En nuestra imaginación, los científicos siempre tratan de descubrir cosas nuevas y la ciencia está en continuo cambio, pero ¿cómo sería la ciencia si creyéramos que ya se ha descubierto todo? En ese caso, ser un científico destacado sólo implicaría leer acerca de los descubrimientos de otras personas.
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Primera era: malos tiempos para el conocimiento
En Europa esta concepción retrógrada fue la que preponderó después de la caída del Imperio romano en el año 476. Por entonces, el cristianismo se había establecido como la religión oficial del Imperio (Constantino fue el primer emperador en convertirse) y había un solo libro que fuera importante: la Biblia.
San Agustín (354-430), uno de los primeros pensadores cristianos más influyentes, lo expresó de este modo: «La verdad está más en lo que Dios revela, que en las conjeturas y los tanteos de los hombres».
No había pues lugar para aquellos científicos que «tanteaban» en busca de conocimiento: los antiguos habían descubierto ya todo lo que valía la pena conocer sobre la ciencia y la medicina. Por otro lado, era mucho más importante centrarse en alcanzar el cielo y evitar el infierno.
Es probable que el concepto de «científico» se relacionara tan sólo con estudiar a Aristóteles y Galeno, y durante quinientos años, desde el año 500 hasta el 1000 aproximadamente, incluso eso resultó difícil, puesto que muy pocos textos griegos y latinos del mundo clásico estaban disponibles. Y muy poca gente sabía leer.
Las tribus germánicas que saquearon Roma en 455, sin embargo, aportaron algunas cosas útiles. Una de ellas fue el uso de pantalones en lugar de togas (aunque las mujeres tuvieron que esperar un poco más), así como nuevas semillas de grano, como la cebada y el centeno, y la introducción de la mantequilla como sustituto del aceite de oliva.
En ese medio milenio de oscuridad también hubo algunas innovaciones tecnológicas: nuevos métodos de cultivo y de labranza. La construcción de iglesias y catedrales animó a artesanos y arquitectos a experimentar con nuevos estilos y encontrar mejores formas de distribuir el peso de las piedras y la madera.
Eso facilitó la construcción de catedrales cada vez más grandes, algunas de las cuales siguen dejándonos sin aliento. Constituyen un recordatorio de que la a veces denominada «edad oscura» tenía algo de luz.
Segundo milenio
Con la llegada del segundo milenio de la era cristiana, sin embargo, la senda de los descubrimientos repuntó. Santo Tomás de Aquino (c. 1225-1274) fue el teólogo medieval más destacado. Admiraba intensamente a Aristóteles y encajó el pensamiento cristiano con su ciencia y su filosofía.
Junto con Galeno, Ptolomeo y Euclides, Aristóteles moldeó la mente medieval. Era necesario traducir, editar y comentar sus escritos; en un principio dicha actividad se realizaba en los monasterios, pero poco a poco se trasladó a las universidades, que aparecieron por primera vez en esta época.
Los griegos habían tenido escuelas: Aristóteles estudió en la Academia de su maestro Platón y a su vez estableció su propia escuela. La Casa de Sabiduría de Bagdad también era un lugar donde la gente se reunía para estudiar y aprender.
Pero las nuevas universidades europeas eran distintas, y la mayoría ha sobrevivido hasta nuestros días. Muchas fueron fundadas por la Iglesia, pero el orgullo de la comunidad y el apoyo de los más ricos ayudaron a algunos pueblos y ciudades a abrir sus propias universidades.
El papa también autorizó la fundación de varias en el sur de Italia. La Universidad de Bolonia (creada alrededor de 1180) fue la primera en abrir sus puertas, pero al cabo de un siglo ya las había en Padua, Montpellier, París, Colonia, Oxford, Cambridge y Salamanca (fundada en 1218).
La palabra universidad deriva de un término latino que significa «todo», y se supone que estas instituciones abarcaban todo el conocimiento humano.
Por lo general tenían cuatro escuelas o facultades: la de Teología, por supuesto (Tomás de Aquino la llamaba «la reina de las ciencias»), Derecho, Medicina y Humanidades.
En un principio, las facultades de Medicina basaban sus estudios en los trabajos de Galeno y Avicena, y sus alumnos también estudiaban Astrología, debido a la extendida creencia de la influencia de las estrellas sobre los hombres, para bien o para mal.
Las Matemáticas y la Astronomía, que pueden parecer asignaturas muy científicas, se estudiaban por lo general en la facultad de Humanidades. Los vastos trabajos de Aristóteles se estudiaban en todas las facultades.
La Medicina
Gran parte de los «científicos» de la Edad Media eran o bien médicos o bien hombres del clero, y la mayoría trabajaba en las nuevas universidades.
Las facultades de Medicina otorgaban títulos a sus estudiantes: doctor o licenciado en Medicina, y a su vez los distinguían de los cirujanos, boticarios (farmacéuticos) y otros profesionales médicos que cursaban sus especializaciones de un modo distinto.
La educación universitaria no tenía por qué hacer que los médicos se interesaran más en descubrir cosas nuevas (preferían basarse en Galeno, Avicena e Hipócrates), pero más o menos desde 1300 los profesores de Anatomía empezaron a diseccionar cuerpos para mostrar los órganos internos a sus alumnos, al tiempo que se practicaban autopsias a los miembros de la familia real o a las personas cuya muerte resultaba sospechosa (o ambas cosas a la vez).
Ninguno de estos cambios tenía como consecuencia aumentar la habilidad de los médicos para tratar las enfermedades, sobre todo aquellas que se extendían por la comunidad.
La peste negra
Lo que ahora llamamos la Muerte Negra fue una epidemia de peste que se introdujo por primera vez en Europa en la década de 1340. Lo más probable es que proviniera de Asia a través de las rutas comerciales, y mató a casi un tercio de la población europea en los tres años que tardó en extenderse.
Como si no fuera suficiente, regresó diez años después, y más tarde, con una regularidad deprimente, durante los siguientes cuatrocientos años.
Algunas comunidades establecieron hospitales especiales para los afectados por la peste (al igual que las universidades, los hospitales son uno de los legados de la Edad Media), y en algunos lugares se crearon comités de salud.
La peste también originó el establecimiento de cuarentenas en los casos en que se creía que había riesgo de contagio. La palabra cuarentena proviene del número cuarenta, que era la cantidad de días que la persona enferma, o de la que se sospechaba que lo estaba, permanecía aislada.
Si el individuo se recuperaba en ese periodo de tiempo, o no mostraba signos de haber contraído la enfermedad, podía levantarse la cuarentena.
El dramaturgo William Shakespeare nació en Stratford-upon-Avon en el año de la epidemia de peste, 1564, y su carrera se vio interrumpida diversas veces, cuando las epidemias obligaban a los teatros a cerrar.
Shakespeare hace decir a Mercucio en Romeo y Julieta: «¡Que la peste caiga sobre vuestras casas!», para condenar a las dos casas enfrentadas, y el público debió de entender a qué se refería.
La mayoría de los médicos creían que la peste era una enfermedad nueva, o al menos una sobre la que Galeno no había escrito, de modo que tuvieron que enfrentarse a ella sin los consejos de éste.
Las curas incluían sangrados y medicamentos que provocaban el vómito o el sudor del paciente, remedios populares para otras enfermedades de la época. Al fin y al cabo, Galeno no lo sabía todo.
Física de los objetos
Y por lo visto, tampoco Aristóteles. Sus ideas sobre la causa del movimiento de los objetos por el aire las discutieron ampliamente Roger Bacon (c. 1214-1294) en la Universidad de Oxford, Jean Buridan (c. 1295-c. 1358) en la Universidad de París y varios otros.
Se lo conocía como el «problema del impulso» y había que buscarle una solución. Un ejemplo sería el del arco y la flecha. La flecha vuela porque tensamos hacia atrás la cuerda del arco y la soltamos de inmediato, lo cual impulsa la flecha por el aire.
Hemos aplicado una fuerza y le hemos dado un momentum (un concepto del que hablaremos en otro artículo). Bacon y Buridan lo llamaban «impulso» y se dieron cuenta de que Aristóteles no tenía una explicación adecuada para el hecho de que cuanto más tensábamos la cuerda del arco, más lejos volaba la flecha.
Aristóteles sostenía que las manzanas caían a tierra debido a que ésta era su lugar «natural» de descanso. La flecha también acabará en el suelo en algún momento, aunque Aristóteles había dicho que se desplazaba tan sólo porque había una fuerza tras ella.
Entonces, si en el momento en que la flecha abandonaba el arco existía una fuerza, ¿por qué ésta parecía disiparse? Estos y otros problemas similares hicieron pensar a algunos que Aristóteles no había acertado en todo.
Astronomía: el día y la noche
Nicolás Oresme (c. 1320-1382), un clérigo que trabajó en París, Rouen y otras localidades francesas, retomó el tema del día y la noche, y pensó que tal vez, en lugar de que el Sol girara alrededor de la Tierra, la Tierra rotaba sobre su eje a lo largo del día.
Oresme no contradijo la creencia aristotélica de que la Tierra era el centro del universo y que el Sol y los planetas giraban a su alrededor, pero quizá aquél fuera un desplazamiento muy lento (¡tal vez el Sol tardara un año en completarlo!), mientras la Tierra, en el centro del universo, giraba sobre sí misma como una peonza.
Las enciclopedias
Se trataba de ideas novedosas, pero hace setecientos años la gente no siempre creía que las ideas nuevas eran algo bueno. Por el contrario, les gustaban los sistemas claros, sistemáticos y completos.
Ésta es una de las razones por las que tantos eruditos escribieron lo que hoy en día llamamos «enciclopedias»: gruesos libros que reunían los trabajos de Aristóteles y otros maestros de la Antigüedad y los sintetizaban en un todo inmenso.
El lema de este periodo podría ser: «Un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar». Pero en el camino de encontrar ese lugar hubo quienes se dieron cuenta de que seguía habiendo rompecabezas que resolver.
Fuentes:
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/01/22/origen-ciencia/799822.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_la_ciencia
https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_la_medicina
https://www.scielo.sa.cr/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0001-60022001000300003