El tímido descubridor de la gran verdad astronómica
Los genios no siempre han sido esos sujetos de melena arrebatada y grandes efusiones que tanto gustan a los biógrafos. Por el contrario, muchos fueron gente metódica, tranquila, de vida aparentemente anodina y carente de pasiones. Personas que escogieron una existencia sin demasiados sobresaltos ni compromisos como medio, entre otras cosas, de ganar tiempo para el estudio y la reflexión.
Así fue Nicolás Copérnico, un discreto canónigo de provincias en la Polonia del siglo XVI que, sin instrumentos apenas y guiado tan solo por su curiosidad científica, su talento matemático y su voluntad de buscar la verdad, descubrió y demostró a sus contemporáneos que no es el Sol el que, como parece, da vueltas alrededor de la Tierra, sino la Tierra la que gira alrededor del Sol. Su De revolutionibus orbium caelestium, donde explica el hallazgo, es sin duda uno de los más importantes libros en la historia de la ciencia universal.
Nicolás nació el 12 de febrero de 1473 en la ciudad de Torun, a orillas del río Vístula. Resultó un niño inteligente, y su tío, el obispo de Warmie, decidió que merecía la pena protegerle. A los 18 años, el joven Copérnico llegó a la Universidad de Cracovia, donde un buen día entró por azar en el aula en que dictaba sus clases un profesor de astronomía llamado Brudzewski. Allí se enamoró de esta ciencia, aunque también estaba interesado en la filosofía, la medicina y la pintura. Estudió en Italia, y con 26 años ya explicaba matemáticas en Roma ante un público selecto.
Pero la estabilidad de su porvenir solamente se concretó cuando, cuatro años después, se ordenó sacerdote. En 1510 fue destinado (mediando en ello su tío el obispo) a una tranquila ciudad de provincias, Frauenburg, de donde apenas saldría hasta su muerte, en 1543. Allí –entre otras cosas, diseñó un artificio mecánico para subir el agua hasta la ciudad– fue querido y respetado. Y allí fue también donde concibió por primera vez su modelo del universo. Se ignora exactamente en qué momento descubrió Copérnico la tremenda verdad, que llevaba la contraria a todo cuanto se decía en la Biblia, o sea, a lo que él mismo estaba obligado a predicar desde el púlpito.
Se cree que pasó más de 25 años manteniendo el secreto sin atreverse a publicarlo. Ciertamente, si lo hubiera hecho el resultado habría sido predecible: una inmediata acusación de herejía. Así que la publicación no tuvo lugar hasta el momento en que ya no había nada que temer. Enfermo Copérnico, su discípulo Rético llevó el De Revolutionibus al impresor y revisó las pruebas. Y aún quiso la historia que Nicolás alcanzase a ver y acariciar, en su lecho de muerte, el primer ejemplar impreso de la obra que lo inmortalizó.
Un genio tranquilo – Discreto hasta el final, Copérnico no se atrevió a publicar su tremendo hallazgo hasta poco antes de su muerte por miedo a ser tachado de hereje. Y en efecto, su obra fue prohibida un año después.
El Sol en el centro: teoría y herejía – La teoría heliocéntrica de Copérnico, que demostraba la rotación diaria de la Tierra sobre su eje y su traslación anual alrededor del Sol, llevaba la contraria a la teología cristiana, desplazando al ser humano del centro del universo.