La vaca marina de Steller o Hydrodamalis gigas, fue un sirenio (mamífero placentario herbívoro) descubierto en 1741 frente a las costas asiáticas del mar de Bering por el naturista Georg Wilhelm Steller (1709-1746) mientras viajaba con el explorador Vitus Bering durante la segunda expedición a Kamchatka (1733-1743).
Esta vaca marina fue el mayor sirenio del que se tiene constancia, ya que poseía una envergadura máxima que iba de los 8 metros a los 10, y un peso que oscilaba de las 4 a las 10 toneladas, mucho mayor que el manatí o el dugongo, con los que está emparentado.
Aunque en el pasado habitó la parte norte del Océano Pacífico, su población estaba reducida a una solitaria colonia en las islas del Comandante cuando fue descubierta (sobre 1.500 individuos), cerca de la península de Kamchatka. Debido a su carne, grasa y piel, muchos marineros comenzaron a cazarla y ésta desapareció en el corto plazo de 27 años, siendo extinguida en 1768 y confirmándose este dato en 1854.
Su aspecto era el de una gran foca, con la piel negra y áspera, dos extremidades pequeñas y una cola similar a la de una ballena. Según la describió Georg Steller: «El animal nunca aparece en las costas, siempre está inmerso en el medio marino y es sumamente manso. Su piel es negra y gruesa, como la corteza de un roble, y es tan resistente que sirve para revestir el casco de los buques. Su cabeza es pequeña en proporción a su cuerpo, y sólo posee dos dientes llanos. Es un nadador lento y no suele sumergirse mucho».
Sobre este animal desde el punto de vista alimenticio dijo: «La carne de los individuos adultos no se distingue de la del buey y la grasa es dura, glandulosa y blanquecina… cocida supera en suavidad a la mejor de su clase. Su grasa blanca y agradable se parece a la mejor mantequilla holandesa, sabe como el aceite de almendras dulces y tiene un olor francamente bueno, de manera que se puede sorber escudillas llenas de ella.»
A diferencia de otros sirenios, la vaca marina de Steller era la única que habitaba en aguas frías, aunque poseía el mismo temperamento excepcionalmente dócil (se dejaba matar fácilmente) de sus otros congéneres. Todo lo que se sabe de este animal procede de los textos que Georg Wilhelm Steller nos legó.
Se alimentaba de diferentes algas y plantas marinas, y formaba familias completas formadas por un macho, una hembra y una o dos crías. Se supone que eran monógamos y los jóvenes podían nacer en cualquier época del año, pero sobre todo en la estación otoñal.
El registro de sus fósiles nos revela que durante el Pleistoceno, habitaba en una zona comprendida entre las costas de Japón y las de California, pero a finales de esa época, la vaca marina de Steller sólo vivía en los campos de algas marinas del mar de Bering, quedando finalmente confinada a las islas del Comandante como último reducto. Los tripulantes de la expedición a Kamchatka sólo pudieron divisar a este animal entre las algas de la costa de la isla de Bering.
Cráneo
La grasa y la carne del animal, aparte de ser una buena fuente alimenticia, se convirtió en un efectivo remedio para combatir el escorbuto gracias a su abundancia en vitamina C.
Las islas del Comandante se transformaron en un conocido punto de cazadores de vacas marinas hasta que el animal se extinguió, al igual que la reserva de la isla de Bering, que durante el siglo XVIII recibió las visitas de cazadores de pieles de focas que acudían allí para conseguir carne fresca. En 1768, uno de los antiguos camaradas de Georg Steller, Ivan Popov, visitó la isla y sólo encontró una vaca marina, a la que dio muerte.
Debido a la rapidez de su aniquilación, es seguro que la llegada de humanos a la zona fue la causa de su extinción. Aun se conocen informes esporádicos de animales parecidos a vacas marinas en las áreas de Bering y Groenlandia, y ello ha sugerido que una pequeña población de este animal podría haber sobrevivido hasta nuestros días, pero es poco probable y no se ha podido demostrar.
Dientes
Esqueleto de una vaca marina de Steller con unos brazos restaurados incorrectamente. Museo Nacional de Historia Natural de París.
Comparaciones de diferentes especies de sirenios.
Es una pena que desaparezcan seres por culpa nuestra
Pobrecitas… El ser humano es asqueroso de verdad.