Baco para los griegos, o Dioniso para los romanos, era el dios del vino, hijo de Júpiter y Sémele. Nació en la isla de Naxos y Mercurio le llevó a Arabia a la mansión de las ninfas de Nisa, que le cuidaron y alimentaron en aquellas montañas. Sileno le enseñó a plantar la viña y las musas le enseñaron canto y danza.
Cuando los gigantes llegaron escalando el cielo, Baco tomó la forma de un león y batalló contra ellos con tanto éxito como bravura. Júpiter le animaba a seguir luchando gritándole: ¡Evohé! ¡Evohé! ¡Valor, hijo mío, valor!
La crianza de Baco (1632), por Nicolas Poussin.
Cuando Baco alcanzó la mayoría de edad, emprendió la conquista de la India. La expedición estaba formada por un grupo de hombres y mujeres que sólo disponían de tirsos, címbalos y tambores como armas para atacar. A la cabeza iba el mismo Baco, y su séquito lo formaban Pan, Sileno, los sátiros, los coribantes y Aristeo, que inventó la miel.
Dicha conquista no derramó ni una gota de sangre por allí donde pasaba, ya que los pueblos se sometían de buen agrado a un conquistador tan humano que les impartía leyes tan sabias, les enseñaba el arte de cultivar el campo y les iniciaba en la producción del vino.
Un día que atravesaban los arenosos desiertos de Libia, Baco se sintió tan sediento, que imploró la ayuda de Júpiter y al momento el príncipe de los dioses hizo aparecer un carnero que condujo a Baco y sus huestes a una fuente de aguas cristalinas donde pudieron apaciguar su sed. Como muestra de agradecimiento, Baco mandó levantar en aquel lugar un templo en honor de Júpiter-Ammón, que pronto se hizo célebre, y a él llegaban de todas las partes del mundo infinidad de devotos, por más que, para llegar hasta ese remoto lugar, fuese necesario cruzar un desierto inmenso y abrasador.
Baco y Ariadna (1520-1523), por Tiziano.
Cuando Baco regresó a Grecia, se casó con una de los hijas del sabio Minos, rey de Creta. Ariadna, que así se llamaba esta mujer, había sido abandonada por Teseo en la isla de Naxos, aunque otras versiones cuentan que fue la propia Ariadna quien dio muerte a Teseo cuando se enteró que éste le había traicionado. Jean Racine hace alusión a este suceso en sus versos de la tragedia Fedra (acto I, escena III), cuando este personaje dice: «Ariadna, hermana mía, ¡por qué amor herida moriste en la orilla donde fuiste abandonada!».
Las Mineidas eran tres: Iris, Climena y Alcitoé. Experimentadas en las labores del bordado y la tapicería, encontraban en el trabajo su más placentero entretenimiento. Por aquel entonces, debía tener lugar la solemne festividad de Baco, en la cual todos los ciudadanos de Orcomenes tomaban parte. Tan solo las Mineidas, despreciando esta extraña adoración, no querían dejar sus lanzaderas ni sus husos, mostrándose más severas que de costumbre con sus esclavas. Queriendo mofarse del traje exótico de las bacantes, ridiculizaron las pieles con que se disfrazaban, el tirso que agitaban en el aire y las coronas que se ceñían en la frente.
Ni los consejos de sus padres, las riñas de los sacerdotes o las amenazas con que les intimidaban en nombre de Baco, pudieron apartarlas de su resolución. Se mostraron más obstinadas en no cesar su trabajo y, valiéndose de la excusa de complacer a Minerva, diosa de las artes, robaron a Baco las horas que le estaban especialmente dedicadas.
De repente y sin que observaran ninguna presencia, las Mineidas o Miníades percibieron un confuso estrépito de tambores, flautas y trompetas. Un fuerte olor a mirra y azafrán invadió la estancia, y la tela que ellas tejían se tiñó de verde, mientras de sus telares brotó un tronco de vid. El palacio se estremeció y tembló, pareciendo como si en sus habitaciones brillaran antorchas encendidas y se escucharon los aullidos de bestias feroces.
Asustadas ante estos fenómenos y envueltas por una nube de humo, las Mineidas intentaron huir, y mientras se afanaban en buscar el rincón más escondido de su palacio para ocultarse, advirtieron que una piel muy fina cubría sus miembros y junto a cada uno de sus brazos nacían unas alas pequeñas y transparentes. De este modo, podían sostenerse en el aire aunque carecían de plumas, y cuando quisieron hablar, sólo pudieron arrancar de su garganta un grito horrible, que era la única voz que les quedaba.
Convertidas en murciélagos, rondaron alrededor de las casas, pero no habitaron nunca los bosques. Huían de la luz y aprovechaban la oscuridad de la noche para salir de sus guaridas para alzar el vuelo.
Licurgo, rey de los edones de Tracia y amigo de Baco, ayudó a este dios a plantar viñas en las orillas del río Estrimón. Pero un día bebió excesivamente, ignorando los efectos del nuevo licor, y se emborrachó, profiriendo entonces insultos contra su madre y apaleando a su hijo. Desde entonces, se declaró enemigo irreconciliable del vino, se opuso con todas sus fuerzas a la propagación de la vid, cortó las cepas que tapizaban las laderas de su territorio y dió a sus súbditos la orden de que siguieran su ejemplo.
Baco no pudo ver impasible estas acciones, que él consideraba impías, y arrancando de su corazón los sentimientos de amistad que le unían a Licurgo, mandó que arrastraran a este rey hasta lo más profundo de los bosques del monte Pangeo, y después de haberlo amarrado a un árbol, lo abandonó a las bestias feroces.
Las fiestas de Baco se denominaban orgías o bacanales, y las mujeres que participaban en ellas se hacían llamar bacantes, ménades, tíades o basárides. Un rito importante de estas fiestas era ataviarse con pieles de machos cabríos, tigres y otros animales domesticados o salvajes. También se pintaban con sangre, heces de vino o jugos de moras. Se disfrazaban como si se tratase de celebrar una mascarada.
La bacanal de los andrios (1523-1526), por Tiziano.
Corrían de aquí para allá, gritando con estridencia como si estuvieran frenéticos y rivalizando en el escándalo y en la locura. Para imitar la persona del dios Baco, se escogía a un joven corpulento y alegre, bien puesto de carnes, el cual se instalaba en un carro tirado por unos tigres fingidos, mientras que los machos cabríos y las cabras saltaban a su alrededor a modo de faunos y sátiros.
El anciano que representaba a Sileno iba montado en un asno a la retaguardia del cortejo y por su aspecto grotesco, provocaba la risa de los espectadores. Estas alborotadas fiestas se celebraban principalmente en Tebas y en la cima del monte Citerón, y también en Tracia, en las cimas de los montes Ismare y Rodope.
Penteo, rey de Tebas y nieto de Cadmo, contemplaba con profundo dolor los lascivos actos que se daban lugar, y deseando acabar con ellos, compareció un día sobre el monte Citerón con la intención de castigar a las bacantes y su repugnante cortejo. Pero las enfurecidas mujeres, entre las cuales se encontraban su madre Ágave y sus tías, se abalanzaron sobre él y lo mataron.
Baco (1510 1515), por Leonardo da Vinci.
Baco se representa bajo la figura de un jovenzuelo lozano y mofletudo, coronado de hiedra o pámpanos, vistiendo una piel de leopardo y portando un tirso en la mano, o bien un racimo de uvas o una copa. En ocasiones aparece descansando a la sombra de una parra, otras sentado sobre un tonel. Otras veces es representado montado en un carro tirado por tigres y leones, y frecuentemente le dibujan provisto de cuernos como símbolo de fuerza y poder.
Los griegos inmolaban urracas en su honor, porque el vino produce indiscreción y sobre todo porque este animal destruye los botones de la vid. La hiedra era su planta preferida, por creerse que tenía la virtud de impedir la borrachera o de aminorar sus deleznables efectos.
Entre los nombres atribuidos a Baco por los griegos y por los romanos, merecen ser mencionados los seis principales. El nombre de Dioniso o Dionisio que se le da, es una palabra de origen muy discutido. También se le llama Liber (libre), debido a que el vino alegra el espíritu del hombre, nos libra momentáneamente de toda precaución y nos da cierta libertad de palabras o acciones. Otro nombre es Evius, que es una palabra sacada de la exclamación ¡Evohe!, utilizada por Júpiter para animar a su hijo mientras luchaba contra los Gigantes. Lacchu, otro nombre que proviene del verbo griego que significa gritar o vociferar, refiriéndose al clamor de los borrachos y los ensordecedores estrépitos que resonaban en las tabernas. Thyoneus, es el nombre de Thyoné que llevó Semelé, madre de Baco, cuando Júpiter le devolvió la vida y fue admitida en la mansión de los inmortales. El último nombre sería Leneus, dios de las bodegas, ya que él fue su inventor.
Algunas veces los poetas le han atribuido el apodo de amante de Erigona, una denominación elegante cuyo origen está basado en el siguiente suceso:
Erigona era la hija de Icario, el rey de Laconia, y su hermana era Penélope, con la que compartía un carácter tímido, prudente y reservado. Cuando Baco recorría los diversos países de Grecia, se detuvo un día en los estados de Icario, donde enseñó a sus habitantes el arte de mejorar el cultivo de la vid para obtener cosechas de mejor calidad.
Erigona, que por aquel entonces era una dama joven y hermosa, cautivó al instante el corazón del dios. Éste intentó agradarla por todos los medios desplegando todos sus recursos, como su espíritu jovial y los encantos de una conversación amena y graciosa, para hacerse amable a los ojos de la muchacha.
El triunfo de Baco y Ariadna (1597-1600), por Annibale Carracci.
Aun así, Baco perdía el tiempo, ya que el porte rumboso del dios vendimiador, su tono caballeresco, sus estrafalarias ocurrencias o sus eternas coplas, resultaban desagradables para la modesta joven, que se distanciaba más del dios cuanto más insistía éste en conquistarla. Apenas pronunciaba Baco una palabra para hacerle alguna declaración o una simple cortesía, cuando ella sonreía compasivamente y dejaba que el dios terminase solo discurso.
Cuando parecía que la batalla estaba perdida y no existía ninguna esperanza de que las palabras de Baco mereciesen atención alguna, éste se dispuso a partir con el alma acongojada, vencido por aquella mujer. Pero se se dio cuenta de que a Erigonia le encantaban las uvas locamente y de que todas las tardes se escapaba al campo para hartarse de ellas.
Al descubrir esta costumbre de la joven, corrió a la viña de Icario y se colocó junto al camino por donde la princesa debía de pasar, tomando la forma de un bello racimo encarnado prendado a una vid. Cuando Erigona llegó, no pudo resistirse al racimo tentador a la luz del crepúsculo y lo arrancó. En ese instante Baco recobró su apariencia original y consiguió que la hermosa e indiferente muchacha escuchase su declaración que tantas veces empezó, pero que nunca había acabado.
El triunfo de Baco o Los borrachos (1628-1629), por Velazquez.