Según investigaciones realizadas por el doctor Marco D’Alessandro de la Universidad de Neuchâtel, en Suiza, se ha descubierto que en situaciones de peligro, las plantas se avisan comunicándose entre ellas mismas y obteniendo ayuda de sus amigas las avispas.
Podemos observar un claro ejemplo en la planta del algodón, que es atacada por orugas rosquilla verde (Spodoptera exigua). Las orugas muerden las hojas y dejan la saliva (o esputo) en las mismas, lo cual activa el sistema de alarma de la planta.
En las propias “heridas” de las hojas, se empiezan a segregar sustancias químicas volátiles denominadas terpenoides que son altamente atrayentes para los enemigos naturales de las orugas, las avispas parasitarias. Estas toman medidas atacando a los gusanos. Los terpenoides, también son interceptados por las plantas colindantes, las cuales segregan más sustancias de aviso.
Las avispas siguen el rastro de los excrementos de los gusanos y depositan los huevos cerca o en el cuerpo de los gusanos. Se colocan en la posición de resorte, se paran sobre sus piernas traseras e inyectan su ovipositor (apéndice que coloca huevos) sobre el gusano. Después de unos días, la larva de la avispa eclosionará y se comerá vivo al gusano.
Desde ese momento, la avispa recién nacida sentirá una especial atracción por todos los olores relacionados con el gusano que fue su “cuna alimenticia”. Esta es una extraña colaboración o solidaridad entre animales y vegetales que también puede observarse en las plantas de tabaco o maíz.