El culpable de que tartamudeemos es nuestro sistema nervioso autónomo, que se encarga de prepararnos para salir airosos de las situaciones de peligro. Este sistema es capaz de responder con sus dos partes o subsistemas: simpático y parasimpático.
El sistema simpático descarga la hormona epinefrina (más conocida como adrenalina), que se encarga de acelerar nuestro pulso cardíaco para que entre más oxígeno en el corazón, aumentando la capacidad pulmonar y la frecuencia respiratoria. También agudiza la vista y el oído, aportando más sangre a los músculos para facilitar una posible huida.
Cuando nos encontramos en situaciones muy tensas, este mecanismo de alerta se dispara, haciéndonos tartamudear. Una vez que la sensación de angustia o presión ha terminado, el sistema parasimpático consigue recobrar el ritmo normal.