Alrededor del año 454 a.C. el historiador griego Herodoto (c. 485-425 a.C.) visitó Egipto e, igual que nosotros, se quedó asombrado con las pirámides y las estatuas gigantes de Tebas (de unos veinte metros de alto), en el curso superior del Nilo. Le resultaba difícil entender lo antiguo que era todo.
Herodoto.
La época de esplendor de Egipto había terminado y hacía mucho tiempo que los persas la habían sobrepasado. Herodoto vivía en una sociedad mucho más joven y vigorosa que estaba todavía en su esplendor y que conquistaría Egipto un siglo más tarde, bajo el mando de Alejando Magno (356-323 a.C.). En la época de Herodoto, la gente que pensaba y escribía en griego dominaba un área creciente del Mediterráneo oriental.
El mundo según Herodoto.
En esta sociedad habían surgido las obras de Homero, el poeta ciego, como la historia de la derrota de los troyanos a manos de los griegos gracias a la construcción de un caballo gigante dentro del cual se escondieron, o el fantástico viaje de regreso a casa del héroe griego Ulises, participante en la guerra de Troya. Los griegos eran grandes constructores navales, comerciantes y pensadores.
Uno de estos primeros pensadores fue Tales (c. 625-545 a.C.), un mercader, astrónomo y matemático de Mileto, en la costa de la actual Turquía. Nada de lo que escribió ha llegado directamente hasta nuestros días, pero hubo autores posteriores que lo citaron y que relataron anécdotas que ilustraban su carácter. En una de ellas se cuenta que en una ocasión estaba tan concentrado contemplando las estrellas que se olvidó de mirar por dónde andaba y cayó en un pozo.
Tales de Mileto.
En otro relato sale mucho mejor parado: gracias a su inteligencia, fue capaz de prever que iba a haber una gran cosecha de aceitunas, de modo que antes de la recolección, cuando nadie las necesitaba, alquiló todas las prensas; tras la recogida de las aceitunas, pudo realquilarlas y obtuvo con ello grandes beneficios. Tales no fue el primer profesor despistado (más adelante conoceremos a unos cuantos) ni el único en conseguir dinero aplicando sus conocimientos.
Se decía que Tales había visitado Egipto y que había difundido las matemáticas egipcias entre los griegos. Tal vez se trate de otro cuento, como el que afirma que predijo con precisión un eclipse total de Sol (no dominaba lo suficiente la astronomía para ello). Más creíble resulta el modo en que trató de explicar los sucesos naturales, como la fertilización de la tierra gracias a la crecida del Nilo o el origen de los terremotos en el sobrecalentamiento del agua en el interior de la corteza terrestre.
Tales de Mileto mide la pirámide.
Para Tales el agua era el elemento principal, y describió la Tierra como un disco que flotaba sobre un enorme océano. A nosotros puede sonarnos gracioso, pero el caso es que Tales tenía una verdadera intención de explicar las cosas en términos naturales, más que sobrenaturales. Los egipcios creían que los causantes de la crecida del Nilo eran los dioses.
A diferencia de Tales, Anaximandro (c. 611-547 a.C.), también originario de Mileto, creía que la sustancia más importante del universo era el fuego. Fue Empédocles (c. 500-430 a.C.), un filósofo de Sicilia, quien estableció que existían cuatro elementos: aire, tierra, fuego y agua. Esta división nos resulta familiar porque se convirtió en el paradigma generalizado durante casi dos mil años, hasta finales de la Edad Media.
Teorías de Empédocles sobre los elementos y las fuerzas.
Que fuera el paradigma generalizado no significa que absolutamente todo el mundo aceptara el esquema de los cuatro elementos como una verdad absoluta. Tanto en Grecia como más tarde en Roma, un grupo de filósofos conocidos como los «atomistas» creía que el mundo estaba formado por partículas diminutas llamadas átomos. El más famoso de estos primeros atomistas era Demócrito, que vivió aproximadamente en 420 a.C. y cuyas ideas conocemos a través de algunos fragmentos de su pensamiento que citaron otros autores.
Demócrito
Demócrito creía que en el universo había muchísimos átomos, y que éstos habían existido siempre: los átomos no podían dividirse ni destruirse. Aunque eran demasiado pequeños para ser vistos, creía que tenían distintas formas y tamaños, ya que ello explicaría por qué las cosas formadas por átomos tenían diferentes gustos, texturas y colores. Aunque estas cualidades sólo existían porque los humanos tenemos gusto, sentimientos y vista. En realidad, según Demócrito, lo único que existe son «átomos en el vacío», lo que nosotros denominamos materia y espacio.
Los griegos y el átomo.
Las teorías de los atomistas no eran muy populares, sobre todo la opinión de Demócrito y sus seguidores de que los seres humanos «evolucionaban» gracias al ensayo y el error. Una curiosa hipótesis sugería que en un origen había existido un gran número de partes de plantas y animales que podían combinarse potencialmente de cualquier modo (una trompa de elefante con un pez, un pétalo de rosa con una patata…), antes de que al final se unieran tal y como las conocemos ahora.
La idea era que si la pata de un perro se juntaba por accidente con un gato, ese animal no sobreviviría, así que no habría ningún gato con patas de perro. Es por ello que, tras un periodo de tiempo, todas las patas de perro terminaron en los perros y, gracias a Dios, todas las piernas humanas terminaron en los humanos. (Existe otra versión griega de la evolución que resulta más realista, aunque un poco repulsiva: todos los seres vivos habrían cobrado vida a partir de un limo original y muy antiguo.)
Evolución de la vida según los griegos.
Dado que el atomismo no establecía un propósito final ni un gran diseño del universo, sino que en él las cosas sucedían por suerte y necesidad, a la mayoría de la gente no le gustó. Se trata de un punto de vista desalentador, y la mayoría de los filósofos griegos buscaban un propósito, la verdad y la belleza. Los coetáneos de Demócrito y sus seguidores atomistas estaban al tanto de todos sus argumentos; lo que sabemos de ellos nos ha llegado a través de las citas y las discusiones de filósofos posteriores.
Lucrecio (c. 100-55 a.C.), un atomista que vivió en la época romana, escribió un bello poema científico, «De rerum natura» (Sobre la naturaleza de las cosas), en el que describía en términos atomistas los cielos, la Tierra y todo lo que había sobre ella, incluida la evolución de las sociedades humanas.
De rerum natura.
Conocemos los nombres y algunas de las contribuciones de docenas de antiguos científicos y matemáticos griegos que abarcan un periodo de casi mil años. Aristóteles fue uno de los más destacados. Su concepción de la naturaleza era tan potente que constituyó un referente hasta mucho después de su muerte. Pero hay tres personas que vivieron después de Aristóteles que hicieron contribuciones especialmente significativas al incipiente desarrollo de la ciencia.
Aristóteles.
Euclides (c. 330-c. 260 a.C.) no fue el primero en sumergirse en la geometría (los babilonios era expertos en ella), pero sí el que reunió en una especie de libro de texto los presupuestos, las reglas y los procesos básicos de la materia. La geometría constituye una rama práctica de las matemáticas referida al espacio: puntos, líneas, superficies, volúmenes.
Euclides.
Euclides describió conceptos geométricos, como que dos líneas paralelas nunca se encuentran o que los ángulos de un triángulo suman 180 grados. Su libro «Elementos» fue admirado y estudiado en toda Europa; es posible que también vosotros estudiéis algún día su «geometría plana», y espero que descubráis su clara y sencilla belleza.
El segundo de este trío de grandes científicos, Eratóstenes (c. 284-c. 192 a.C.), estableció el diámetro de la circunferencia de la Tierra de un modo sencillo pero ingenioso: mediante la geometría. Sabiendo que en el solsticio de verano, el día más largo del año, el Sol estaba justo encima de un lugar llamado Siena, midió el ángulo del Sol en ese mismo día sobre Alejandría (donde trabajaba como bibliotecario de su famoso museo y librería), a unos cinco mil estadios al norte de Siena. (El estadio era una unidad de longitud griega, que equivale a unos ciento cincuenta metros.)
Eratóstenes.
A partir de estas mediciones utilizó la geometría para calcular que la Tierra tenía unos 250.000 estadios de diámetro. ¿Era una medición certera? La verdad es que la aproximación de 40.074 kilómetros de Eratóstenes no se aleja mucho de los 40.008 kilómetros alrededor del Ecuador calculados en la actualidad. Hay que remarcar que Eratóstenes pensaba que la Tierra era redonda; la creencia de que ésta era una enorme superficie plana y que la gente podía caer por el borde no siempre había sido generalizada, a pesar de las historias que se cuentan sobre Cristóbal Colón y su viaje a América.
El último de los tres grandes científicos griegos también trabajaba en Alejandría, la ciudad del norte de Egipto fundada por Alejandro Magno. Claudio Ptolomeo (c. 100-c. 178), como muchos otros científicos del mundo antiguo, tenía intereses muy amplios. Escribió sobre música, geografía y la naturaleza y el comportamiento de la luz, aunque el trabajo que le dio una fama perdurable fue «Almagesto», según el título que le pusieron los árabes.
Claudio Ptolomeo y su teoría de las esferas.
En este libro, Ptolomeo reunió y desarrolló las observaciones de numerosos astrónomos griegos, entre ellas mapas celestes, cálculos sobre el movimiento de los planetas, la Luna, el Sol y las estrellas, y la estructura del universo. Como todo el mundo en su época, daba por hecho que la Tierra era el centro de todo y que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas giraban a su alrededor en trayectorias circulares. Ptolomeo era un gran matemático y descubrió que, si introducía algunas correcciones, podía explicar los movimientos de los planetas que tanto él como mucha gente antes que él habían percibido.
Resulta bastante difícil justificar que el Sol gira alrededor de la Tierra cuando en realidad ocurre lo contrario. El libro de Ptolomeo fue de lectura obligada para los astrónomos de los países islámicos y de la Europa medieval, hasta el punto de convertirse en uno de los primeros libros en traducirse al árabe y luego al latín. De hecho, muchos consideraban que Ptolomeo estaba a la altura de Hipócrates, Aristóteles y Galeno, aunque para nosotros, estos tres personajes merecen cada uno su propio repaso.