Antes de que ocurriera el accidente del buque Exxon Valdez en 1989, a nadie le preocupaba que el petróleo que se transportaba en los grandes cargueros sólo estuviera separado del mar por la plancha del casco.
Después de aquel desastre, en 1990 se adoptó una legislación más severa que exigía un doble casco para todos los nuevos petroleros, así como para los que sobrepasaran 23 años de antigüedad.
Estos barcos poseen en su interior una segunda chapa separada del casco, que es la que alberga los depósitos. La distancia entre las dos planchas garantiza que en caso de una colisión, la plancha interior no sufrirá desperfectos y el crudo no se verterá al océano.
El petrolero Prestige, que naufragó delante de las costas gallegas en el 2002, tenía un casco simple.