Los científicos no pueden decir qué es el tiempo, sólo pueden calcularlo y mesurarlo. Hay dos preguntas importantes sobre el tiempo: qué es y cómo medirlo.
Podemos preguntar qué es, y podemos preguntar cómo medirlo. La primera pregunta entra en el dominio de los filósofos, místicos y otros a quienes les gusta tratar con problemas insolubles. Los físicos sólo se ocupan de cómo medir el tiempo.
San Agustín, en sus “Confesiones”, dijo: “¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, sé lo que es. Si deseo explicar qué es a quien me lo pregunta, no lo sé.” Esta es una buena definición al respecto.
A fin de medir el tiempo, es preciso disponer de un fenómeno de recurrencia regular en la Naturaleza. La técnica estándar es hallar algo que ocurra regularmente, y luego definir la unidad de tiempo en términos de la reaparición y recurrencia del fenómeno. Por ejemplo, una unidad de tiempo es el “día”, el tiempo transcurrido entre dos amaneceres consecutivos. Todos los sistemas para medir el tiempo dependen, en definitiva, del fenómeno recurrente que sea elegido para definir el estándar básico.
A través de la mayor parte de la historia humana, el paso del tiempo ha sido medido en términos del día (que está relacionado con el tiempo que toma la Tierra en dar una vuelta en torno de su eje) y el año (el tiempo que toma la Tierra en recorrer una órbita en torno al Sol.)
Los egipcios llegaron a definir la hora como una vigésima parte del tiempo entre la salida y la puesta del sol. Esto quiere decir que para los egipcios, la longitud de la hora era distinta de un día al siguiente, y el día y la noche no poseían la misma duración.
El primer ejercicio en la medición del tiempo fue la creación del calendario. Cuando los seres humanos empezaron a desarrollar la agricultura, se hizo necesario para ellos señalar acontecimientos importantes, como el momento de la siembra para cosechas particulares. En otras palabras, necesitaron un calendario.
El calendario es en realidad un reloj que “tic-taquea” una vez al año y, en consecuencia, mantiene el control de dónde está la Tierra en un momento preciso en su órbita en torno al Sol. Es esta posición lo que determina las estaciones.
El problema básico en construir un calendario, es que el número de días en un año no es un número regular. Los siguientes calendarios representan sucesivas aproximaciones a la auténtica longitud del año.
El calendario egipcio, consistía en doce meses de treinta días cada uno, seguidos de una fiesta de cinco días. El problema del calendario egipcio, surgió del hecho de que hay aproximadamente 365 ¼ días en un año, no 365 justos.
Esto significa que el calendario se “deslizaba” un cuarto de día cada año. Estos deslizamientos se acumulaban y, de haberlo seguido ciegamente, hubiera conducido al final a una situación en la que tendríamos el equivalente egipcio de la «nieve en agosto».
Calendario egipcio del templo Kom Ombo.
Nuestras modernas fiestas de Año Nuevo se remontan a las celebraciones egipcias de final de año. Se trataba de un tiempo que no pertenecía realmente al año, en consecuencia un tiempo en el que nada contaba realmente, cualquier cosa podía pasar. Puede que en nuestros días dispongamos de un calendario más moderno, pero parece que hemos conseguido retener la parte realmente importante del antiguo.
El calendario juliano, fue popularizado por Julio César cuando intentó llevar algo de orden a la forma de contar el tiempo en el Imperio Romano. La forma de resolver el problema del cuarto de día extra, fue introduciendo el año bisiesto.
Julio César (101 a.C. – 44 a.C.)
Cada cuatro años el año es un día más largo, y esto arregla en su mayor parte el deslizamiento que se producía en el calendario egipcio. No lo arreglaba del todo de una manera exacta, porque el año es 11 minutos y 14 segundos más corto que 365 ¼ días. Esos errores empezaron a acumularse (significan 7 días cada 1.000 años) hasta que empezaron a dificultar la observancia de la Pascua.
Calendario Juliano
Esto condujo al calendario gregoriano, que fue introducido por el Papa Gregorio XIII en 1582 para ocuparse del deslizamiento acumulado por el calendario juliano. Funciona prescindiendo de los años bisiestos cuando caen las centenas, excepto cuando esas centenas son divisibles por cuatro.
Gregorio XIII (1502-1585)
Así, el año 2000 retuvo su año bisiesto, mientras que el año 1700, 1800 y 1900 no lo retuvieron. El calendario gregoriano es el que utilizamos hoy en día y aquel con el que estamos familiarizados.
Calendario gregoriano
Rusia no adoptó el calendario gregoriano hasta después de la Revolución. Así, durante varios siglos, hubo dos calendarios en funcionamiento en Europa: el gregoriano en la mayor parte del Oeste, y el juliano en el Este. Esto explica por qué vemos a menudo que se dan dos fechas en la historia rusa: una en términos modernos (gregoriano) y la otra en el “viejo estilo” (juliano).
El año 46 a.C. fue el año más largo que se haya registrado, siendo el año 1582 el más corto. Cuando Julio César introdujo su calendario el año 46 a.C., añadió dos meses extra a aquel año, así como 23 días extras en febrero para equilibrar el deslizamiento acumulado en el calendario egipcio. De esta manera, el año 46 a.C. tuvo 455 días, el año más más largo registrado.
De un modo similar, cuando el Papa Gregorio XIII introdujo introdujo su calendario en 1582, determinó que el día 5 de octubre fuera el 15 de octubre, convirtiéndose así en el año más corto que se haya registrado.