Galeno (129-c. 210) fue un hombre muy inteligente al que no le importaba demostrarlo. Se pasaba la vida tomando notas y sus escritos están llenos de sus propias opiniones y logros. Sus palabras han llegado hasta nosotros más que las de cualquier otro autor de la Antigüedad, lo cual demuestra que la gente tenía en alta estima su trabajo. Existen veinte gruesos volúmenes a disposición de los lectores, y de hecho escribió muchos más. Así que sabemos mucho más de él que de cualquier otro pensador de la época, a lo que contribuye el hecho de que a Galeno también le encantaba escribir sobre sí mismo.
Galeno nació en Pérgamo, en la actual Turquía, que entonces se hallaba en los límites del Imperio romano. Su padre era un próspero arquitecto dedicado por entero a su hijo, al que proporcionó una sólida educación (en griego) que incluía la filosofía y las matemáticas. Quién sabe qué habría ocurrido si su padre no hubiera tenido un potente sueño en el que vio que su hijo debía convertirse en médico, pero el caso es que Galeno cambió sus estudios por los de Medicina. Después de que la muerte de su padre le dejara en una posición acomodada, dedicó varios años a viajar y aprender, y pasó mucho tiempo en la famosa librería y museo de Alejandría, en Egipto.
De vuelta en Pérgamo, se convirtió en el médico de los gladiadores, los hombres encargados de entretener a los ciudadanos pudientes peleándose entre ellos o con leones y otras bestias en la arena. Ocuparse de ellos era un trabajo importante, puesto que a aquellos pobres hombres había que recomponerlos entre los espectáculos para que pudieran seguir luchando. Por lo que él mismo contó, tuvo mucho éxito. Adquirió una dramática experiencia en el tratamiento quirúrgico de las heridas y también una considerable reputación entre los ricos, y en el año 160 se trasladó a Roma, la capital del Imperio romano.
Allí empezó a escribir sobre anatomía (el estudio de las estructuras corporales de humanos y animales) y fisiología (el estudio de lo que realizan esas estructuras). Asimismo, se enroló en una expedición militar del emperador Marco Aurelio. Éste era el autor de la famosa serie Meditaciones, y ambos hombres discutieron de filosofía durante la larga campaña. Marco Aurelio apreciaba a Galeno, y Galeno sacaba provecho del apoyo del emperador. Eso le proporcionaba un flujo constante de pacientes importantes a los que, si creemos los informes del propio Galeno, curaba siempre que era posible.
El héroe médico de Galeno era Hipócrates, aunque éste llevaba quinientos años muerto. Galeno se veía a sí mismo como la persona destinada a completar y desarrollar el legado del maestro y, en muchos sentidos, eso fue lo que hizo. Añadió comentarios a muchos de los trabajos de Hipócrates y dio por hecho que los tratados que más se ajustaban a sus opiniones eran del mismo Hipócrates. Sus comentarios siguen resultando valiosos, sobre todo porque Galeno era un experto lingüista con buen olfato para el significado cambiante de las palabras. Lo más importante que hizo fue trasladar la doctrina hipocrática de los humores a la forma utilizada durante más de mil años. ¡Eso sí que es tener influencia!
La idea central de la praxis médica de Galeno era la del equilibrio y el desequilibrio de los humores. Igual que Hipócrates, creía que los cuatro humores (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema) eran fríos o calientes, secos o húmedos, de una forma concreta. Para tratar una enfermedad, había que elegir el remedio «opuesto», pero de la misma intensidad. De este modo, las enfermedades cálidas y húmedas en tercer grado, por ejemplo, debían tratarse con un remedio frío y seco en tercer grado.
Tomemos un paciente que sufría un catarro con escalofríos: se le administrarían medicinas que secaran y aumentaran el calor. Al reequilibrar los humores, se restauraba un estado sano «neutral». Todo ello presentaba una gran sencillez y lógica, pero en realidad las cosas eran más complicadas. Los médicos debían conocer a fondo a sus pacientes y administrar sus remedios con mucha cautela. Galeno se lanzaba con prontitud a señalar los errores de los demás médicos (que ocurrían a menudo), para que todo el mundo supiera que sus diagnósticos y terapias eran mejores.
Era un médico astuto, muy demandado, y prestaba gran atención tanto a los aspectos mentales como a los físicos de la salud y la enfermedad. En una ocasión diagnosticó un caso de «mal de amores» a una joven asaltada por la debilidad y los nervios cada vez que un atractivo bailarín actuaba en la ciudad.
Galeno fue el primero en implantar la práctica de tomar el pulso a los pacientes, algo que los médicos siguen haciendo, y escribió un tratado sobre cómo el pulso (lento o rápido, intenso o débil, regular o irregular) podía resultar útil para diagnosticar la enfermedad, aunque no tenía ni idea sobre la circulación de la sangre.
Galeno estaba más interesado en la anatomía que los hipocráticos y no dudaba en abrir cuerpos de animales muertos y examinar esqueletos humanos siempre que podía. La disección de cuerpos humanos no estaba bien vista en las sociedades de la Antigüedad, de modo que Galeno no podía realizarla, aunque creemos que a algunos médicos podría habérseles permitido examinar los cuerpos de criminales condenados mientras estaban aún con vida.
Lo que Galeno sabía sobre la anatomía humana lo aprendió de la disección de animales, como cerdos y monos, y por afortunadas coincidencias: el descubrimiento de un cuerpo en estado de putrefacción o heridas de importancia que dejaban al descubierto la estructura de la piel, el músculo y el hueso. Los científicos siguen utilizando animales para sus investigaciones, pero deben ser cuidadosos a la hora de dejar claro de dónde han obtenido su información. Galeno olvidaba a menudo mencionar de dónde había obtenido sus datos, así que podía resultar confuso.
Para Galeno, la anatomía era una materia importante por derecho propio, aunque también resultaba fundamental para entender las funciones de los órganos del cuerpo. Uno de sus tratados más influyentes, «Sobre el uso de las partes», analizaba la estructura de las «partes» u órganos y qué papel jugaban en el funcionamiento del cuerpo humano. Galeno creía, como haría cualquiera, que cada una tenía su función, de otro modo no estarían allí. (Tengo dudas sobre si alguna vez vio un apéndice humano. Es probable que esta pequeña parte de nuestro sistema digestivo sirviera hace mucho, mucho tiempo para ayudar a la digestión de plantas, pero en la actualidad ha perdido su función.)
En el centro de todas las funciones corporales se hallaba una sustancia que los griegos denominaban pneuma. Se trata de una palabra de difícil traducción: a veces se usa espíritu, pero también incluye la idea de «aire», y ha dado pie a diversos términos médicos actuales, como neumonía. Según Galeno, el cuerpo contenía tres tipos de pneuma, y comprender la función de cada uno era fundamental para entender las funciones corporales. El tipo más básico de pneuma se asociaba con el hígado y se ocupaba de la nutrición. Según creía Galeno, el hígado absorbía material del estómago después de que éste hubiera sido ingerido y digerido, lo convertía en sangre y luego le infundía un espíritu «natural». A continuación, esta sangre del hígado fluía a través de las venas por todo el cuerpo para nutrir los músculos y otros órganos.
Parte de esta sangre pasaba desde el hígado, y a través de una gran vena llamada «cava», hasta el corazón, donde se refinaba con otro espíritu, el «vital». El corazón y los pulmones trabajaban juntos en este proceso: parte de la sangre corría a través de la arteria pulmonar (que sale de la parte derecha del corazón) hacia los pulmones, a los que nutría y donde también se mezclaba con el aire que inhalamos. Mientras, parte de la sangre del corazón pasaba de la derecha a la izquierda por la sección central de corazón (el septo).
Galeno pensaba que esta sangre era de un rojo intenso porque estaba llena de espíritu vital. (Galeno se dio cuenta de que la sangre de las arterias es de un color distinto que la de las venas.) Desde el lado izquierdo del corazón, la sangre salía a través de la aorta, la gran arteria por la que la sangre sale del ventrículo izquierdo para calentar el cuerpo. A pesar de detectar la importancia de la sangre en la vida de las personas, Galeno no tenía conciencia de que ésta circulara, como descubriría William Harvey casi mil quinientos años después.
En el esquema de Galeno, parte de la sangre del corazón también iba al cerebro, donde se mezclaba con el tercer tipo de pneuma, el espíritu «animal». Éste era el más refinado; proporcionaba al cerebro sus propias funciones específicas y fluía a través de los nervios, lo que nos permitía mover los músculos y experimentar el mundo exterior a través de los sentidos.
El sistema tripartito de espíritus de Galeno, cada uno de ellos asociado a órganos importantes (hígado, corazón, cerebro), estuvo vigente durante más de mil años. Vale la pena recordar que Galeno lo utilizaba sobre todo para explicar cómo funcionan nuestros cuerpos cuando estamos sanos. Al enfrentarse a pacientes enfermos, seguía confiando en el sistema de humores concebido por los hipocráticos.
Galeno escribió también sobre el resto de aspectos de la medicina, como los medicamentos y sus propiedades, las enfermedades de órganos especiales, como los pulmones, la higiene o cómo preservar la salud, así como sobre la relación entre nuestra mente y nuestro cuerpo. Su pensamiento era muy sofisticado; de hecho, creía que un doctor debía ser tanto un filósofo como un investigador, un pensador y un experimentador.
Según él, la medicina debía ser por encima de todo una ciencia racional, y prestaba mucha atención a los mejores métodos para adquirir buenos y fiables conocimientos. Médicos posteriores, que también se veían a sí mismos como hombres de ciencia instruidos, se sintieron atraídos por la mezcla de consejos prácticos (basados en la vasta experiencia de Galeno) y pensamiento profundo de éste. No existe ni un solo médico en toda la historia occidental que haya ejercido una influencia semejante durante tanto tiempo.
Hay varias razones que explican la larga sombra de Galeno. En primer lugar, tenía una buenísima opinión de Aristóteles, así que a menudo se los relacionaba en las conversaciones. Igual que Aristóteles, Galeno era un profundo pensador y un enérgico investigador del mundo. Ambos creían que este mundo había sido diseñado, y alababan al Diseñador. Galeno no era cristiano, pero creía en un Dios único, y a los primeros cristianos les resultó sencillo incluirlo en su redil.
La consecuencia de su confianza era que tenía respuesta para todo, y como la mayoría de gente que escribe numerosos libros durante un largo periodo de tiempo, no siempre era coherente, pero sí contundente en sus opiniones. Más adelante fue conocido como «el divino Galeno», un apelativo que le habría enorgullecido.