Siempre me ha obsesionado la extraña majestuosidad del fuego. ¡Qué profunda su voz capaz de crear y destruir con igual pleitesía! Qué misteriosa la luz que no encuentra cobijo más que en las sombras. Qué generosa la tierra que se alimenta de sus propias raíces. ¿Por qué arde el fuego en más fuego?
El talento, como el fuego, se nutre de los talentos próximos y ajenos, los embauca, los seduce, y los devora. No existe tal cosa como un talento creativo. Es una falacia absurda y triste. Todo talento es por definición reactivo. Es una consecuencia, es una respuesta, es un vocablo que abarca otro vocablo. Es un fuego que arde en más fuego.
Dicen los sabios que el arte preña líneas sanguíneas entre los que beben de su fuente, celebrando una suerte de unción que universaliza los espíritus. Dicen los sabios que el maestro se hace tal de la mano de otro maestro, y
pobre de la mano que no se sustente en otra, porque está condenada a la caída.
No hay Aristóteles sin Platón, ni Picasso sin Goya. No hay Joyce sin Cervantes, ni Schiele sin Klimt. No hay fuego sin hoguera.
Esta sección pretende ensalzar las ascuas sin las que la llama sería sólo humo. Cada chispa de vida, cada minúsculo resplandor, puede derivar en una hecatombe que todo consuma, y puesto que todo océano está compuesto de gotas, he aquí un génesis que cercena olas para escudriñar la espuma.
Extravagantes, histriónicos, fatalistas, depravados, elocuentes, seductores, miserables, y creadores. ¿Cuán profundas son las aguas de las que bebe Madonna?
Tuya es la decisión. Mío el privilegio. Sígueme.
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