Mercurio (para los romanos) o Hermes (para los griegos), nacido en Arcadia sobre el monte Cilene, era hijo de Júpiter y de Maia (Bona Dea). El mismo día de su nacimiento se sintió ya tan apuesto y robusto que luchó contra Cupido, lo derribó con una zancadilla y le robó su carcaj. Mientras los dioses le felicitaban por su victoria, robó la espada de Marte, el tridente de Neptuno, el ceñidor de Venus y el cetro de Júpiter, y estaba a punto de escamotear el rayo si el temor de quemarse los dedos no se lo hubiera impedido.
Tanta bribonada y audacia hicieron que fuese arrojado del cielo. Entonces vino a la tierra y fijó su residencia en Tesalia, donde pasó su adolescencia y juventud. El desterrado Apolo se dedicaba entonces a guardar los bueyes del rey Admeto, cuando a Mercurio, que también era como él pastor, le pareció cómodo procurarse un rebaño sin gasto alguno. Se aprovechó para ello de un momento en que Apolo remembraba sus amores pastoriles sumido en un tierno delirio tocando la flauta, y entonces Mercurio desvió adrede sus bueyes del lugar en que pacían y se los llevó escondiéndolos en lo más espeso de un bosque.
Estos múltiples latrocinios hicieron que fuese considerado como el dios de los ladrones y de los tramposos.
Entre tanto, Apolo, que había descubierto ya el autor del robo, se enfadó terriblemente. Hechas las paces, Apolo recibió de Mercurio una lira de tres cuerdas y a cambio de ella Apolo le dio una varilla de avellano que tenía la propiedad de apaciguar las querellas y reconciliar a los enemigos. Para cerciorarse del poder del talismán, Mercurio lo interpuso entre dos serpientes que luchaban encarnizadamente y al momento las dos se enroscaron alrededor de la varilla quedando entrelazadas formando el caduceo, que es el principal atributo de Mercurio.
Mercurio era adorado en Tesalia como dios de los pastores debido al largo tiempo que había dedicado a la vida pastoril, mientras que la circunstancia de haber inventado la lucha y los ejercicios corporales, en los que sobresalía siempre, le hicieron pasar por el dios de los atletas.
Pero Mercurio estaba poco satisfecho con esos vulgares honores y aspiraba a triunfos más brillantes: recorrió las grandes ciudades, salió a la plaza pública y allí se mostró hábil en el arte de la elocuencia. Los oradores y retóricos se pusieron bajo su protección y fue considerado como el dios de las artes liberales y de las bellas letras.
Queriendo juntar lo útil de lo agradable, se dedicó a los negocios perfeccionando el comercio y el cambio, inventó los pesos y medidas y al poco tiempo su nombre fue honrado por los mercaderes y negociantes que le llamaron el dios del comercio.
El destierro de Mercurio producía en la corte celestial un sensible vacío y por eso fue llamado nuevamente a ella. Puesto que mientras vivió sobre la tierra había demostrado una destreza e inteligencia superiores, Jupiter le constituyó su ministro, su intérprete y el mensajero del Olimpo.
Cumpliendo los deberes de su cargo, Mercurio ejecutaba los encargos de los dioses, sus negociaciones públicas o secretas, importantes o frívolas, y asumía a la vez el oficio de criado, escanciador, espía, embajador, satélite y verdugo.
Cumpliendo órdenes de los dioses dio muerte al inoportuno Argos, encadenó a Prometeo sobre el monte Cáucaso, liberó a Marte de la prisión en que le habían encerrado los gigantes, condujo a Baco hasta donde se hallaban las ninfas de Nisa, acompañó a Plutón cuando este dios llevó a cabo el rapto de Proserpina y… largo sería enumerar todos los pormenores de su actuación.
Aunque parece que dichas numerosas ocupaciones le absorbían por entero tiempo y fuerzas, Mercurio también era el encargado de conducir las almas de los muertos hasta los infiernos y asistía al juicio supremo al que eran sometidas ante el tribunal de Minos. También era él quien conducía de nuevo estas almas a la tierra cuando habían transcurrido mil años desde que de ella les arrancara la muerte y las introducía en cuerpos nuevos.
Mercurio es representado como la figura de un hombre mozo, listo, sonriente y cubierto con un pequeño manto. Tanto su bonete como su caduceo están provistos de alas, como también sus tobillos, para indicar que es el mensajero de los dioses. De su boca sale en algunas imágenes una cadena de oro para significar con qué poder un orador experto encadena las voluntades de sus oyentes. Su mano derecha empuña el caduceo, como emblema de un ministro plenipotenciario y conciliador, y en su izquierda lleva una bolsa como símbolo del dios protector de los comerciantes.
Sus atributos son el gallo y la tortuga, significando el primero la vigilancia, tan necesaria en el cumplimiento de diversas e importantes funciones, mientras que la tortuga recuerda que Mercurio fue quien inventó la lira, que en un principio se fabricó con placas de este reptil.
En los caminos de gran tránsito figuraban, de trecho en trecho, estatuas de forma cuadrada que representaban a Mercurio y servían para la delimitación de los campos o para señalar el camino a los viajeros extraviados.
Estas estatuas, llamadas en griego Hermes, se colocaban también en el centro de las encrucijadas y tenían tantas caras como caminos a tal sitio convergían. En los sacrificios que se dedicaban a Mercurio, le ofrecían miel, leche y sobre todo la lengua de las víctimas, ya que era considerado como el dios de la elocuencia.
«La educación del amor por Mercurio y Venus» (1748), por Louis Michel Van Loo (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid).
«Venus y Mercurio presentan a Eros y Anteros ante el altar de Júpiter» (1557/58), por Paolo Veronese/Paolo Cagliari.
«Mercurio y Argos» (1659), por Diego Velázquez (Museo del Prado, Madrid).
Figura de Mercurio con el niño Dioniso, por Praxíteles (encontrada en Olimpia en 1877, restaurada por Schaper).
Mercurio por Pierre Commoy y Gilles Blanchard (Pierre et Gilles).
«Mercurio, Herse y Aglauros» (1763), por Jean-Baptiste Marie Pierre (Museo de Louvre, París)
«Mercurio y Argos» (1636-1638), por Peter Paul Rubens (Museo del Prado, Madrid).
«Mercurio y Argos» (1636), por Peter Paul Rubens (Museo de Bellas Artes, Bruselas).