de Cuento de Navidad de Charles Dickens, que aborrecía los fastos navideños. Por desgracia, al final de la historia al pobre Scrooge se le reblandece el cerebro y acaba cantando villancicos y comiendo turrones con grave riesgo para su frágil dentadura de anciano».
Aunque no todo el rechazo a estas fiestas tiene lugar en el mundo virtual de internet. Lo expresa con contundencia Teresa, que trabaja en el mundo editorial: «La comida del 25 en la que nos reunimos toda la familia siempre acaba en bronca. No recuerdo ni una que no nos hayamos peleado».
Y su colega Anna, profesional de la imagen, tiene una teoría que lo explica: «Sobredosis de familia. Nos hemos convertido en seres tan individualistas que ya perdimos el hábito de relacionarnos con la familia extensa. Y el contacto obligado con primos, tíos o parientes hace que mucha gente vea con disgusto las comidas y los compromisos familiares. Y no soy la única, pues entre mi círculo de amigos hay muchos a los que todo esto le da una inmensa pereza».
La ecóloga emocional Mercè Conangla, lo constata cada año en su consulta: «Estos días aumentan claramente las depresiones, los conflictos familiares y los trastornos afectivos. Y aunque en su origen la Navidad era una cosa muy bonita, en la actualidad el bombardeo de estímulos que nos impulsa a consumir comida, compras y afectos nos hipersatura. Y esa especie de obligación de ser feliz acaba pasando factura».
Su último libro «Juntos pero no atados», realizado junto con Jaume Soler, plantea precisamente los problemas que provoca la familia y la pareja cuando es impuesta, y lo emocionalmente ecológico que sería que fuese escogida: «Cada día pasan por nuestras consultas decenas de personas que se creen obligadas a soportar a padres, hermanos, familiares con los que se llevan fatal. ¿Por qué tener que aguantarlos? ¿Sólo porque es Navidad? Mire, le voy a dar un consejo: elimine de su vida las relaciones que le perjudican. Y se sentirá mucho mejor. La familia no es obligatoria, ni siquiera en Navidad».
Otro problema que hace que mucha gente dé muestras de ansiedad y estrés tiene su origen en estas fechas en lo que el sociólogo Barry Schwartz denomina «La tiranía de la abundancia», título de su ensayo, en el que explica por qué a medida que la oferta crece, crece con ella nuestra infelicidad. «Tanto si nos compramos unos pantalones o pedimos una taza de café, como si solicitamos plaza en una universidad o elegimos médico, las decisiones cotidianas se han vuelto tremendamente complejas debido a la abrumadora cantidad de opciones que se nos presentan».
Cuenta este profesor universitario que un día fue a comprarse unos vaqueros y se quedó traspuesto ante la desmesurada oferta que había: cintura baja, alta, media, rectos, de campana, lavados a la piedra, con cinco bolsillos, con tres… y no supo elegir. Se bloqueó y al analizar las razones de ese bloqueo llegó a la conclusión de que cuando había menos oferta, elegir era sencillo. Pero la sensación que tenía ante más de 30 tipos distintos de vaqueros era sobre todo de responsabilidad: si no le quedaban perfectos los que eligiera, la culpa era suya.
Así que, partiendo de esta sencilla anécdota, nos lleva a reflexionar sobre las innumerables elecciones que hacemos constantemente, y no se reduce sólo a adquirir productos, sino también a elegir a nuestras parejas, los colegios de nuestros hijos, nuestra religión, nuestro aspecto, nuestro modo de crear una familia… «Ya todo es a la carta, pero a una carta casi aparentemente infinita. A largo plazo, esta situación puede bloquearnos en la toma de decisiones, o causarnos ansiedad y estrés crónico. Y en una cultura en la que no hay excusas para no ser perfectos, cuando las posibilidades de elegir son ilimitadas, un exceso de opciones puede conducir a la depresión clínica».
Santa Claus gana a Jesús ¿Y el sentido religioso de estas fiestas? Se está perdiendo, como muestran las protestas de distintas iglesias cristianas estadounidenses cuando denuncian que el laicismo se esta cargando el sentido espiritual con estrategias tan sutiles como llamar «árbol de fiesta» o desear «felices fiestas» erradicando la Navidad de estas expresiones. España no se libra de este fenómeno, como muestra el conflicto generado hace unos años cuando un colegio de Castejón eliminó los actos religiosos de su festival navideño. La dirección adujo que sólo pretendía evitar discriminaciones, ya que el 25% de sus alumnos son de religiones diferentes.
Pero un estudio de la agencia Media Com TMB pidió a 1.200 chicos de 8 a 16 años que nombraran la cosa clave más relacionada con la Navidad. Los regalos se llevaron la palma, seguidos de la familia y las vacaciones escolares. La religión solamente logró el 7% de los votos. Papa Noel parecería haber ganado la batalla a Jesús.
De forma que, como sugieren los promotores de la campaña global «Buy Nothing Christmas» (Navidad sin compras), «elevémonos por encima de la orgía consumista y celebremos el verdadero espíritu de la Navidad». Aunque no se refieren a la religión sino a aquellos que tienen fuertes sentimientos en contra de la comercialización de estas fiestas: «Que sepan que no están solos, pues cada año a esta campaña se adhieren miles de grupos de todo el mundo».
A pesar de todo, no deberíamos perder la perspectiva: durante estos días se produce una eclosión cierta de los deseos de paz y amor que tiene su reflejo en Google: la expresión «Feliz Navidad» cuenta con más de 7 millones de entradas en castellano.
Lo que la gente en general debería de tener más claro es que no estamos obligados a seguir ese ritmo consumista que es cierto que se expande en estas fechas.
Yo procuro disfrutar de los días festivos y como el resto del año, pasar tiempo sólo con la gente que me apetece.
Menos quejarse y más poner granitos de arena para cambiar las cosas!!
Yo disfruto de la Navidad, pero aparte de comer con la familia que apenas luego veo durante el año, no lo entiendo por eso, me gusta el ambiento de las luces de las calles, en mi trabajo tengo mas faena y me divierte y sobretodo, por mis sobrinas, ellas son el espíritu vivo de los Reyes y Papa Noel!!
Pues conmigo se rompen los mitos…
A mi me chifla la Navidad,soy atea,soy buena persona todo el año, no sólo en estas fechas,y encima todavía no me he gastado ni un euro en nada navideño…Quiero decir que hasta ahora no he gastado dinero extra por ser Navidad,únicamente me centraré en los cuatro niños que hay en mi familia(aunque sin grandes exceso),que los niños son sagrados…
Vamos,de hecho mi extra se ha ido enterita en pagar un mueble de la casa.
El otro día oí en el telediario que cada español se gasta 900 euros en Navidad…Pues yo de momento cero patatero
Lo de las discusiones familiares es algo que puede ocurrir todo el año, pero la cuestión es que durante el resto del año no se hacen comidas familiares en las que se reuna tanta gente.Es algo matemático:a más gente reunida más probabilidades de bronca
Glups! me enrollo como una persiana… Marramiau!!!
Estoy totalmnete de acuerdo en que crecen las depresiones en estas fechas. De hecho, ya me encontrado con gente cercana que si no con depresión ,las encuentro mas triste de lo normal.
Sobre el consumismo, si que gasto mas ene ésta fecha porque me gusta comprar un detallito a cada persona que aprecio para los reyes, e invitar a mi familia a cenar
yo tengo un nacimiento en mi casa