Esta es la conclusión a la que llegó una investigación de la universidad inglesa de Bristol, y que emplazó dicha colisión el 29 de junio del año 3123 a.C. Esta deducción parte principalmente de una tablilla de arcilla que actualmente se muestra en una de las salas del Museo Británico.
Dicho objeto fue recuperado en el siglo XIX de las ruinas del palacio de Nínive por el arqueólogo victoriano Austen Henry Layard, y se cree que pertenece al año 700 a.C. Posee forma de escudo y en él hay grabado un texto escrito en caracteres cuneiformes que hasta ahora no se había podido descifrar, pero que ahora se sabe que es la reproducción asiria del texto escrito hace 6.000 años de un astrónomo sumerio.
El problema para demostrar el impacto del asteroide es que no existe ningún cráter en el teórico lugar del impacto. Aun así, gracias a potentes programas informáticos se pudo realizar una simulación del cielo de la época y descubrieron que el meteorito podría haber colisionado primero contra una montaña. Este impacto provocó su explosión y lo convirtió en una bola de fuego, que al no ser sólida, no dejó rastro alguno de cráter en ninguna de las dos ciudades.
Esta colisión se sitúa en los Alpes austriacos, muy lejos de la región mesopotámica y que podría explicar otro misterio que ha fascinado a geólogos de todo el mundo: el enorme desplazamiento de tierras y el cráter junto a la localidad alpina de Koefels. La columna de fuego debió caer sobre el Mediterráneo y rebotó en algún lugar del Sinaí o de Oriente Próximo, explicando de esta forma, el reiterado mito apocalíptico en las culturas del Creciente Fértil.
El meteorito no sólo generó un corrimiento de tierra, sino que debió levantar una nube de con gases tóxicos que se dispersaron hacia el este del Mediterráneo, alcanzando países como Egipto.