Comencemos por entender qué es la ley de atracción. Nuestra mente tiene un poder que se traduce en una forma de energía. Durante nuestras vidas olvidamos el poder de la mente al encontrarnos sumidos en emociones intensas y contradictorias.
Nuestros pensamientos y emociones se expresan en ideas y acciones positivas o negativas. Estas ideas se proyectan en la trama energética del universo y regresan a nosotros reforzadas y multiplicadas. Del mismo modo, nuestras ideas negativas, como miedos, inseguridades y traumas deben ser canalizados y desactivados de manera que no se conviertan en malas proyecciones.
Dicho de otra manera, la ley de atracción nos recomienda concentrarnos en proyectar ideas positivas para recibir resultados positivos. De este modo recuperaremos nuestro poder y utilizaremos la voluntad para transformar nuestra realidad.
Para recuperar el poder de la mente mediante la ley de atracción es necesario tener propósitos claros y reafirmarlos continuamente. Este proceso se convierte poco a poco en un ritual que convierte las intenciones en hechos concretos a través del tiempo.
Lo primero es notar y transformar las ideas negativas que nos acechan. Es fundamental que nuestros pensamientos, acciones y palabras surjan de un lugar de amor y abundancia, de manera que eso mismo sea lo que recibamos de vuelta.
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No se trata de reprimir las ideas negativas, sino de transformarlas en intenciones positivas y declararlas al universo en forma de propósitos. Por ejemplo, si estás agobiado y estresado en tu empleo y piensas continuamente “no quiero seguir haciendo este trabajo”, el mensaje que estás enviando al universo puede traducirse en un despido.
Una forma de transformar el ejemplo anterior en un propósito positivo podría ser escribir en una libreta cuál sería tu trabajo ideal. Lo mismo ocurre para las relaciones, la salud y cualquier ocupación humana.
Para la ley de atracción, no basta con decir «quiero un buen trabajo» o «quiero conocer al amor de mi vida». Se trata de construir la intención y el propósito con cuidado y de manera constante.
Los propósitos deben enunciarse o escribirse en presente, y sin utilizar frases negativas (como en el primer ejemplo). Un propósito concreto puede expresarse como: «Tengo un trabajo que satisface y supera mis necesidades económicas, en donde puedo expresar mis ideas y capacidades libremente, y donde mi esfuerzo se reconoce.»
La idea es que, al enunciarlo en presente, estás enviando al universo el mensaje de que esa realidad ya existe dentro de ti. Puedes pegar tu propósito en una pared o tenerlo cerca para que lo recuerdes constantemente. Al leerlo, es importante que lo imagines como algo ya consumado, es decir, como si ya tuvieras ese trabajo que tanto deseas.
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Más allá de sus componentes esotéricos o espirituales, la ley de atracción nos recuerda el poder que tiene la voluntad activa en la transformación de nuestra realidad. Retomar el poder de nuestra mente, amenazada continuamente por las distracciones y ocupaciones cotidianas, es el mejor principio para hacernos conscientes de lo que merecemos.