No sólo el auge de estos animales en el Triásico resulta misterioso y enigmático, también lo es su desaparición hace 65 millones de años, a finales del Cretácico. Con el objetivo de desvelar este secreto, expertos y personas ajenas a este campo han concebido numerosas teorías, unas 40 de las cuales han sido consideradas por la ciencia como dignas de discusión. Hoy en día todavía se debate seriamente sobre la posibilidad de que la causa fuera el choque de un cometa o meteorito, o los cambios climáticos, que en parte se deberían también a sucesos extraterrestres.
Al investigar la extinción de los dinosaurios primero hay que demostrar los hechos que indican que estos animales murieron de improvisto. El análisis de los restos fósiles determina que el número de géneros de dinosaurio encontrados hasta el fin del Mesozoico se redujo de unos 50 ó 70 a sólo 25, mientras que en los estratos del Cenozoico inferior todavía hay esqueletos de dinosaurio sueltos.
Pero este hallazgo por sí solo no basta para dedicar tanto interés científico a la muerte de aquellos gigantes prehistóricos, pues sencillamente podría tratarse de la progresiva extinción de un grupo de animales, tal y como ya ha sucedido otros millones de veces en la historia de la Tierra. Y es que la historia de la evolución de los organismos consiste en la extinción y aparición de especies.
Sin embargo, la extinción de los dinosaurios al final del Cretácico estuvo acompañada de la mortandad de muchas otras especies: de los 2.862 géneros del Cretácico tardío sólo 1.502 sobrevivieron al inicio del Cenozoico, lo que supone una tasa de mortalidad de casi el 50%. El resultado, en más detalle, fue el siguiente: donde menos especies se perdieron fue en el medio terrestre y en aguas dulces (ríos y lagos).
El número de géneros de reptiles, entre los que se cuentan los dinosaurios, se redujo en más de la mitad. Perecieron sobre todo los animales con un peso superior a 25 kilogramos. En el caso de los animales marinos se registra una reducción de 298 a 173 géneros conocidos. La tasa de mortalidad osciló, por consiguiente, entre el 40 y el 50 %. No sólo se extinguieron por completo los reptiles marinos; también otros seres marinos conocidos. como los ammonites y los belemnites.
Para que no se tenga la falsa impresión de que sólo los reptiles y los animales marinos estuvieron afectados por esta mortandad, es preciso echar un vistazo a los mamíferos, que fueron el grupo animal dominante durante el Cenozoico. Si bien la clase taxonómica de los mamíferos se mantuvo, también se registró una fuerte reducción en numerosas familias y géneros.
De la extinción de numerosas especies animales en la transición del Mesozoico al Cenozoico salieron victoriosos los pequeños mamíferos y las aves, los cuales ocuparon los hábitats y nichos ecológicos de los dinosaurios y otros reptiles en el subsiguiente Paleógeno.
Se cree que la causa de la mortandad de los animales terrestres y marinos fue una ola de frío de larga duración. El clima había empeorado de forma crítica entre el Mesozoico y el Cenozoico; un descenso súbito de las temperaturas para el que existen explicaciones convincentes. En primer lugar las modificaciones en la superficie de la Tierra, que se agrupan bajo el concepto de «deriva continental«, tuvieron mucho que ver. El resultado más importante fue la aparición de altas cadenas montañosas y los profundos océanos al final del Mesozoico.
El total de la masa terrestre de la Tierra aumentó porque desaparecieron numerosos mares someros. Los procesos de la tectónica de placas estuvieron acompañados de la actividad de los grandes volcanes, los cuales cubrieron de lava grandes superficies de la India, entre otras regiones, hace 65 millones de años. Todas estas profundas modificaciones contribuyeron a que el clima se volviera más frío en general.
El polvo que los volcanes arrojaron a la atmósfera cubrió en cierto modo la Tierra e impidió que la luz del sol alcanzara la superficie terrestre. Ya fuera por el grosor o por la resistencia de esta capa de polvo, la temperatura descendió de forma drástica. Los cálculos indican que las bajadas súbitas de temperatura pudieron ser de hasta 40 grados Celsius.
El suelo, los ríos y los lagos se helaron y, en lugar de las distintas estaciones del año, se impuso un invierno perenne. Como las plantas dependen de la luz solar para subsistir, una gran parte del mundo vegetal debió de desaparecer de la faz de la Tierra. Los científicos pudieron verificar semejante escenario a partir de los valores que se registran en las grandes erupciones volcánicas del presente.
Resulta fácil imaginarse cómo todos los seres vivientes fueron aniquilados por la oscuridad, el frío y los gases tóxicos de gigantescas erupciones volcánicas. Los grandes herbívoros en particular morirían de hambre por no encontrar alimento. Tras desaparecer este eslabón de la cadena alimenticia, debieron de perecer también los carnívoros.
Por lo general se supone que aquella prolongada actividad volcánica ocurrida a finales del Mesozoico fue causada por los violentos desplazamientos de las masas terrestres. Según otros científicos, dicha actividad volcánica habría sido provocada por el impacto de un gigantesco meteorito o cometa.
Una manada de maiasaurios exterminada por la erupción de un volcán.
Alrededor de 900 cometas cruzan cada año la órbita de la Tierra. Según los cálculos, nuestro planeta podría colisionar con un cometa una vez cada 5 a 10 millones de años. En el caso de los meteoritos, la probabilidad de un impacto sobre la Tierra se analiza de manera distinta. Ciertos científicos elaboraron un registro de todos los cráteres de meteoritos que se conocen y descubrieron que cada 1.400 años aparece un cráter de un kilómetro de longitud y cada 14 millones de años, otro cráter más grande con un diámetro de 100 kilómetros.
Se cree tener indicios del impacto de un cuerpo celeste hace 65 millones de años. Explorando las capas de roca en las afueras de Gubbio, en Italia central, un equipo de paleontólogos formado por un padre, Luís Walter Álvarez, y su hijo Walter, descubrió en 1980 una fina capa de arcilla rojiza entre dos estratos de piedra caliza. La capa caliza inferior contenía numerosos fósiles, mientras que en la superior apenas había rastros de organismos petrificados.
Lo importante no fue saber de qué tipo de estratos rocosos se trataba, sino descubrir los estratos exactos que marcan la frontera entre el Mesozoico y el Cenozoico. Ambos científicos llegaron a la conclusión de que aquella capa rojiza tenía que estar relacionada de alguna manera con la desaparición de los organismos hace 65 millones de años.
Al realizar los análisis químicos se confirmó que la arcilla contenía el metal iridio en una concentración 30 veces superior a lo que era habitual encontrar en los estratos rocosos. Puesto que tan elevadas concentraciones de iridio sólo se dan en el núcleo terrestre y en los cuerpos celestes, dicha sedimentación tuvo que estar causada por violentas erupciones volcánicas o el impacto de un cuerpo celeste.
Tras encontrar capas rocosas que también contenían iridio en otros puntos del planeta, se dedujo que la causa de dicha sedimentación tenía que ser una catástrofe mundial que, en última instancia, acabó hasta con los dinosaurios. Un meteorito semejante tenía que medir 10 kilómetros de diámetro y pesar 100 mil millones de toneladas. Al colisionar con la Tierra, habría abierto un cráter de al menos 150 kilómetros de diámetro y habría propulsado en el aire unos 10 trillones de toneladas de masa rocosa.
En el año 1991 se descubrió un cráter de estas características en un extremo de la península del Yucatán, en el golfo de México: el cráter Chicxulub, que mide 180 kilómetros de diámetro y apareció hace 65 millones de años a causa del impacto de un cuerpo celeste de entre 10 y 20 kilómetros de diámetro.