Elena entrecerró los párpados durante un segundo y volvió a abrirlos de nuevo. Posó la vista sobre el reloj y vio que eran ya casi las cuatro de la madrugada. La penumbra en que estaba sumida su habitación era rota por la lamparilla de mesa, que proyectaba su halo de luz blanca sobre la mesa en la que Elena había pasado la noche estudiando.
A un lado estaban apilados varios libros y en el centro, el montoncito de folios emborronados de fórmulas, números y letras con los que Elena había estado trabajando. A Elena siempre le había fascinado la Química, y se sentía muy complacida de poder estudiarla ahora en la universidad. Lo que no le gustaba a Elena era tener que haberse marchado de su localidad para pasar el curso viviendo en Granada, y haber dejado atrás a sus amigos -en especial a Marta, que había sido su mejor amiga desde que ambas tenían tres años- y sobre todo, no le gustaba tener que vivir sola en aquel piso que había alquilado.
Había llegado a la ciudad sin otra compañía que la de su Renault 19 blanco. Siempre hubiera podido poner un anuncio buscando una compañera de piso, pero ya había estado el curso anterior compartiendo piso con otras universitarias, y Elena no estaba dispuesta a compartir techo de nuevo con una pandilla de extrañas que no prepararan la comida ni limpiaran cuando les tocara, y que montaran fiestas nocturnas en las que invitaran a entrar en la casa a chicos tan estúpidos como ellas.
Decidiendo que ya tenía demasiado sueño, la chica dejó caer el bolígrafo y éste rodó con suavidad sobre los folios antes de detenerse. Apagó la lamparilla, caminó los dos pasos que la separaban de la cama, y se sumergió bajo las mantas.
– ¡Diiiing!
Elena despertó contrariada y miró el reloj. Las cinco y media. ¿Quién demonios estaba llamando al timbre a esas horas?
– ¡Diiiiing!
Elena estaba furiosa. De un salto abandonó la cama, y descalza y en pijama como estaba recorrió el pasillo y se detuvo ante la puerta.
– ¡Diing!
Elena miró por la mirilla. Al otro lado de la puerta había un muchacho de su misma edad. Un chico alto y moreno, que vestía unos vaqueros descoloridos y una cazadora verde. Elena hubiera opinado que era guapo si no hubiese estado intrigada pensando en quien podría ser ese vistante nocturno, y sobre todo qué quería.
– ¿Quién eres? ¿Qué quieres?- vociferó.
– Hola, Elena -contestó el muchacho amablemente-. Disculpa que te haya despertado. Pero necesito recoger un maletín que dejé aquí olvidado el curso pasado. Es algo muy importante.
Elena enrojeció de ira.
– Y si dejaste aquí algo olvidado el curso pasado ¿No has podido venir a buscarlo precisamente hasta ahora? Para empezar ¿tú quién eres?
– Me llamo Víctor- volvió a sonar al otro lado de la puerta la voz amable del chico-. Yo ocupé este piso el curso pasado, y dejé olvidado un maletín que necesito recuperar ahora. Si quieres, te puedo indicar dónde está.
Elena sacudió la cabeza incrédula. No podía creer que alguien estuviese llamando a su puerta a las cinco y media de la madrugada diciendo aquella sarta de estupideces. Y desde luego, no tenía ninguna intención de abrirle la puerta.
– Mira… yo no sé nada de eso. Lárgate.
Esta vez ninguna voz respondió al otro lado. Elena volvió a mirar através de la mirilla. Allí ya no había nadie.
La chica se preguntó al día siguiente, mientras se dirigía a la facultad en su coche, si no habría soñado todo aquello. No, no lo había soñado, aunque desde luego, aquello era algo fuera de lo normal. Si se había tratado de una broma, a ella no le había hecho ninguna gracia. Le gustaría tener a alguien de confianza cerca para poder hablar de ello sin que se rieran de ella. Recordó a su amiga Marta, suspirando con tristeza.
Pasaron tres días y ya Elena casi había olvidado el incidente. Hasta que de nuevo aquel sonido volvió a apartarla de su sueño.
– ¡Diiiing!
Elena despertó asustada. ¡Otra vez no! Miró el reloj ¡las cinco y media de la mañana!
De nuevo corrió hacia la puerta, y de nuevo vio a través de la mirilla al chico de la cazadora verde.
– Hola Elena, soy Víctor. Vengo a buscar el maletín que dejé aquí olvidado el curso pasado.
– ¡Vete! ¿de qué vas? ¡No te voy a abrir!
– Elena, el maletín está en el tercer cajón del armario. Tengo que llevármelo. Es muy importante.
Elena se alejó de la puerta, al borde del llanto. El timbre no volvió a sonar. ¿Quién era aquel muchacho? ¿Y si era algún lunático que se había fijado en ella? Si era así, quizá no se conformara con llamar a su timbre por las noches repitiendo aquella historia sin sentido del maletín olvidado. ¿Qué haría si él la abordaba en plena calle?
A la siguiente noche, el incidente se repitió. De forma idéntica a las dos veces anteriores.
– Hola Elena. Soy Víctor. Vengo a buscar el maletín que dejé aquí olvidado.
Elena esta vez no le respondió. Estaba ya convencida de que aquel muchacho que decía llamarse Víctor podría suponer un peligro para ella. Pero dudaba que pudiera convencer a la policía de ello. Al fin y al cabo, no era ningún delito llamar a un timbre. En cuanto fue de día, decidió que tenía que hablar con la persona con quien ella sabía que podía contar siempre. Cogió el teléfono móvil y marcó:
– ¿Sí?
– Marta… soy Elena.
– ¡Elena! ¡Qu… -la alegría inicial de la voz de Marta se apagó cuando advirtió que su amiga estaba llorando.- ¡Eli,,cielo! ¿Qué te pasa?
– Marta, necesito que vengas. Quiero que vengas y duermas aquí, aunque sólo sea una noche o dos. Mientras busco aquí una compañera de piso. ¡No quiero estar sola aquí ni una noche más!
– Elena, ¿por qué dices eso? ¿qué ha ocurrido?
Por toda respuesta, Elena sollozó con más fuerza.
– Elena, por favor, cálmate. Te prometo que iré a verte allí, como hice antes de Navidades. Y me quedaré a dormir contigo si quieres. Pero sabes que no puedo ir a Granada antes del viernes. ¡Joder, Elena! ¿Qué es lo que pasa?
– Te lo contaré cuando estés aquí. Ven, por favor.
– El viernes por la tarde estaré allí. Te prometo que iré… ¿Estarás bien hasta entonces?
– Sí. Pero por favor, quiero que vengas.
Eran las cinco y media de la madrugada del miércoles cuando el timbre del piso que habitaba Elena volvió a hacer “ding”. Esta vez Elena no estaba en cama, sino bien despierta y sentada en una silla. Esta vez no se acercó a la puerta a preguntar quién era. Lo sabía perfectamente. El “ding”no se repitió, como si el visitante aceptara que Elena no quisiera abrirle.
Elena pensó que tal vez había preocupado sin motivo a su amiga. Las llamadas a la puerta no pasaban de ser solo eso, pese a que ya hacía casi una semana desde la primera. Todo aquello era muy raro. También era raro que aquel chico tuviese una llave del portal del bloque de pisos y entrara con ella cada noche. Porque desde luego, aquel joven entraba desde la calle. No era un vecino suyo, de eso estaba segura. Se hubiera cruzado en la escalera o en el ascensor con él alguna vez en los meses que llevaba viviendo allí.
Las dos últimas veces Elena se había asomado a la ventana cuando el chico ya parecía haberse ido, pero las terrazas de los pisos inferiores le impedían ver si alguien entraba o salía del portal. ¿No dijo algo el chico sobre los cajones del armario? ¿Cómo diantres sabía el tal Víctor que en el armario había tres cajones? No cabía duda, aquel chico realmente era un estudiante que había habitado aquel piso en un curso anterior. Eso explicaba tambien que conservara una copia de la llave del portal.
Elena recordó sus palabras: ”Elena, el maletín está en el tercer cajón del armario”.
La chica se encaminó hacia el armario. Nunca había abierto el tercer cajón, ya que los dos primeros eran bien grandes y le habían bastado para guardar su ropa. Se puso de rodillas y abrió el cajón.
Dentro había un pequeño maletín de color negro.
Elena se puso pálida como un papel. Cogió el maletín e intentó abrirlo, pero estaba cerrado con llave. La joven fijó sus ojos en aquella pequeña cerradura y pensó si podría forzarla de alguna manera. No, no debía. Aquella pequeña maleta no era suya. Pero no tenía sentido que su presunto dueño se presentara a reclamarla meses después de haberla dejado allí olvidada, y menos a reclamarla a aquellas horas y de aquella manera tan extraña. Pero sin duda Mari Carmen, la señora que le había alquilado el piso, podría aclararle más cosas. Ese mismo día la llamaría por teléfono.
– ¿Diga?
– Mari Carmen, soy yo, Elena.
– Hola Elena. ¿Va todo bien?
-Sí… quería preguntarle algo. ¿El año pasado alquilaste el piso a un estudiante llamado Víctor?
– Sí, Víctor. Aquello fue un varapalo terrible…
– ¿Cómo? ¿de qué habla?
– Víctor murió en un accidente la noche que salió a celebrar el fin de curso. Su moto fue a empotrarse contra un árbol. ¿Por qué lo preguntas? ¿Has encontrado en el piso algun objeto con su nombre o algo así? Pensaba que se lo habían llevado todo…
La madrugada del viernes, Elena no se puso el pijama ni se metió en la cama. Vestida de calle, aguardó sentada e inmóvil como una estatua a que llegara la hora señalada. A las cinco y media, el timbre sonó.
Esta vez Elena se levantó, cogió el maletín en sus brazos y se dirigió hacia la puerta. No miró por la mirilla.
– ¿Quién es?
– Hola Elena, soy Víctor. Vengo a buscar el maletín que dejé aquí olvidado.
Elena abrió la puerta…
Eran las siete de la tarde del viernes cuando Marta llegó al piso, alarmada porque su amiga no le había respondido ninguna de sus llamadas al móvil en todo el día. Su alarma quedó justificada cuando al llegar encontró que la puerta del piso estaba entreabierta, y la luz del recibidor encendida. Entró y buscó a Elena, pero allí no había nadie. Tampoco vio signos de violencia, ni parecía que hubiesen robado nada. Lo único que parecía fuera de lo normal era un pequeño maletín negro que yacía tirado en el suelo abierto y vacío.
Aquella misma noche, Marta corrió a la comisaría más cercana a denunciar la desaparición de su amiga. A las cinco y media de la madrugada, se recibió en la comisaría un aviso de accidente: un Renault 19 blanco se acababa de estrellar contra un árbol. Su único ocupante era el conductor, una chica de unos 20 años, que había resultado muerta.
Ángel Jiménez, 2003
Está muy bien, te mantiene con la intriga hasta el final. Recuerdo haberlo leído hace tiempo, como otros muchos relatos de terror, pero realmente no me acordaba del final.
Saludos y un abrazote fuerte campeón!