Neptuno (Poseidón para los griegos), dios del mar, era hijo de Saturno y de Cibeles. En su juventud urdió una conspiración contra Júpiter, el cual le desterró del Olimpo y le postergó a la condición de simple mortal.
En aquel tiempo Laomedón levantaba los muros de Troya e imploró a Neptuno que le ayudara en el duro trabajo de edificar fuertes diques que pudieran contener la impetuosidad de las olas.
El dios se hizo constructor y trabajó siguiendo las órdenes del exigente monarca, aguantando durante muchos meses toda clase de fatigas y sinsabores.
Congraciado y habiendo perdonado a su hermano, Neptuno se entregó con una dedicación incansable al gobierno del imperio que le había sido confiado: se rodeó de hábiles ministros, les asignó varios cometidos, promulgó sabias leyes y prometió a sus siervos que administraría con equidad la debida justicia en beneficio de todos.
Después decidió buscar esposa y sus ojos se fijaron en Anfitrite, hija de Océano y Tetis, que era una ninfa de belleza incomparable. La pidió en matrimonio a su padre, el cual aceptó con satisfacción una proposición que le enorgullecía sobremanera.
Pero la ninfa, antes de adoptar tal decisión, quiso conocer al esposo que se le destinaba. Al verlo retrocedió: el color de su piel curtida, su espesa y desordenada melena y su viscosa barba le inspiraron una intensa repugnancia.
Neptuno no se mostró obediente y respetuoso con ella, ni se esforzó en no arrancar de su lengua las más sutiles protestas. Todo fue en vano, ya que nada pudo convencer a Anfitrite en aceptarlo por esposo.
Triste, solitario y desmoralizado quedó Neptuno apenado amargamente de la crueldad de su suerte cuando un delfín que había sido testigo de su desdicha, acudió a ofrecerle su intervención y auxilio. Entonces se presentó ante la ninfa rebelde, le ponderó las riquezas del monarca como también lo dilatado de su imperio, los homenajes que le serían rendida y los palacios que le servirían de residencia; la elocuencia del delfín triunfó por completo y le perteneció la gloria de poder llevar a la ninfa Anfítrite ante su esposo.
«Triunfo de Neptuno y de Anfitrite». Mosaico romano procedente de Cirta (Constantina), de finales del siglo III d C. Paris. Se expone en el Museo del Louvre.
Pero el dominio de Neptuno no abarcaba sólo océanos, lagos, ríos y fuentes, ya que se expandía también a islas, penínsulas, montañas y continentes, a los que ponía en conmoción según le placía.
Las sacudidas agitadas y los temblores de tierra eran realizados por él. Se asigna a Neptuno la creación del caballo, que es uno de los regalos más hermosos que los dioses hayan podido hacer a los hombres, enseñando Neptuno a los mismos el arte de domarlo. Amansando al fogoso cuadrúpedo, lo hizo sumiso a la mano y a la voz del hombre.
Neptuno (Escultura por Lambert-Sigisbert Adam. Data de 1725 y se expone en el Museo de Arte Los Angeles County, California)
Todos los países rindieron culto a Neptuno, manifestando por él un profundo miedo y le levantaron a porfía estatuas y altares. Los habitantes de Libia le consideraban como su divinidad principal más importante.
En Asia Menor, Grecia, Italia y principalmente en las regiones cercanas al Mediterráneo, se erigieron numerosos templos. Los navegantes le invocaban, así como los atletas, ya que era su patrón especial, tanto de las carreras de carros como de caballos.
Los Juegos Ístmicos en Corinto y los Consuales en Roma se celebraban en su honor. En los sacrificios que se consagraban a Neptuno, eran inmolados un toro y un caballo. Los arúspices le ofrendaban la hiel de las víctimas, ya que esta guardaba relación con el sabor amargo de las aguas del mar.
Neptuno suele ser personificado en la persona de un anciano con ancho pecho y carnosas espaldas cubiertas con ropajes de color azulado. Sostiene por cetro un tridente y emplea como carro una amplia concha que arrastran dos hipocampos o caballos marinos con dos patas.
Los tritones que conforman su séquito, anuncian su presencia sonando una concha que es una especie de trompeta que se pliega en varias curvas, cada vez más anchas, cuyos sonidos pueden alcanzar los confines del mundo.
No deben confundirse los tritones con Tritón, ya que este último manda y los otros obedecen. Tritón es hijo de Neptuno, y posee el poder para encrespar las olas del mar o calmarlas; los tritones son sus subalternos, carentes de autoridad o importancia alguna. Pero todos, tanto su superior como sus súbditos, son mitad hombre y mitad pez, y todos encabezan al carro majestuoso del dios de los mares arrancando de la concha extraños sonidos.
Sl mar siempre me ha inspirado algo de miedo. . .quiero decir respeto. . .me pregunto, acas, psicologicamente significara algo?
Llevo un buen rato buscando el diccionario de mitología para comprobar una cosa y no lo encuentro por ningún sitio coña… No es que dude de lo que dices ni mucho menos Andresín, es que hay una cosa que yo juraría haber leído o que yo recuerdo de otra manera. Me refiero a lo que dices en cuanto a la representación de Neptuno.
Si lo encuentro ya te lo digo XD!!!
Un abrazote!
No me extrañaría que encontraras alguna versión diferente, incluso en el aspecto, porque en mitología ni se aclaran en diferentes versiones. De cada cosa se encuentran a veces tres versiones de lo mismo. Quedo a la espera de la curiosidad que me cuentes. Saludos.