Yukio Mishima fue uno los novelistas más famosos de Japón y una persona prolífica que poseía múltiples facetas: autor y genio literario, dramaturgo, poeta, actor, director de cine e incluso modelo. Aunque era un homosexual no declarado, también era un fascista extremista. Practicó culturismo de manera rigurosa durante casi toda su vida y en 1968 formó su propio ejército con el fin de proteger al emperador. Años más tarde intentó dar un infructuoso golpe de estado en Japón, tras el cual se suicidó siguiendo el ritual del seppuku.
Para los que no están familiarizados con la cultura japonesa, al seppuku también se le llama harakiri. Este ritual era practicado por los samurais como una forma de morir por voluntad propia, y no por muerte natural. Uno mismo se clavaba una daga en el abdomen y se seccionaba la zona para sacarse las entrañas e intestinos. Como esta forma de morir resultaba algo lenta, había un ayudante (kaishakunin) que lo decapitaba en el momento justo para evitarle una muerte agónica. Desafortunadamente, se tiene constancia que el ayudante de Mishima no era muy diestro con la espada y tras varios intentos fallidos, otra persona más apta tuvo que rematar la faena.
Algunos escritores no son personas raras porque escriban cosas extrañas, sino porque su forma de vida y las cosas que hacen resultan tan bizarras como las ficciones que escriben. Kimitake Hiraoka era el nombre real de Yukio Mishima, a día de hoy, uno de los autores más reconocidos del siglo XX por sus trabajos, que han sido traducidos a numerosos idiomas.
Las temáticas que obsesionaban a Mishima eran el amor, el océano, Japón, los políticos, la cultura, el sexo y la muerte. Por ejemplo, en su obra El pabellón de oro, un niño observa cómo su madre mantiene relaciones sexuales con otro hombre en presencia de su padre asesinado. Este trauma le convierte en una persona tartamuda y sin esperanzas que poco a poco se obsesiona con un templo de Kioto del que no puede dejar de pensar incluso estando en compañía de prostitutas. En su libro El marino que perdió la gracia del mar nos cuenta la historia de un grupo de chicos de trece años que rechazan el mundo adulto y al final acaban matando al novio de una de sus madres porque creían que era una persona demasiado dulce y romántica, y no el rudo marinero que imaginaban.
A pesar de que Mishima era un culturista que posaba para las fotografías vestido como un samurai, era un gay encerrado en el armario y que su trabajo trataba de adolescentes asesinos o niños que observaban a su madre cómo practicaba el sexo con un extraño, lo que realmente hace de Mishima una persona singular es la manera en que dejó este mundo.
Imagen de su libro «La muerte de un hombre», donde recrea la obra «San Sebastián» del pintor Guido Reni.
El gran día llegó el 25 de noviembre del año 1970. Hacía sol y en el ambiente una fresca claridad. Mishima se despertó pronto como de costumbre y terminó el último capítulo de su obra La corrupción de un ángel, el último libro de su tetralogía llamada El mar de la fertilidad.
Cinco hombres con el uniforme rojo del Tate-no-kai entraban en el Japan Defense Agency, antes, Ministerio Imperial de la Guerra. Eran: el escritor de 45 años Yukio Mishima, varias veces rayando el Nobel y orgullo literario del Japón; Masakatsu Morita, de 23 años, lugarteniente de Mishima; Furu Koga, de 23 años, estudiante; Masayoshi Koga, de 21 años, de origen campesino, y Masahiro Ogawa, de 22 años, portaestandarte de la orden.
Yukio Mishima antes de su suicidio.
La presencia del grupo fue anunciada al teniente general Kanetoshi Masuda, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Terrestres de Autodefensa, que les estaba esperando. El militar pronto comprendería que no era ésta una visita ordinaria. Asistió a todos los acontecimientos atado a su sillón de despacho. Primero, Mishima se hizo dueño total de la situación, hiriendo a 12 hombres de entre los muchos que intentaron reducirle.
Llevaba su espada del siglo XVI. Todos los heridos reconocerían después que Mishima, muy diestro en el arte de la esgrima, no quiso matar. Segundo, a su mandato, todo el personal del edificio fue concentrado en el patio, bajo el balcón de la oficina del general. Allí había acudido también la prensa, la radio, la televisión… Tercero, Yukio Mishima y Morita, con guantes blancos y con la banda limpia de sol naciente bordeando sus cabezas, salen al aire libre, y desde lo alto dejan caer un mensaje antiguo.
El sudor de sus frentes no enturbia sus ojos. Mishima les habla, pero ellos no escuchan. ¿Ha helado tanto…? Cuarto, silencioso y sereno, mira por última vez la libertad de los condenados y no la insulta, pero se vuelve hacia dentro a fin de ultimar el sacrificio de su existencia. Mishima y Morita se hacen seppuku. Y el general Masuda reverencia varias veces, con sinceridad, los aromas de la sangre derramada y las cabezas cortadas. ¡Tenno Heika Banzai…!
«¿¡Por qué el emperador se convirtió en hombre!?»… «He decidido sacrificarme por las viejas y hermosas tradiciones del Japón, que desaparecen velozmente, día a día».
En esta fotografia del diario Asahi vemos en la esquina inferior izquierda las cabezas de Mishima y Morita tras el seppuku.
La cabeza de Yukio Mishima.
El 14 de enero de 1925, Mishima venía al mundo con el nombre de Kimitake Hiraoka. Mas no importa si Hiraoka renunció a la prosperidad que le auguraba su carrera de leyes. Interesa la persona capitaneada por Mishima: hombre de la doctrina del bien morir a la muerte, del buen renacer en el espíritu.
«Un genio literario como el de Mishima sólo lo produce la humanidad cada dos o tres siglos»- dijo Yasunari Kawabata, primer Nobel de las letras japonesas-. Sin embargo, Mishima se definió como «un escritor muy serio que no ama la literatura». No fue el gusto, sino el deber a otro amor, lo que hizo a Yukio Mishima redactar una composición fecundísima, dominando el lenguaje de los tiempos antiguos y modernos, y los modismos y los estilos más variados.
A la izquierda, Yukio Mishima en 1931. A la derecha en 1940.
«Yo trabajo como un jornalero -decía-, pero permanezco fiel a la ética de los samurai.» Esta fidelidad le hizo un gigante: le dio arte, habilidad, valentía, belleza… Fue, en fin, el aliciente que perfeccionó sus aristas de hombre.
Pierre Pascal ha dado a conocer que existió un libro en la vida de Mishima, del cual ni quiso nunca desprenderse. El Hagakure, de Jocho Yamamoto. Fue, para el escritor japonés, «la primera luz en las tinieblas de la época». He aquí el faro que jamás dejó de manejar, fijando el oriente de un Japón que palpita en el sol que nace.
El Hagakure le enseño a recordar y a fortalecer una flor bien prendida en la intimidad de su alma: el Bushido. Mas… ¿qué es esta palabra?: un poema, un estandarte, un estilo… ¡el Bushido!: el código espiritual de los antiguos guerreros samurai; los «preceptos del caballero», leal, recto, filial y valeroso; el zen en el arte de la guerra, o la vía interior por el ejercicio de las armas brillantes. Estas son sus 17 normas:
– No tengo padres: mis padres son el cielo y la tierra.
– No tengo ningún poder divino: la lealtad es mi poder.
– No tengo ningunos medios: la obediencia es mi medio.
– No tengo ningún poder mágico: mi magia es la fuerza interior.
– No tengo ni vida ni muerte: lo eterno es mi vida y mi muerte.
– No tengo cuerpo: la fuerza es mi cuerpo.
– No tengo ojos: mis ojos son el resplandor del rayo.
– No tengo orejas: mis orejas son la sensibilidad.
– No tengo ningún miembro: mis miembros son la prontitud.
– No tengo ningún proyecto: mis proyectos son la ocasión.
– No tengo nada de milagros: mis milagros son la Ley.
– No tengo ningunos principios: mis principios son la adaptación a todas las cosas.
– No tengo ningún amigo: mis amigos son mi espíritu.
– No tengo ningún enemigo: mis enemigos son la imprudencia.
– No tengo ninguna coraza: buena voluntad y rectitud son mi coraza.
– No tengo ningún castillo: el espíritu inquebrantable es mi castillo.
– No tengo ningún sable: el sol y el espíritu son mi sable.
En el Hagakure, Mishima encontró el resumen: «El Bushido es la muerte. Si se presentan dos caminos, es preferible escoger aquel en que se muere más deprisa.» Pero morir…: «Morir de amor sufriendo toda la vida: ese debe ser el verdadero significado del amor», que, aun presente, nunca es correspondido en el orbe de los desterrados, sino más allá. Para alcanzar, pues, la plena realización de ese amor es preciso elegir el camino más corto, que despidiéndose del mundo lleva al paraíso en vida, o al cielo en muerte.
Mishima atesoró fidelidad. Los recuerdos de una dama viviendo tras los muros de un castillo olvidado por la civilización de los bárbaros le atrajeron. No quiso abrazar los ídolos fríos del degradante cosmopolitismo; amó antes la tradición. Por ella se afanó en olvidar, en no tener ojos para otras, en salir del mundo viviendo y en morir al mundo muriendo.
Mas no se vive ni se muere de cualquier manera. El paso, la huida, la libertad son rutas embellecidas y de suavizados perfiles hasta la perfección. La elegancia, la galanura estética son deberes de la buena casta. El cuerpo bien sano, limpio, vigoroso, hermoseado exteriormente por la acción interna , es el inmejorable templo visible de espíritu.
Mushima lo entendió así. ¿Cómo no ser atractivo en la muerte? Quien no cautiva es rechazado. ¿Acaso el descuido no llama a la ruina? Cuidarse es de nobles, de seres que se exigen…: «Trabajo tanto en el gimnasio porque pienso morir pronto y quiero fabricarme un hermoso cadáver…», decía.
«El Hagakure es el padre de mi literatura. Yo vivo el Hagakure.»
Mishima escribió mucho y bien. Entre sus obras podemos citar: Confesiones de una máscara, El sonido de las olas, Colores prohibidos, El templo del pabellón dorado, El sacerdote y su amor, Después del banquete, Patriotismo, Sol y acero, su obra cumbre: El mar de la fertilidad… Tanto en Sed de amor, como en Nieve de primavera y en Caballos desbocados, por ejemplo, se aprecia siempre que amar no es posible, no es propicio.
El entorno está saturado de extrañezas. No vive la mujer aunque haya mujeres: no hay guerreros aunque existan ejércitos; no florece el Japón aunque su frenético desarrollo industrial aventaje a los países occidentales; no existe institución imperial aunque el emperador tenga un palacio, y no reside la teocracia en los parlamentos aunque los políticos busquen la justicia, anden tras la paz y procuren el dominio del orden.
En sus obras puso al Japón que, desde el siglo VIII, quedó hermanado en el sintoísmo y en el budismo. Amaterasu, cima de la corte celestial sintoista, habló, en aquel tiempo, al monte Gyoji sobre la bondad de este parentesco.
Elevó el teatro tradicional kabuki (creó 18 obras) y rescató al Nō. Hizo películas. Y dirigió e interpretó con maestría. Mishima amó las ausencias. Las quiso y fue hacia ellas, poco a poco; después, reunió en uno todos los sacrificios de su tránsito terrenal. Esta ley quedó rubricada con su ejemplo. La espada, que fue forjada para separar, fue un pincel sobre un paño blanco, y la pluma una espada entre las manos que por respeto no llegan a tocar el acero. ¡Gotas negras, gotas rojas!, y sosteniéndolas el color de las solemnes purificaciones, sobre el que se escribe, en el que se empapan regueros de sangre.
A la derecha, Mishima simulando un seppuku para una película.
En el año 1966 crea la Secta del Escudo (Tate-no-kai): una barrera, no obstante, sin armas, sólo pechos de corazones encendidos, entre la subversión y el emperador; una élite destinada a caer sin lucha, pero, a impedir con el sacrificio el progreso de las masas endiabladas; un paso de las Termópilas, mas obstaculizado por espartanos que no combaten, sino que vencen dejándose matar impasibles.
El Tate-no-kai, sin embargo, no tuvo que llegar nunca a interponerse, entre el emperador Hirohito y las vanguardias izquierdistas. ¿Acaso, aunque pudiera devorarse entre sí, estas dos fronteras, no pertenecen ambas a dos diferentes dimensiones de un mismo nivel desacralizado fuera de la tradición? El Tate-no-kai pudo haberse inmolado con sus 80 hombres para conmover las conciencias, dar victoria a los abatidos y humildad a los soberbios: retornar al Imperio.
Mishima junto a su ejército Tate-no-kai.
Pero no les fue dada esta oportunidad. El Tate-no-kai tendría que desaparecer. Para esta invitación a reemprender los rectos senderos, bastaría un aldabonazo y un soberano ¡adiós! Sería suficiente la despedida ritual de su fundador y máximo jefe, Yukio Mishima, acompañado del seppuku (harakiri) de su gran amigo Masakatsu Morita. Con ellos iba toda la Secta del Escudo.
¿Flores de luto? La madre de Mishima señaló: «Hoy ha sido el día más feliz en la vida de mi hijo.»
Mishima con su mujer Yoko Sugiyama.
Mishima de niño.
Mishima con su mujer Yoko.
Mishima casándose con su mujer Yoko el 11 de junio de 1958.
Mishima durante su graduación de Instituto.
Mishima en el aeropuerto con su mujer Yoko.
Mishima con un regalo del emperador.
Mishima en el gimnasio Korakuen.
Mishima con su hermana Mitsuko.
A la izquierda, Mishima en su boda de 1958. A la derecha, mientras estaba en la universidad.
Boda de Mishima.
Entrevista a Yukio Mishima en inglés, de 1969.