La palabra oopart proviene del ingles «out of place artifact» (artefacto fuera de lugar), y así se denomina al objeto hallado en lugares o condiciones insólitas. Generalmente se relaciona con civilizaciones antiguas, donde ese objeto parece estar fuera del alcance tecnológico empleado por aquel entonces. Existen ooparts que se suponen anteriores a las civilizaciones humanas.
Un ejemplo de estos artefactos son las calaveras o cráneos de cristal. Según cuenta la leyenda, existen 13 antiguas calaveras de cristal procedentes de una civilización perdida que una vez reunidas, revelarían los secretos del universo y de la raza humana. Otra versión narra que estas calaveras fueron fabricadas por seres extraterrestres para comunicarse con los humanos y proporcionarles el conocimiento de todos los tiempos. Legaron las calaveras al pueblo de la Atlántida, que a su vez traspasaron a los mayas.
No obstante, se desconoce quién las construyó ni cuándo, teniendo en cuenta la fecha de la que datan. Este misterio ha cautivado a arqueólogos, científicos y creyentes desde hace más de 100 años.
Se han encontrado cuatro de estas calaveras, aunque desde su descubrimiento se han tallado nuevos cráneos que se venden como souvenirs. Algunas personas les atribuyes poderes místicos, y creen que pueden servir para adivinar el futuro (a modo de bola de cristal) o como una fuente de felicidad. Precisamente en la década de los 60-70, esta calavera simbolizaba el poder espiritual para los adeptos de la Era de Acuario. Otras versiones cuentan que es un ordenador programado y que sólo hace falta poner las manos sobre ella para revelar su contenido.
La más famosa de estas calaveras ha pertenecido a colecciones privadas desde su hallazgo, se trata de la calavera de la muerte (en algunas fuentes también se le denomina «calavera del destino»). Esta calavera está manufacturada sobre una única pieza de cuarzo sólido, tiene mandíbula móvil y presenta los nódulos de un cráneo de verdad. Según la forma en la que fue tallada, se habrían necesitado entre 150 y 300 años para que la calavera tuviera tal grado de perfección. Algunos creyentes afirman que es posible pedir información sobre los otros doce cráneos a la calavera de la muerte.
Calavera de la muerte.
Ha servido de inspiración para la última película de Indiana Jones. El hombre que la encontró fue un aventurero de los de verdad, un arqueólogo extravagante y pirata llamado Frederick Albert Mitchell-Hedges, que la descubrió en una de sus expediciones en Lubaantún (ciudad maya de Belice).
Según algunas personas, una antigua civilización precolombina obsesionada con los sacrificios humanos, creó la calavera de la muerte hace 3.500 años. Durante siglos permaneció escondida hasta la llegada del británico Frederick, que creía que los mayas eran descendientes de los legendarios habitantes de la Atlántida, y que esta calavera se empleaba en rituales de sangre.
Según el arqueólogo, la calavera tenía 3.600 años y era empleada por los sumos sacerdotes. Si se solicitaba al cráneo la muerte de una persona, esta fallecía de inmediato. Frederick se llevó a la tumba el secreto de cómo halló la calavera de la muerte, pues nunca reveló detalles al respecto.
No obstante, su hija adoptiva Ana sí desveló que en 1923 acompañó a su padre hasta la antigua ciudad maya de Lubaantún, en la Honduras británica. Allí descubrió el 1 de enero de 1924 una fosa tapada con piedras mientras subía a un lugar elevado. Desde dentro se podía observar un resplandor. Más tarde bajaron a la propia Ana con cuerdas para que investigara y allí encontró la calavera de la muerte, la primera que se encontró en todo el mundo. Aun así Frederick no listó el descubrimiento y mantuvo el cráneo escondido, quizás para que no pasara a manos de los que habían subvencionado las excavaciones.
Cuando Frederick murió en 1959, las personas que habían sido testigos del descubrimiento de la calavera de la muerte también fallecieron. Su hija Ana, que por aquel entonces tenía más de 50 años, fue la única que sobrevivió. Entonces relató con más detalles la expedición de Lubaantun, donde encontraron mucha cerámica, jade y el famoso cráneo. También contó que habían encontrado una ciudad sumergida y perdida de los mayas.
Pronto comenzaron las dudas acerca de la autenticidad de la historia y la calavera, así que Ana pidió ayuda al experto en arte Frank Dorland. Este acordó trasladar el cráneo a California para que lo examinara Hewlett Packard. El cuarzo es un elemento importante para la industria electrónica y HP contaba con un laboratorio de cristal.
Frank Dorland.
En primer lugar se introdujo la calavera en alcohol para comprobar que era cuarzo. Este mineral se caracteriza por desaparecer en alcohol, y el cráneo pasó la prueba. A continuación, para determinar si la mandíbula estaba fabricada de la misma pieza de cuarzo del resto, los científicos de HP analizaron una de las propiedades fundamentales de los cristales, que es la simetría y que poseyera la misma forma.
Los científicos de Hewlett Packard observaron que ambas piezas procedían del mismo bloque sólido de cuarzo. El siguiente punto, el más crucial, era el de la edad. Sin embargo ahí surgía un problema, ya que los cristales no contienen carbono, la sustancia para datar objetos antiguos. Por el contrario, los expertos escudriñaron la superficie de la calavera en busca de marcas que evidenciasen las herramientas utilizadas, sin embargo no hallaron nada.
El pulimento de esta calavera es tan perfecto, que es difícil observarla al microscopio, siendo tan lisa que parece un espejo. Los científicos de Hewlett Packerd no detectaron señal alguna de herramientas modernas. Para Frank Dorland y Ana Mitchell-Hedges, quedó demostrado lo que el padre de esta había aseverado, que sólo había podido obtenerse este increíble pulido tras frotar el cuarzo con arena y agua durante generaciones.
El examen de HP reveló otro detalle que ampliaba el aura de misterio que ya de por sí rodeaba el cráneo, pues poseía propiedades piezoelectricas. Dichas propiedades en el cuarzo lo han convertido en un mineral importante para la tecnología. Si tenemos un fragmento de cristal y presionamos sobre él, le conferiremos una carga eléctrica. Algunos electrones se moverán a un lado y otros hacia otro, por tanto el cuarzo estará cargado.
Los científicos eran conscientes de las propiedades eléctricas de este cristal, pero Frank Dorland creía que el cuarzo, mediante la piezoelectricidad, podía almacenar consciencia, algo que también se cumplía en la calavera de la muerte. Ana Mitchell-Hedges mostraba las pruebas de Hewlett Packerd como justificación absoluta de su relato, continuó en posesión de la calavera y comenzó a anunciar sus poderes.
Uno era que podía anunciar los desastres naturales mundiales mediante sudores. Como dijo la propia Ana: «Anunció la muerte accidental de dos niñas en Rodesia, y también predijo la catástrofe del terremoto de México. Normalmente se trata de desastres mundiales. No empieza a sudar ante desgracias pequeñas, como un accidente de avión, sino ante episodios terribles.»
El heredero de la calavera de la muerte y su actual guardián es Bill Homann, el compañero sentimental de Ana en sus últimos años. Ana Mitchell-Hedges murió en abril de 2007 a la edad de 100 años. Ana insistió hasta el día de su fallecimiento que la historia de la calavera de la muerte era cierta.
Ana Mitchell-Hedges y Bill Homann.
Existe otra calavera en el Museo Británico de Londres, que fue adquirida en 1897 con la convicción de que era un objeto azteca. Para los devotos de hoy en día, esta calavera también es una de las trece de la antigua leyenda. Otra calavera está expuesta en un museo de París, y fue adquirida en 1878, también con la certeza de que se trataba una pieza azteca. Ambas calaveras pertenecieron a la colección de Eugène Boban Duvergé, anticuario francés del siglo XIX.
Calavera del Museo Británico.
Este viajó a México a mediados del siglo XIX para recopilar objetos aztecas, y fundó en 1869 una tienda de antigüedades en el distrito 5 de París. Entonces apareció en escena la calavera francesa, que Boban vendió a un explorador francés que a su vez la donó al Museo del Hombre en París. En 1881 se expuso otra calavera en el establecimiento de Boban, que costaba 3.500 francos, aunque no hubo compradores.
Eugène Boban.
Al final Boban se mudó a Nueva York y se la vendió a Tifanny por 950 dólares. Diez años más tarde la joyería se la vendió al Museo Británico. A partir de entonces estos dos prestigiosos museos de París y Londres exhibían ambas calaveras, y en las etiquetas se leía «azteca». Según la información de entonces, eran obras maestras de la época azteca, denominadas «las máscaras cristalinas de la muerte».
Con el paso de las décadas, los arqueólogos recabaron más información sobre los aztecas y mayas. Como en los yacimientos no se hallaban objetos de cristal, cada vez parecía más improbable que estas civilizaciones hubieran manufacturado las calaveras.
Según estudios del Museo Británico efectuados con microscopio electrónico y comparando con otros objetos documentados de cristal mixtecas, la calavera de la muerte fue tallada empleando herramientas del siglo XIX, como la muela. Esto hace menos posible su origen precolombino, ya que estas herramientas aparecieron mucho más tarde a la llegada de los colonos europeos.
La tecnología moderna también puede desvelar de dónde procede el material. Normalmente el cristal de roca presenta pequeñas impurezas llamadas inclusiones, específicas de la región de donde se extrae. Las inclusiones de la calavera del Museo Británico demostraban que el mineral no procedía de yacimientos cercanos a ciudades aztecas y mayas, sino que se asemejaban al cuarzo de Madagascar y Brasil. En concreto, muestran unas estructuras vermiformes que son características de Madagascar.
Este país comenzó a exportar cristal de roca a Francia a finales del siglo XIX, al mismo tiempo que Brasil. Jamás se ha encontrado esta clase cristal en Centroamérica. Así que las inclusiones han demostrado que la calavera del Museo de Londres no procede de México y que data de la segunda mitad del siglo XIX.
La calavera de París también ha sido sometida a diversas pruebas, que han revelado su elaboración con herramientas modernas. En consecuencia, está demostrado que tanto el cráneo de París como el de Londres son falsos. Prácticamente no hay duda de que se tallaron en Europa durante el siglo XIX y Eugene Boban fue el encargado de introducirlos en el mercado e iniciar la leyenda de las calaveras de cristal.
Calavera del Museo de Etnografía del Trocadero, Paris.
En el Instituto Smithsonian existe otra calavera que fue adquirida en 1960 por un anónimo y que llegó al museo en 1992, que también muestra marcas de una muela moderna, pero además presenta algo aún más preciso. Existen partículas diminutas atrapadas en el cristal, que analizadas con un examen de difracción de rayos X, demuestran que están compuestas por carburo de silicio.
Calavera del Instituto Smithsonian.
El carburo de silicio es una sustancia fangosa con la que se cubre la muela para dar a los objetos un acabado muy suave. El que se ha encontrado en la calavera del Instituto Smithsonian se empezó a utilizar en los años 50. Por tanto, la fecha de manufactura es de esa época, unos 10 años antes de que se comprase en Ciudad de México. Así que estas tres calaveras son modernas y no proceden de Centroamérica.
Falta rebatir si la calavera de la muerte que Ana Mitchell-Hedges encontró en una pirámide maya es falsa o auténtica. Para ello, debemos remitirnos a las investigaciones de la antropóloga Jane Walsh, que encontró un interesante artículo en el periódico británico Man de julio de 1936. En él se describe un estudio realizado en el Museo Británico, donde se comparaba su calavera de cristal con otra procedente de una colección privada.
Esta última le resultaba familiar, pues al analizar la fotografía con más detalle, se dio cuenta de que era idéntica a otra que había visto, la calavera de la muerte. No obstante, este artículo de 1936 no atribuye el cráneo a Frederick Mitchell-Hedges, y no recibía el nombre de la calavera de la muerte, sino la calavera de Burney, puesto que era propiedad del marchante Sidney Burney.
Este la guardaba en su galería del centro de Londresy en 1943 quiso subastarla en Sotheby’s. El catálogo de esta casa de subastas incluye la calavera, pero se vendió antes de la puja por un precio de 400 libras. El comprador era Frederick Mitchell-Hedges, aunque Ana afirmaba haberla descubierto 20 años antes. Para explicar esta contradicción, aseguró que su padre tuvo que entregar la calavera a Burney como aval después de regresar a Inglaterra. Burney era amigo de Frederick y quedaron en que el marchante se quedaría con la calavera hasta que pudiera devolverle el préstamo.
Según Ana, su padre saldó las deudas poco antes de la subasta, y así recuperó la calavera. Sin embargo, sigue habiendo irregularidades en la narración de la historia, sobre todo en la fecha exacta del descubrimiento. En una carta Ana afirmaba haber encontrado el cráneo entre 1926 y 1927, algo que contradice declaraciones suyas en otras cartas, publicaciones y páginas web, donde relataba el suceso en años diferentes, como 1924, 1926, 1927 o 1928. Hasta existe un artículo de periódico en el que Ana asegura haberlo encontrado en los años 30.
Tras la muerte de Ana, Bill Homann accedió someter la calavera de la muerte a una investigación como la que refutó la autenticidad de las calaveras de París y Londres. En abril de 2008 Bill acudió con la calavera al Instituto Smithsonian para que se realizase el estudio con un microscopio de última tecnología.
Tras realizar moldes de las partes intrincadas del cráneo, se observó bajo el microscopio unas marcas limpias como estriaciones paralelas que se habrían realizado con pasta de diamante adherente. Debido a que el cuarzo es tan duro, para hacer esas marcas tan pronunciadas se necesita un material muy abrasivo. El examen determinó que no eran marcas de pulido, sino de cortes, y las herramientas que producían marcas como esta no aparecieron hasta finales del siglo XIX. Así que probablemente se utilizaron los utensilios que empleaban los artesanos y también instrumentos metalizados que ya estaban a disposición de los dentistas a finales de siglo.
El descubrimiento de estas marcas es una prueba científica importante que demuestra que Ana Mitchell-Hedges se inventó la historia. Sin embargo para sus fieles devotos como Bill Homann solo confirma cómo se hizo la pieza, pero no quién ni cuándo. Cree que estos cortes revelan herramientas muy sofisticadas imposibles de obtener antes de la primera aparición documentada de la calavera en los años 30. Así que piensa que se elaboró una civilización avanzada que poseyó tecnología láser capaz de cortar con tanta precisión, es decir, la Atlántida. También puede tratarse de un regalo de los dioses como creían los mayas. Este pueblo aseguraba que sus ancestros del más allá les entregaron las calaveras de cristal, así que quizás establecieron contacto con una raza extraterreste.
Bill Homann.
Debido a que Frederick Mitchell-Hedges era algo bromista, se cree también que el culpable podría ser él, y que dejara la calavera de cristal escondida en la fosa entre las rocas para que su hija Ana la descubriera posteriormente como una especie de regalo de cumpleaños, ya que ese día Ana cumplía 17 años. De todas formas esta teoría no parece muy probable si se tienen en cuenta las herramientas que se emplearon en tallar la pieza y la fecha de la primera aparición documentada.
Se cree que la calavera de la muerte se manufacturó con posterioridad a la fecha del descubrimiento de Ana en Lubaantún. Jane Walsh tiene otra teoría, y para ello hay que remontarse a la muerte de Frederick. Tiempo después su hija intentó exportar la calavera y el resto de obras de la colección desde Gran Bretaña a Norteamérica.
Tenía que sobrevivir y poseía numerosos objetos cuyo verdadero valor desconocía. Al solicitar algún tipo de permiso del gobierno británico para exportar la pieza, probablemente afirmó que era suya y a partir de ahí comenzó la historia del descubrimiento.
Se esperaba que para el año 2012 estas calaveras habrían sido reunidas y saldría a la luz el secreto que encerraban, por aquello del final del ciclo del calendario maya, pero ya se ha podido comprobar que todo quedó en agua de borrajas. Así que con toda seguridad, esta historia de los cráneos de cristal es simplemente un mito alimentado de mentiras.