Saladino, antes de ser soberano de Babilonia, era un joven valiente y poderoso que se enfrentó a sarracenos y cristianos. Tantas victorias que celebrar le habían hecho perder sus posesiones entre fiestas y agasajos. Cuando se quedó sin nada pensó en acudir a casa de un famoso judío llamado Melquíades, que se dedicaba a prestar dinero con muchos intereses.
Saladino, por amor propio, no quería pedirle dinero, aunque lo necesitaba. Hizo llamar a Melquíades a su casa y lo recibió como a un amigo, pero sus intenciones no eran buenas. Quería tenderle una trampa para sacarle el dinero gratis. Así, comenzó su conversación alabando su sabiduría e inteligencia y, después, le preguntó que cuál de las tres religiones era mejor: la sarracena, la judía o la cristiana. El judío comprendió que le estaba tendiendo una trampa y le respondió con un cuento:
«Hace muchos años, un hombre poderoso y rico tenía un tesoro, y en él un anillo muy valioso. Este tesoro quedaría en herencia entre sus hijos. De todos sus hijos, el que tras su muerte encontrara un anillo sería considerado por todos el primer heredero y tendría que ser reverenciado y honrado por los demás.
Así sucedió, y así se hizo generación tras generación. El anillo pasó de mano en mano hasta llegar a la familia de un señor que tenía tres bondadosos hijos a los que quería por igual. Los muchachos conocían la historia y se esforzaban en ser honrados para ser merecedores de tan preciado tesoro.
Pero el anciano padre, que los quería a los tres, no sabía a quién dárselo. Antes de morir, visitó a un joyero para que hiciese dos copias exactas y así poder satisfacer a los tres muchachos. Cerca ya de la muerte, les mandó llamar uno por uno y les entregó en secreto un anillo a cada uno.
Finalmente, murió y todos se vanagloriaban se haber sido los elegidos, de tener el honor de la herencia paterna. Cuando se juntaron los tres hermanos, se dieron cuenta que era imposible distinguir cuál de los tres anillos era el verdadero, así que nunca se supo cuál era el bueno y ya nunca se sabrá. Los tres compartieron la herencia y el honor que les transmitió su padre.»
El sabio de Melquíades aplicó este cuento a la pregunta de Saladino sobre las religiones: cada persona tiene una herencia religiosa que hace ley. Nadie puede decir que esté en la fe verdadera, pues no conocemos todas las herramientas para discernir cuál es la religión verdadera.
Saladino admiró la inteligencia de Melquíades y lo hábil que había sido escapando de su trampa por lo que decidió ser sincero y exponer abiertamente la necesidad que tenía de dinero. Saladino se sintió mal por haber intentado engañar al judío y, gracias a esta anécdota y a la rectificación en su postura, ganó a un amigo para toda la vida.
Sobre Saladino y Melquíades
La reconquista de Jerusalén por el sultán Saladino en el año 1187 provocó la Tercera Cruzada, en la que participó el famoso Ricardo I de Inglaterra (Ricardo Corazón de León). La Tercera Cruzada terminaría con el pacto entre Saladino y Ricardo, por el que se garantizaba a comerciantes y peregrinos el libre acceso a Jerusalén, manteniendo la ciudad en manos sarracenas. La historiografía musulmana ha inmortalizado a Saladino como parangón de virtud principesca y su figura fascinó a los novelistas occidentales.
Melquíades Ben Yehuda fue un prestamista judío de Toletum. Fue obligado por el obispo Oppas a emplear sus influencias entre los nobles y potentados del reino, en beneficio de la candidatura de su sobrino Akhila.
Recuerdo que esta historia me la contaban alguna que otra vez en el colegio. :)