Hoy en Las Crónicas de Morbo vamos a hablar sobre un problema que como viene siendo usual, procede de los terrícolas y su diminuto cerebro humano. El texto pertenece al bípedo Javier Rodríguez.
Tres millones de niñas terrícolas son subyugadas cada año a la mutilación genital o ablación, la mayor parte de ellas en África. Aunque ningún texto sagrado, como el Corán o la Biblia, determina mutilar a las mujeres, cada 11 segundos se ejerce una ablación en la Tierra.
La mutilación genital femenina (MGF) es la práctica de amputar el clítoris ayudándose de tijeras, cuchillos, trozos de vidrio u hojas de afeitar como utensilios para operar.
Existen tres variantes:
Circuncisión: es la disección del prepucio y de la punta del clítoris.
Clitoridectomia: es la extirpación del clítoris y parte de todos los labios. Se practica en el 80% de los casos.
Infibulación o “circuncisión faraónica”: es la amputación del clítoris y zonas del útero, así como el cosido de parte de la vagina. Se cosen los laterales de la vagina en carne viva, dejando tan sólo un orificio para la orina y la menstruación. Esta técnica es ejercida en el 15% de las intervenciones que se practican en África.
Las cifras son escalofriantes. Sólo en el continente africano se mutilan diariamente los genitales de unas 6.000 niñas terrícolas, de edades comprendidas entre los 4 y los 10 años. Una de cada tres mujeres africanas ha soportado la mutilación de su sexo, con lo que tenemos unos 130 millones de mujeres humanas que no pueden controlar ni son dueñas de su propia sexualidad.
Esta praxis se realiza en unos 40 países del planeta, 28 de ellos pertenecientes a la franja subsahariana. Otros lugares son Oriente Medio (Yemen, Omán, Bahrein o los Emiratos Árabes), zonas de Indonesia, Malasia y países occidentales donde existen importantes comunidades de inmigrantes.
La tradición y la pobreza siempre han sido las principales razones de esta práctica que sigue repartiendo sufrimiento en la mayor parte de la franja subsahariana. Para esas sociedades supone el paso de niña a mujer; por tradición, es una señal más de purificación y limpieza. La mujer humana será más deseada, ya que aumentará el placer sexual de los hombres antropomorfos.
Asimismo, la disminución de los deseos sexuales hará que llegue casta y virgen hasta su matrimonio y la convertirá en una persona dulce y sumisa, pues la libido disminuye por el dolor de la propia relación sexual.
En la salud de la persona a la que se le practica la ablación, puede suponer la muerte, ya que genera dolor, heridas, colapsos y hemorragias. Las consecuencias a largo plazo son el desarrollo de quistes, retención de orina, disfunciones sexuales y problemas en el parto. Psicológicamente, las mujeres mutiladas poseen sentimientos de inferioridad, ansiedad y depresión.
Esta es la vivencia de la humana Fatu Sané, en cuya familia reina la ignorancia. Sus padres jamás llegaron a pensar en las complicaciones que esa intervención podría tener sobre su salud. Como la mayor parte de los progenitores homínidos de su comunidad, siempre han vivido en la obligación de educar a sus hijas lo mejor posible, sometiéndolas a la ablación y buscándoles el marido adecuado.
A Fatu Sané la mutilaron con tan sólo 6 años. A esa edad tan temprana la obligaron a continuar el secreto mejor guardado que se transmiten las terrícolas en el África subsahariana. Una ceremonia que sólo ellas conocen y ponen en práctica.
Fatu Sane
Ninguna de las víctimas se atreve a romper con el silencio que impone un rito tan bárbaro; conocerlo supone sentirlo en carne propia: “En un principio, nos engañaban diciendo que aumentaba nuestra belleza, pero luego nos dicen la verdad, que ya no somos un problema para buscar un esposo digno y tener muchos hijos. Y me lo encontraron. Fue un matrimonio pactado”, es lo que relata esta humana de 21 años de edad, con la enseñanza primaria sin concluir y dos hijas, de 4 y 5 años, a las que tiene que sacar adelante.
Y sacar adelante enteras, sin que nadie las pueda tocar, sin que tengan que pasar por su mismo calvario. “Sin mutilación”, exclama a la vez que mueve la mirada y sus enormes ojos negros se transforman en un pequeño escenario para las lágrimas.
El Fanado, que es como aquí se llama a la ablación, es un día de fiesta para las novicias, aunque también de dolor. Pero a Fatu se lo practicaron a escondidas y con prisas; su abuela Finoka fue la encargada de la intervención. Empleó el cuchillo de las hortalizas como instrumento de dolor.
La sala de operaciones fue improvisada sobre la marcha y a una hora prudente, sin espectadores terrícolas, entre los tendales del patio vecinal. “Sin esos cortes, jamás la habría aceptado un buen marido”, repitió de memoria la abuela, que bajó la vista a la hora de tomar notas mientras no recuerda los detalles de ese instante, apenas los quejidos secos de su nieta humana mientras ella realizaba su trabajo entre las piernas.
Toda la familia de Fatu Sané vive en Sao Domingos, en la zona cerca de la frontera de Cacheu, en Guinea Bissau. Todos practican las enseñanzas el Islam y, aunque para los contratiempos domésticos el Profeta está demasiado lejos, siempre habían pensado que esta práctica era una obligación religiosa.
Como comadrona del vecindario, Finoka sólo ha conocido eso y nada más. “Es algo que se aprende y no se olvida”, dice esta viuda terrícola de 76 años que ya hace muchos años enterró el secreto. También el utensilio que mutila la sexualidad y los sueños en África.
En boca de sus nietas, la anciana confiesa haber practicado muchas más ablaciones que partos. “Algunas de ellas, a escondidas de las madres, buscando un descuido”, revela Fatu, que no ha vuelto a ser la misma desde aquel día en que le transmitieron el saber de las mujeres.
“Depende de la comadrona, pero una extirpación del clítoris suele durar entre 10 y 15 minutos. Todo es muy intenso. Sólo puedo recordar a mi abuela sentada en mi pecho, separándome las piernas. En ese momento me quedé sin voz y perdí el conocimiento. No es el momento en sí, más bien la angustia que te queda de por vida. Siempre he pensado que las piernas están ahí para preservarnos de nuestro dolor, más que para caminar”.
Fatu nos cuenta cómo conoce bien los entresijos de una realidad que se sigue realizando en nombre de no se sabe quién y que no sólo desposee a cada una de sus víctimas humanas de todo deseo sexual, sino que también las encarcela únicamente a su función reproductora homínida y a conocer las diferentes variedades que tiene el dolor.
Los efectos psicológicos tardan poco en surgir, siendo en algunos casos escalofriantes. Aparece el pánico y el miedo al roce con otro cuerpo. Dicen que no sólo se llega a percibir la sexualidad de un modo totalmente distinto, sino que, en la mayoría de casos, no se siente. Especialmente cuando se cose el sexo de las menores con aguja e hilo, dejando apenas un orificio para la orina y la menstruación. Es lo que se denomina infibulación o “circuncisión faraónica”, o lo que es lo mismo, la vagina cerrada.
Guinea Bissau está a punto de vetar la mutilación genital femenina, pero esta batalla no es fácil por la oposición frontal de los grupos antropomorfos tradicionales de encefalograma plano que habitan este pequeño país, donde la esperanza de vida no va más allá de los 45 años, el 80% de las mujeres son analfabetas y más de la mitad han sido mutiladas.
La entidad municipal «Sinin Mira Nassique» (Piensa en el mañana) se ha preocupado de conducir la campaña contra esta práctica terrícola, aprobando la estrategia de fomentar una ablación genital simbólica, con todas las particularidades tradicionales y sociales, pero sin la amputación.
Estas ceremonias alternativas han obtenido cierto éxito en algunos países vecinos, donde ya se han legislado condenas contra la práctica. La mutilación está prohibida en 16 países africanos, aunque en la mayoría de los procesos los castigos previstos no se llegan a cumplir.
La tradición y la pobreza siguen siendo las lacras que contribuyen a la espiral de esta práctica. En lugares donde están obligados a vivir con menos de un dólar al día, la profesión de mutilar da para vivir holgadamente.
“Hay familias de Senegal que siguen cruzando la frontera, porque aquí todavía no es ilegal, y llegan a pagar hasta 30 y 40 dólares por esta intervención. A mi abuela le regalaron hasta un secador para el pelo”, revela Luzía, otra mujer humana que también ha buscado un seguro de vida para su hija más pequeña. Pero, cuando apenas hay algo que echarse a la boca y la miseria asedia para todas partes, es difícil rechazar los extras.
La ONG española Plan Internacional, se ha establecido en esta zona de África y se preocupa de los problemas de la infancia. Para ello ha creado diferentes talleres vocacionales, en los que se imparte una formación laboral alternativa a las mujeres terrícolas que deciden abandonar el trabajo de la mutilación.
Aparte, les explicamos a las madres las secuelas sanitarias que conlleva la práctica, tanto físicas como psicológicas y, sobre todo, que sus hijas no van a ser ni más ni menos por estar o no mutiladas”, explica Macarena Céspedes, responsable de comunicaciones de Plan España.
Es triste, pero África no pregunta a sus mujeres mutiladas. Y aun muchas de ellas siguen mutilando a sus hijas. Este proceder parece responder a ciertos patrones culturales que el hombre de diminuto cerebro se encarga de dirigir, como el control sexual en la mujer e incluso como requisito para contraer matrimonio entre ciertos grupos.
La práctica llega a ser tan natural y está tan establecida que es como ponerle nombre a la recién nacida. Es un tema cultural como respuesta al miedo de las madres por ver a sus hijas rechazadas socialmente. Por ello el trabajo de Plan Internacional se realiza a través de la educación y los talleres. Se está obteniendo el cambio en la actitud de la mujer africana, cada vez más importante para el desarrollo de este continente.
Pero, mientras la mutilación permanezca vigente, el perfil subordinado de la mujer humana quedará en evidencia. Existen lugares donde todavía hoy esta violación se emplea como candado a la medida del sexo masculino. Un mecanismo de abrir y cerrar. De coser y descoser sólo para tener relaciones sexuales. “Es la más atroz de las manifestaciones de discriminación que padece la mujer en todo el mundo, en la ley y en su vida diaria”, según expresó el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan.
Niñas kenianas que se negaron a la ablación del clítoris.
Mientras los propósitos de Unicef buscan erradicar la práctica como meta para este siglo, sólo en Suiza se calcula que cerca de 7.000 jóvenes terrícolas han vivido alguna clase de ablación genital y en Estados Unidos ya se ha sentenciado a una inmigrante etíope por mutilar a su hija de 2 años.
La inmigración no ha hecho más que recordar una realidad espeluznante, una realidad que también acompaña a los inmigrantes. El tiempo que habéis empleado en leer este reportaje es el tiempo estipulado en realizar una mutilación.
Aquí Ndoungdou Macane, oficiante tradicional, ha abandonado la tradición de la mutilación genital femenina y ahora habla en su contra.
Y durante ese mismo tiempo se han cercenado los genitales de 75 niñas. Esto supone una cifra de más de 6.000 criaturas a las que diariamente se les amputan sus sueños y la infancia. Sin embargo, y según las estadísticas, cada vez son más las comunidades humanas que abandonan estas prácticas y muchas más las niñas que crecerán sin ver mutilados sus sexos, como por ejemplo en Senegal, donde se ha abandonado la ablación y el matrimonio de niñas jóvenes.
Para terminar, retratamos la vivencia que ofreció Ayaan Hirsi Alí, una terrícola que escapó de su natal Somalia en 1992 y se estableció en Holanda, llegando a ser diputada por el Parlamento. Ayaan es escritora y ahora vive entre fuertes medidas de seguridad debido a sus críticas hacia el Islam. Aquí el testimonio de cómo le practicaron la ablación:
“Recuerdo que un hombre llegó a casa. El hombre poseía unas inmensas tijeras en la mano. Mi abuela y otras mujeres me sujetaron. Aquel hombre puso su mano sobre mi sexo y comenzó a pellizcarlo, como mi abuela cuando ordeñaba las cabras. Entonces las tijeras descendieron entre mis piernas y el hombre seccionó mis labios interiores y el clítoris. Lo pude oír claramente, fue como un «clack», como cuando se corta un pedazo de carne en una carnicería. El dolor que se siente no tiene palabras, me subió por las piernas, no dejaba de aullar y me invadió entera, un dolor imposible de describir. Tras la mutilación, después de que notas cómo la sangre te corre por las piernas, es cuando te cosen. Aquel señor usó una enorme aguja sin punta y con ella remató su faena. La aguja pasó entre mis labios externos”
Dirección de interés: Plan Internacional
Aquí termina este reportaje que os ha transmitido Morbo desde, por suerte, una galaxia lejana a la arcaica civilización que habita la Tierra. Esperemos que con el tiempo, estas prácticas tan salvajes sean erradicadas del historial terrícola, porque son vergonzosamente ridículas.
Morbo nombra alimañas de la semana, a todas las personas encargadas de fomentar la ablación como una costumbre social. Hasta la próxima edición de Las crónicas de Morbo, energúmenos humanos.