Desde siempre, Galicia, ha sido tierra de brujería y supersticiones, sus relatos han recorrido el mundo entero, y son muchos los que dicen haber mantenido algún tipo de contacto con personajes del mundo de los muertos. Una de sus leyendas más populares es la de la procesión de los muertos: La Santa Compaña.
La Santa Compania, también conocida como “La Güestia”, es una procesión de almas en pena cubiertas con una gran capa blanca que les cubre todo el cuerpo y el rostro. Además de esta capa, otro de sus símbolos más característicos son unos velones que cuando los observamos de cerca vemos que son huesos humanos. Hacen sonar la campanilla que anuncia su paso y a veces se les vio portando un cadáver…
Cuando se cruzan con algún viandante le conminan a abandonar el camino diciéndole: “Andai de día que la nuoche ye mía”. Cuando te cruzas con ellos la única forma de evitarlos es trazar un circulo en el suelo y tumbarte boca abajo en su interior evitando mirar a la satánica procesión. Si no lo haces y recibes uno de sus tétricos velones, debes de devolverlo cuanto antes a sus propietarios o prepararte, puesto que antes de un año te sobrevendrá la muerte. Sólo se acercan a la iglesia el día de Difuntos, lo que refuerza la idea de que se trata de una procesión diabólica.
Es un mito de procedencia indoeuropea, posteriormente cristianizado, que parece proceder etimológicamente de “hostis antiquus”, que para Constantino Cabal sería un ejército o multitud de almas, de carácter maligno, mientras que Aurelio del Llano lo traduce como “hueste antigua = ejército de diablos”. De hecho, en las viejas mitologías de esta área indoeuropea, hallamos divinidades como Votan, que conduce un ejército de almas; curiosamente, Álvarez Peña ha constatado que en Pravia y lugares cercanos, la “Güestia” se acompaña de “la pirriría”, es decir, un cortejo macabro de muertos y de perros.
Dicen los folkloristas que al lado del mito se mueven bromistas o incluso frailes, en busca de más misas de ánimas. Un paisano vio venir luces hacía él y sacando el bastón, las retó: “Sodes ánimas en pena o sodes xente que quier tolena”, y se esfumaron las luces.
Pero en el sentir popular, son los difuntos que vuelven, para reparar faltas o pedir misas, como el mismo autor constató en Aldín (Valdés) o Llanera, o nosotros mismos en las aldeas de Boal. Sin duda, guardan relación con este mito los temores nocturnos a los cementerios; el respeto a los fuegos fatuos, que en los pueblos marinos de Occidente creen que son las almas de los ahogados; el reverencial temor a las apariciones de los enterrados con hábito, que no descansan hasta que se les quita.
La Santa Compaña está formada por almas en pena que van en dos hileras, envueltas en sudarios, con las manos frías y los pies descalzos. Esta procesión va encabezada por un ser vivo llevando una cruz y un caldero con agua bendita. Cada fantasma lleva una luz, pero es invisible, sólo un olor a cera y un ligero viento son las señales de que está pasando la legión de espectros. Al frente va el espectro de mayor tamaño, la Estadea.
El portador de la cruz no puede en ningún momento volver la vista atrás, ni renunciar a su cargo precediendo La Santa Compaña; sólo quedará liberado cuando encuentre a otra persona que le sustituya, el cual pasará a tener las responsabilidades del primero: cargar con la cruz y el caldero sin remisión. La Santa Compaña obligará al que encuentren, a vagar junto a ellos todas las noches, portando una gran cruz y conduciendo la comitiva.
También se cree que quien realiza esa “función” no recuerda durante el día lo ocurrido en el transcurso de la noche, únicamente se podrá reconocer a las personas penadas con este castigo por su extremada delgadez y palidez. Cada noche su luz será más intensa y cada día su palidez irá en aumento. No les permiten descansar ninguna noche, por lo que su salud se va debilitando hasta enfermar sin que nadie sepa las causas de tan misterioso mal. Condenados a vagar noche tras noche hasta que mueran u otro incauto sea sorprendido.
Habrá una serie de indicios de la proximidad de la aparición como el olor a velas surgiendo de repente, o el espanto de determinados animales: perros, gatos, caballos… que según la leyenda pueden ver esos fantasmas por algún tipo de sensibilidad especial.
Las versiones más compartidas de porqué las almas vienen a este mundo y andan por los caminos buscando a alguien son:
-Para reclamar el alma de alguien que morirá pronto.
-Para reprochar a los vivos faltas o errores cometidos.
-Para anunciar la muerte de algún conocido del que presencia la procesión.
-Para cumplir una pena impuesta por alguna autoridad del mas allá.
En el caso de encontrarte con ellos, debes hacer lo siguiente:
-Apartarse de su camino, no mirarles y hacer como que no se les ve. Rezar y no escuchar su voz.
-Llevar encima escapularios, objetos sagrados, ajos o castañas de indias.
-Acompañarse de un gato negro y, en caso de toparse con la macabra procesión, arrojárselo y huir. Sabido es el rico simbolismo mágico del gato en todas las culturas.
-Trazar el Círculo de Salomón rápidamente en el suelo e introducirse dentro, no abandonándolo hasta que «La Compaña» haya desaparecido.
-Determinados gestos mágicos como «la figa o higa» o «los cuernos».
-En último caso uno puede tirarse al suelo boca abajo y esperar que la Compaña no te pase por encima.
En la localidad pontevedresa de Marín, Manuel Outeiro, un anciano
gallego de pura cepa, me contó mientras despachábamos juntos una botella de ribeiro, que la mejor protección, caso de toparte con ella, es trazar el Círculo de Salomón en el suelo e introducirte dentro, cuidando de enterrar las manos para que no puedan asirte, no mirar y no salir de esa protección hasta que “La Compaña” haya desaparecido.
Otro sistema eficaz parece ser gestos mágicos tales como hacer la higa (figa) con los dedos de la mano. Como sucede casi siempre, el señor Outeiro no la había visto nunca, pero conocía a gente que decía que conocía… y, por supuesto, creía firmemente en ella, al igual que la práctica totalidad de lugareños a quienes hice la misma pregunta.
A la “Compaña”, procesión de ánimas, hoste o hueste (de todas estas formas se denomina el fenómeno) va unida también la “visita” de uno o algunos de estas almas en pena, con estas intenciones, según cuenta también Manuel Carballal: para pedir misas por su salvación a los familiares vivos; para reprochar a los vivos sus pecados o faltas cometidas; para reclamar el alma de alguien que no tardará mucho en morir; o también para cumplir una pena infringida por alguna autoridad del más allá a quien haya fallecido en pecado.
Miles de testimonios aseguran haber visto una procesión de figuras con sudario, que avalarían la existencia del mito gallego de la Santa Compaña. ¿Qué hay de cierto? Veamos las hipótesis más sugestivas y los relatos de algunos testigos.
El doctor Pereira regresaba a casa al filo de las dos de la madrugada tras atender un parto difícil en una aldea vecina. Al doblar un recodo del camino se encontró con «La Compaña». Era un grupo de unas ocho tétricas figuras vestidas de blanco y cubiertas con sendas capuchas comandado por un pálido individuo que portaba una gran cruz de madera. La fantasmal comitiva se movía en el más absoluto silencio, mientras un fuerte olor a cera quemada lo inundaba todo. De repente, el grupo se detuvo frente a la casa de Manolo, el de la ferretería.
El pánico dominó al doctor Pereira que salió disparado, como alma que lleva el diablo, para refugiarse en su vivienda, al otro lado del pueblo. Atrás quedaba el «mito imposible» que había visto con sus propios ojos: «La Santa Compaña». Cuatro días después Manolo el ferretero moría de un infarto en la tasca del pueblo…
Este es uno de los casos típicos y tópicos que el folklore y la cultura popular gallega amontona entre los relatos de los viejos lugareños de cualquiera de sus aldeas. Y es que resulta muy difícil, aún en estos días, encontrar una aldea o pueblo gallego en el que no exista, al menos, un testigo de estas insólitas apariciones.
Muchos han sido los literatos e intelectuales gallegos que han elegido «La Santa Compaña» como el argumento base de sus fábulas, y muchos también los antropólogos y sociólogos que han pretendido estudiar y comprender el mito. Pero todos los intentos de cuadricular esta tradición han sido pobres en resultados, ya que el mito de «La Compaña» ha sido asimilado de tal forma por la cultura rural gallega que sus variantes y matices son demasiados para ser clasificados alegremente. Cada pequeña localidad posee una «Santa Compaña» con personalidad propia.
Naturalmente existen casos abundantes para apoyar cualquiera de las creencias populares sobre ánimas, a pesar de que con el estudio serio y científico que algunos investigadores han hecho del mito, éste comienza a perder su aureola sobrenatural para encontrar, en muchos casos, una serie de respuestas posibles más lógicas y terrenales.
Según el estudio de algunos antropólogos o investigadores que se han ocupado del tema, en muchas ocasiones las apariciones de «La Compaña» se daban en lugares de características similares: terreno irregular, poca luz, un solo testigo y a altas horas de la noche… Algunos estudiosos, tras analizar casos concretos, llegaron a la conclusión de que en muchas ocasiones una pandilla de contrabandistas de tabaco, tan habituales en Galicia, o una partida de mariscadores, bien podrían haber sido tomados en la penumbra de la noche y por unos testigos pre-condicionados culturalmente, por una procesión de «ánimas en pena». Y no les falta razón.
Fernando Magdalena, del Centro de Investigaciones Psicobiofísicas de Vigo, confesaba que el número de casos de aparición de la «Santa Compaña» ha disminuido notablemente; para nosotros es debido en buena parte a la creciente iluminación y asfaltado de los caminos; para los «creyentes» la razón es que ahora se rezan más misas a los difuntos…
Pero, aunque en menor número, las apariciones no han desaparecido. En El Ferrol Juan Pérez decía: «Estaba con mi hermano en el coche, cerca de la playa, cuando los vimos. Eran una media docena. Todos vestían túnicas blancas, como de monjes, y se movían en silencio por encima de las rocas. Nos quedamos petrificados sin poder decir palabra…».
Bruno Alabau, otro testigo de la insólita aparición, fue el más explícito, ya que pudo presenciar el fenómeno desde más cerca: «Fue en marzo de 1982, en Gisamo (La Coruña).
Yo era boy-scout y me encontraba con mis compañeros en una acampada de fin de semana. Después de la cena, ya era de noche, hicimos un «acecho», una especie de juego del escondite. Yo decidí rodear el campamento a través del bosque, así que me fui colina abajo y cuando estaba llegando al camino ví unas luces. Pensé que sería alguno de mis compañeros así que me escondí detrás de unos árboles con la idea de darles un susto, pero el asustado fui yo. No me preguntes qué era aquello.
Eran siete «personas» en dos filas de tres y con uno de ellos delante, entre las dos filas. Todos vestían igual, una especie de túnicas terminadas en unos capuchones, como los de Semana Santa. El de delante llevaba una gran cruz que parecía hecha con dos maderas planas. Y los dos que le seguían, uno en cada fila, llevaban una gran vela cada uno. Los otros cuatro no llevaban nada. Me quedé allí, como paralizado, hasta que cruzaron frente a mí y se perdieron tras los árboles. Luego volví corriendo al campamento pero no conté nada a nadie; me tomarían por loco…».
Según la tradición popular, Bruno habría tenido mucha suerte, ya que el fundamento del mito es el de que «La Santa Compaña» está compuesta por un grupo de difuntos precedidos por un vivo condenado a salir todas las noches a los caminos, comandando la fúnebre peregrinación, portando la cruz o un cubo de agua bendita, hasta encontrarse con otro vivo a quien traspasar la condena y así quedar libre. De no hacerlo así, en un determinado tiempo iría enfermando y palideciendo gradualmente hasta morir.
Dicen los lugareños que no todos los mortales tienen la facultad de ver con los ojos a «La Compaña». Elisardo Becoña Iglesias, en su obra «La Santa Compaña, El Urco y Los Muertos» explica que según la tradición, tan sólo ciertos «dotados» poseen la facultad de verla: los niños a los que el sacerdote, por error, bautiza usando el óleo de los difuntos, poseerán, ya de adultos, la facultad de ver la aparición. Otros, no menos creyentes en la leyenda, habrán de conformarse con sentirla, intuírla, etcétera. Y es que habría una serie de indicios de la proximidad de la aparición como podría ser el olor a velas surgiendo de repente, o el espanto de determinados animales: perros, gatos, caballos… que según la leyenda pueden ver esos fantasmas por algún tipo de sensibilidad especial.
El buen creyente habrá de dejarse guiar por esa intuición y tomar igualmente las medidas oportunas. En las afueras de La Coruña, existe el caso de Fernando A. Hermida: «Iba con mis hermanos a ver una carrera de motos cerca de Santa Cristina. Debían ser las ocho, pero como era invierno ya había anochecido. De repente, escuchamos que los perros de una finca cercana comenzaron a ladrar como locos y un fortísimo olor a cera quemada nos rodeó. No es que yo crea en esas cosas pero, por si las moscas tracé un círculo en el suelo a nuestro alrededor, hicimos «la higa» con las manos y gracias a Dios no pasó nada… ».
Algunos investigadores han intentado buscar paralelismos entre otros casos de «aparición fantasmal» en Galicia y el mito de la Compaña. Celia D. Calo, joven administrativa de órdenes, describe la aparición en su propio domicilio de un ser alto, vestido de blanco y con apariencia cuasireligiosa. Si nos limitásemos a tan pobre descripción, efectivamente podríamos buscar paralelismos, pero «La Compaña» posee una estructura, una personalidad y una tradición muy específica como para equipararla, gratuitamente, con otras apariciones. Más aún cuando el caso presenta tintes precognitivos. Precisamente esta es una de las señas de identidad de la auténtica «Santa Compaña».
En la localidad pontevedresa de Marín, existe otro caso, el de Charo Santiago: «Yo regresaba a casa después del trabajo. Aquella noche había salido un poco más tarde porque teníamos tarea atrasada. Salí de la carretera principal de Marín por el atajo que tomaba siempre que tenía prisa. Entonces los ví. Eran unos diez. Vestían todos de blanco y algunos llevaban luces, velas o candiles. Estaban parados delante de la casa de Mari Carmen, una vecina que conozco hacía años. Yo me asusté mucho y eché a correr hasta llegar a casa. No lo comenté con nadie hasta que dos días después esta vecina moría de repente, de no se qué enfermedad rara…».
Casos como el de Charo han llevado a especular a algunos parapsicólogos con la posibilidad de que se trate de una justificación inconsciente del testigo que ha tenido una premonición de muerte y la proyectase mentalmente como «La Compaña».
Desgraciadamente hasta el momento no se ha hecho ningún tipo de investigación en profundidad. Javier Alonso Rebollo comenta los aspectos psicológicos de «La Santa Compaña»: «En sí mismo este mito reúne las características clásicas de los populares «fantasmas», a pesar de verse influído por otros aspectos del folklore gallego. Uno de los mayores legados que el neolítico dejó en esta región es el de la vida más allá de la muerte, y las diversas corrientes culturales y heréticas que llegaron a Galicia nos trajeron la creencia en que eran posibles las comunicaciones con ese más allá. Esto podría entroncar con determinadas creencias espiritistas.
Pero además «La Santa Compaña» presenta un aspecto precognitivo al anunciar la muerte del visitado por esta comitiva, y también aspectos relativos al desdoblamiento «astral», ya que el vivo que ha de presidir la peregrinación no podrá esconderse en ningún lugar ni huir. Según el mito, cada noche, inevitablemente, y mientras no traspase la cruz a otro vivo, saldrá de su cuerpo cuando esté dormido y aparecerá nuevamente al frente de la procesión de difuntos… ».
Sea como fuere, miles de personas en toda Galicia aseguran haberla visto. Cientos de testigos afirman haberse topado en las oscuras «corredoiras» gallegas con una fantasmal procesión compuesta de pálidos espectros vestidos de blanco, mensajeros de la muerte y del miedo. Y aunque un amplio sector de la población dude de su existencia… haberla hayla.
En el municipio pontevedrés de Budiño existe uno de los casos más típicos y arquetípicos de aparición de la Santa Compaña.
Sofía R.Pérez es un ama de casa de 42 años, madre de cuatro hijos, conocida y respetada por todos los vecinos del pueblo. A pesar del tiempo transcurrido desde su experiencia, Sofía la recuerda perfectamente.
«Yo tenía ocho años comenta cuando ocurrió. Mi madre y yo habíamos salido para visitar a una amiga y bajábamos por el camino de detrás de la casa, cerca del cementerio.
No era muy tarde, pero como era invierno ya era de noche. Fue justo al llegar al cruce. Yo oí un ruido de pasos muy grande, como si se acercase mucha gente. Le pregunté a mamá si lo oía y dijo que sí. Entonces vimos que bajaba por la carretera una procesión, como de un entierro. Eran muchos, no sé el número, pero todos vestían igual. Llevaban una especie de túnicas negras que les cubrían todo el cuerpo, con una capucha también negra. Pasaron muy cerca de nosotros.
Nos quedamos paralizadas. Yo era muy pequeña y no entendía muy bien qué era aquello, pero mi madre estaba aterrorizada, me apretaba muy fuerte contra ella, diciéndome que no hiciera ruido. Y cual fue nuestra sorpresa que al final de la fila de «La Compaña», vimos a una mujer; ¡A una vecina nuestra!.
Era la «Tía Preciosa», una vecina que vivía unas casas más arriba de la nuestra. Yo la reconocí por su forma de andar, porque tenía un defecto en las piernas y luego la vimos muy claramente. Llevaba como un palo en la mano y una especie de «pedra» como un mármol, pero muy, muy brillante. Pasó a nuestro lado en silencio «como un ánima». Y se fue detrás de la Santa Compaña.
No nos dio tiempo de preguntarle que hacía allí. Cuatro días después de pasar esto, «a tía Preciosa» moría. Estaba en la cocina y un rayo entró por la chimenea y la mató. «Yo creo que aquello fue un aviso… todos avisamos antes de morir…».