Este hecho es tan increíble como cierto. En enero de 1795, los holandeses se unieron a los británicos y austriacos con el fin de derrotar a sus enemigos los franceses. Pero estos últimos habían encomendado la misión de conquistar Holanda al general galo Jean Charles Pichegru (1761-1804), quien fue informado de que una parte de la flota holandesa había quedado encallada en las aguas congeladas de Den Helder.
Jean-Charles Pichegru (1761-1804)
Pichegru mandó hasta allí al general de brigada Jean Guillaume de Winter, quien dirigía varias tropas de caballería e infantería. Cuando De Winter llegó al lugar, observó que efectivamente, quince naves holandesas estaban atrapadas en el hielo. Envío varios emisarios para comprobar que el hielo era lo bastante resistente para que su tropa pudiera pasar sin que el suelo congelado cediese y mandó silenciar los cascos de los caballos. En cuanto se enteró de que el hielo resistiría el paso, ordenó lanzar un ataque contra las embarcaciones inmóviles.
Jean Guillaume de Winter
Los navíos holandeses no pudieron hacer nada para defenderse, ya que estos habían quedado encallados de forma inclinada en el hielo, y les era imposible emplear su artillería para combatir la caballería enemiga.
De esta manera las tropas francesas obtuvieron un glorioso triunfo al adueñarse de 14 naves armadas con 850 cañones y varios barcos mercantes. Lo increíble de esta anécdota es que encima no se produjo ningún herido.
Esta particular hazaña sobre una armada naval sólo se había producido con anterioridad cuando el Tercio del Maestre de Campo Francisco de Bobadilla consiguió capturar a la flota del almirante Holak en 1585, en lo que se denominó el Milagro de Empel. En aquella ocasión la infantería consiguió derrotar a unos navíos que quedaron encallados en el hielo del río Mosa, supuestamente bajo la protección divina de una tablilla de la Inmaculada Concepción que habían encontrado.