Plutón, Pluto o Hades

Cuenta la leyenda, que cuando los tres soberanos hijos de Saturno: Júpiter, Neptuno y Plutón, se repartieron el mundo, a Plutón, debido a que era el más joven, se le asignó la peor parte: el reino desolado de los infiernos.

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El infierno es la morada subterránea donde van a parar las almas de los muertos con el fin de ser juzgadas y recibir la pena que por sus crímenes merezcan, o la recompensa que por sus actos honrados sean merecedores.

En la puerta se encuentra continuamente en vela un perro con tres cabezas llamado Cancerbero (o Cerbero), el cual con sus triples aullidos y sus mordeduras impide a los vivientes que entren allí y a las sombras que puedan salir. Las sombras son mitad almas porque son inmateriales y mitad cuerpos porque conservan la figura humana.

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Si se ha de dar crédito a los poetas, el gran espacio que ocupaban los infiernos estaba rodeado por dos ríos, el Aqueronte y el Estigia, que debían ser atravesados para poder llegar a la residencia de Plutón.

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La Barca de Caronte, 1932, por José Benlliure Gil.

Pero el barquero Carón (Caronte) era un viejo feroz que rechazaba duramente y golpeaba con el remo a los desgraciados que habían muerto pero permanecían todavía insepultos; también maltrataba a todos los que no podían pagarle un óbolo, que era el precio del pasaje. A los demás les hacía sentar en su barca, los transportaba a la ribera opuesta y los entregaba a Mercurio, que les conducía ante el terrible tribunal.

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Tres jueces estaban sentados en él y administraban justicia en nombre de Plutón y a su presencia; estos eran: Minos (antiguo rey de la isla de Creta), Eaco (rey de la isla de Egina) y Radamantis (hermano de Minos), los tres de una integridad a toda prueba; pero Minos era más sabio que sus colegas, gozaba de la preeminencia y empuñaba en su mano un cetro de oro.

Cuando la sentencia se había hecho pública, los buenos eran introducidos en los Campos Elíseos y los malos eran precipitados en el Tártaro.

El Elíseo o Campos Elíseos eran la morada que se destinaba a los buenos después de la muerte. Unas frondas en perenne verdor, la brisa embalsamada del Céfiro, praderas esmaltadas de flores embellecían esta afortunada región. Un jubiloso enjambre de pájaros cantaban melodiosamente en la espesura, y el sol no era jamás empañado por la más leve niebla.

El Leteo serpenteaba con suave murmullo; una tierra fecunda rendía al año doble o triple cosecha y ofrecía, a su debido tiempo, flores y frutos. Allí no tenían entrada el dolor, la enfermedad ni la vejez, y a la bienandanza de que gozaba el cuerpo, iba unida la ausencia de los males que pueden afligir al alma. La ambición, el odio, la envidia y las bajas pasiones que agitan a los mortales eran allí completamente desconocidas.

El Tártaro, lugar destinado a los malvados, era una vasta prisión fortificada, guardada por un triple muro y circundada por un río de fuego llamado Flegetón. Tres Furias: Alecto, Meguera y Tisífone, eran las gondoleras de esta ígnea corriente; con una mano empuñaban una antorcha flamígera y con la otra un látigo sangriento, con el cual flagelaban sin tregua ni piedad a los malhechores cuyos crímenes exigían severos castigos.

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Las Furias (erinias para los griegos) en el cuadro de William-Adolphe Bouguereau (1825-1905), “El remordimiento de Orestes” (1862)

El Tártaro era el lugar donde se hallaban Ticio, cuyo seno era roído por un buitre; Tántalo, corriendo sin cesar tras la onda fugitiva, y las Danaides, esforzándose por llenar un tonel sin fondo. Ticio era uno de los gigantes, el cual ofendió a Latona, madre de Apolo, y fué muerto por este dios de un flechazo. Tántalo, que había asesinado a su propio hijo, estaba condenado a ser devorado por la sed a pesar de hallarse rodeado de agua y a tener siempre hambre aunque tuviese a su alcance un árbol de fruta. Las Danaides habían asesinado a sus esposos la noche de bodas.

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Las Danaides

En el Tártaro también moraban aquellos que habían odiado a sus hermanos, maltratado a sus padres, engañado a sus pupilos… aquí gemían los servidores infieles, los ciudadanos traidores a su patria, los avaros, los príncipes que habían suscitado guerras injustas…

Todos expiaban sus faltas, todos quisieran volver a gozar de la luz del día para comenzar de nuevo una existencia apacible y llena de merecimientos. No lejos del Tártaro moraban los Remordimientos, las Enfermedades, la Miseria vestida de andrajos, la Guerra chorreando de sangre, la Muerte, las Gorgonas, que tenían serpientes en vez de cabellos, la Quimera, las Arpías y otros monstruos a cual más horribles.

Aquí, desde hacía muchos años, reinaba Plutón cansado ya de su celibato. El horror que inspiraba su mansión, la repugnante fealdad de su aspecto y la dureza de su carácter, hacían que huyeran de él todas las diosas, ninguna de las cuales se avenía a ser su esposa, por lo que tuvo que recurrir a la violencia.

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Estatua de Proserpina en Polonia

Proserpina (o Perséfone para los griegos), hija de Ceres (Demeter para los griegos), vivía retirada en Sicilia, junto a las campiñas del Etna, y allí gustaba de pasar su juventud en paz e inocencia. Un día que se entretenía con sus compañeras cogiendo flores recién abiertas, Plutón la divisó y la raptó a bordo de un carruaje tirado por cuatro caballos negros, a pesar de sus protestas y de las amonestaciones de Minerva.

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Rapto de Plutón a Proserpina

Orgulloso con su presa, lanzó a todo correr sus caballos negros, abrió la tierra con un golpe de su cetro y se hundió en el reino de las tinieblas.

Al tener Ceres noticia de esta desventura, partió precipitadamente en busca de su hija, recorrió las montañas, exploró las cavernas y los bosques, atravesó los ríos, encendiendo al llegar la noche dos antorchas para poder continuar su camino a través de la oscuridad en un viaje que duró 9 días y 9 noches.

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Ceres, desolada, llegó a Eleusis, mientras la tierra se convertía en un manto seco y los cultivos se marchitaban, debido a la tristeza de su benefactora.

Cuando llegó al lago de Siracusa, encontró allí el velo de Proserpina y comprendió que el raptor de su hija había pasado por aquel lugar; después supo por boca de la ninfa Aretusa que el audaz amante se llamaba Plutón, el mismo rey de los infiernos.

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A tal noticia, Ceres subió a un carro tirado por dos dragones (el dragón como animal fabuloso, es una enorme serpiente alada, terrible como el león, rápida como el águila y que no duerme jamás) y atravesó la inmensidad del espacio, se presentó ante Júpiter con los ojos arrasados en lágrimas, el pelo desordenado y la voz alterada, pidiendo justicia.

El padre de los dioses intentó calmarla, haciéndole ver que debía sentirse orgullosa de tener por yerno a un poderoso monarca, y al final le dijo: “Si, no obstante, vuestro deseo es que Proserpina os sea devuelta, no me opongo a ello, con tal que no haya comido nada desde que entró en los infiernos: tal es el fallo del Destino.”

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Ceres, más veloz que el rayo llegó hasta las márgenes del Aqueronte, preguntando ansiosa a todos los que encontraba a su paso. Pero Proserpina acababa de echar mano de una granada ofrecida por Plutón, símbolo del matrimonio, y había comido ya algunos granos.

Su retorno a la tierra era, por tanto, imposible, ya que quien come del mundo de los muertos, no regresa al de los vivos. No obstante, y a fuerza de ruegos, Ceres pudo obtener que su hija morase en los infiernos sólo durante seis meses del año y que pudiese pasar los otros seis sobre la tierra.

Así por lo tanto, en primavera Proserpina vuelve al mundo exterior y su madre Ceres renueva y florece la naturaleza debido a la dicha que le invade, mientras que cuando Proserpina debe volver a bajar al mundo de los muertos en otoño junto a Plutón, Ceres queda desolada y triste, comunicando este ánimo a los cultivos, plantas y árboles, los cuales pierden sus hojas o quedan marchitos.

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Generalmente se muestra a Plutón con aspecto lívido, las cejas espesas, los ojos rojizos y la mirada amenazadora. Porta en su mano derecha un cetro o una horquilla con dos puntas y en la izquierda lleva una llave para demostrar que es imposible salir de los infiernos.

Su corona es de ébano, delatando por su color oscuro al dios de las tinieblas: algunas veces su cabeza va cubierta con un casco que le hace invisible. En algunas esculturas, aparecen sentadas a su lado las tres Parcas y a sus pies descansa el Cancerbero.

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Plutón era la única de las divinidades superiores que no dispuso jamás de templos ni altares. Se le sacrificaban víctimas negras cuya sangre corría hasta depositarse en una hoya. El ciprés y el narciso eran las plantas que le estaban especialmente consagradas.

Proserpina se mostraba al lado de Plutón, sentada en un trono de ébano o sobre un carro arrastrado por caballos negros. En su mano llevaba flores de narciso. Bajo el nombre de Hécate, presidía los actos de magia y los encantamientos: ejercía su poder sobre el mar y la tierra, en el Tártaro y en los cielos.

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Hades y Proserpina

Pueblos, reyes, magistrados y guerreros invocaban y clamaban su nombre, solicitando su protección. Con el fin de tener una suerte propicia, le ofrecían corderos, perros y miel. En honor de Hécate se celebraban todos los meses en Atenas unas fiestas denominadas hecatesias, durante las cuales los ricos de la ciudad entregaban en las encrucijadas una comida pública, llamada comida de Hécate, destinada principalmente a los pobres de la ciudad y a los viajeros indigentes.

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Los poetas dan algunas veces a las regiones infernales los nombres de Ténaro, Erebo y Orco. El Ténaro era un promontorio de Laconia que tenía en uno de sus extremos una profunda caverna de la que salían tantos vapores negros e infectos, que la crédula imaginación del vulgo llegó a creer que allí se abría el vestíbulo del infierno.

Se otorga el nombre de Erebo a la región más tenebrosa del reino de las sombras; en lenguaje poético “la noche del Erebo” quiere significar el sepulcro, la muerte, el infierno. Orco, uno de los sobrenombres que se dan a Plutón, ha sido también empleado para el mismo reino en que este dios ejerce su poderío: “bajar al Orco” vale tanto como decir que se desciende a la morada de los muertos.

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Orfeo frente Plutón y Proserpina
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El rapto de Proserpina, de Rubens (pintado entre 1636-38), se encuentra en Madrid, Museo del Prado. Aquí se distancia de la tradición mitológica que narra cómo Hades proviene del Infierno para raptar a su sobrina cuando se encontraba sola en un prado. El pintor nos enseña a las diosas Atenea en primer plano, mientras que Hera y Artemisa están tras ella, oponiéndose a los actos de Hades e intentando hacerle desistir. El dios está a punto de alcanzar su carro, mientras dos pequeños Cupidos le ayudan. El carro está tirado por dos briosos corceles negros, cuyas riendas sujeta un Cupido y el otro se dispone a hostigarles con el látigo. En el suelo reposa el cestillo de flores que la joven diosa estaba recogiendo cuando se vió sorprendida. La escena muestra movimiento y violencia.
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Hades y Kore (Perséfone)
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4 comentarios en «Plutón, Pluto o Hades»

  1. Bonita historia para explicar por que en primavera todo florece y en otoño todo se apaga. Pensaré en la madre, en Ceres cuando sea primavera, contenta por ver de nuevo a su hija…

  2. Qué maravilla serían los campos Elíseos. y que miedo ir a parar al Tártaro.
    Me ha gustado mucho conocer la leyenda.

  3. Es esta la versión de la historia, contada de manera más completa y maravillosa que he leido!!. Conocia la leyenda desde el colegio, pero aqui he podido explorarla desde una nueva dimensión. Gracias.

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