Los celtas o keltoi estaban compuestos por distintas tribus o grupos que compartían una misma cultura, lengua y religión. Ejemplo de ello son los famosos galos y los britanos; en la Península están los insurrectos vetones o los arévacos entre otros muchos. Cada pueblo estaba dirigido por un líder elegido por el resto de la élite guerrera por sus cualidades de mando y sus aptitudes en la lucha.
Conocemos sus costumbres, su religión y la lengua que hablaban, pero ¿cómo llegaron a la península ibérica? En origen, desde mucho antes de que llegaran los griegos y los romanos, la zona atlántica de la Península —es decir, lo que correspondería a Galicia, Asturias y Portugal— ya tenía contactos comerciales con el noroeste europeo —las islas Británicas y la Bretaña francesa—. Comerciaban con metales preciosos, oro, plata y con armamento inicialmente en bronce y luego en hierro.
Aunque en principio se habló de la invasión de los pueblos celtas, en realidad estos llegaron desde el norte y entraron en la Península expandiéndose por todo el noreste y el centro. Parece ser que fueron llegadas progresivas y que la población autóctona adquirió sus costumbres y su modo de vida, ya que no hay pruebas de signos de violencia, ni guerras, ni incendios ni nada que demuestre que fuera una invasión.
Los griegos y romanos los describían como altos y delgados, con la tez clara, cabellos rubios y ojos azules. Los varones se caracterizaban por llevar largos bigotes y barbas cortas —así nos vienen imágenes de los cómics de Astérix y Obélix—. Vestían túnica larga y pantalones, además portaban joyas en oro y plata muy bien trabajadas, como las famosas fíbulas para sostener la capa, o los torques, collares de oro y plata macizos en forma de herradura. Las mujeres también llevaban este tipo de joyas, la ropa era similar a la masculina, solo que la túnica era más larga. Son en las tumbas masculinas y no en las femeninas donde se encuentran pinzas de depilación y navajas para afeitar, lo cual choca con las sociedades actuales en donde la higiene femenina es más acusada que la masculina —heredado del mundo romano, totalmente opuesto al celta—.
Cuando no estaban enfrentados a los propios romanos, eran fieros y excelentes guerreros que formaron parte de las filas del ejército romano como mercenarios. Se habla de mujeres mercenarias, mujeres entrenadas y preparadas para combatir. Un ejemplo de ello es la reina Boadicea, que dirigió a su pueblo en su lucha contra los romanos.
Se saben muchas cosas de este pueblo a través de los escritores griegos y romanos —el propio Cicerón tenía a un amigo druida con el que se carteaba—. Hay que tener especial cuidado al leerlos porque los escritores se encargaban de engrandecerles o denigrarlos en función de los intereses políticos que el propio escritor tuviera. Tenemos historiadores que engrandecen a Viriato aunque luego los romanos le vencen. Cuentan que un celta antes de entregarse a la esclavitud romana acababa con su propia familia y luego se suicidaba. El honor y el orgullo de ser quienes eran debían prevalecer sobre la vida.