Proteo

Proteo, hijo de Océano y Tetis, era dios del mar; nació en Palena de Macedonia pero habitó siempre en la Isla de Faros, cerca del Delta del Nilo. Su cometido principal era alimentar bajo las aguas a las focas y becerros marinos que configuraban el rebaño de Neptuno. Esta deidad, para recompensarle, le concedió el poder para ver el pasado, presente y porvenir: el tiempo no tenía para él secreto alguno.

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Procesión de Proteo, por C. Briton, 1882

Otra versión de la historia cuenta que Proteo nació de Fenice y que este llegó obtener sus poderes proféticos por sí mismo:

El tercer jueves de junio del año de las siete lunas, no ocurrió nada trascendental, era un día gris, oscuro, repleto de sombras, lento y silencioso. Nanite, la comadrona, había bostezado más de lo acostumbrado esperando el nacimiento de un nuevo niño. Fenice, la joven parturienta, no recordaba cómo lo había concebido, aunque tampoco nadie se preocupó en indagar quién era el padre. Cuando la princesa sintió los signos evidentes de su embarazo, por extrañas razones o casualidades, no le importó lo más mínimo y cuando de manera natural su vientre empezó a desarrollarse, tampoco sus familiares y amigos le hicieron ningún comentario o interrogatorio, porque al parecer nadie se percató.

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Proteo, luna de Neptuno.

Debido a ello, era comprensible que aquella tarde del parto todos ignoraran el hecho. Cuando nació Proteo, casi no lloró – el silencio seria uno de sus signos a lo largo de toda su vida – la nodriza Nanite lo depositó con apatía en una canasta y comenzó a limpiar y atender a Fenice. Cuando finalizó su tarea, la joven princesa ya se había quedado dormida y todos salieron del cuarto para dejarla descansar. Fue al día siguiente cuando alguien se dio cuenta de un ligero ruido y movimiento en la canasta que se quedó olvidada en un alejado rincón de la habitación.

Durante la infancia de Proteo no sucedió nada importante; parado en su cuna, estiraba sus brazos en clara señal de invitación para que lo cogieran, y tantas horas estuvo en tan ineficaz tarea que sus brazos le crecieron más de lo natural y junto a sus alargadas orejas, filuda nariz y grandes ojos oblicuos, constituían una extraña y desgarbada figura que podría haber provocado risa o cuando menos extrañeza; pero como todos le ignoraban, sólo él notaba que su apariencia era diferente al compararse con los otros niños del Olimpo que revoloteaban a su alrededor.

Años después y cuando alguna vez le permitían jugar al escondite con la pandilla, podía estar horas o días acurrucado en un rincón sin moverse, sin que nadie lo buscase. Cuando se cansaba de esperar, se quedaba dormido muchas horas, tantas, que fue perdiendo completamente la noción del tiempo y podía estar quieto en cualquier sitio un día o un mes.

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Poco a poco se alejó de toda actividad social, comprendiendo lo inútil del esfuerzo para integrarse con el grupo y aceptando que debía estar solo. Pensaba, soñaba, se aburría y se quedaba dormido; las horas y los días se sucedían lentamente en una repetición, como un fantasmagórico ejercito marchando hacia la eternidad.

Como no le gustaba ser molestado mientras permanecía quieto en algún lugar, se cubría con un manto ámbar de absoluta ociosidad e iba adquiriendo el color de las cosas que lo rodeaban y finalmente la forma, de manera que en pocos momentos sé mimetizaba enteramente con el entorno, pudiendo estar en cualquier lugar sin ser notado. Alcanzó a dominar con tal perfección esta magia de la transformación, que podía convertirse en cualquier cosa, hasta en agua que en el agua es invisible.

Un día que dormitaba en un prado, integrado en el bucólico entorno del follaje y al fresco manantial, fue despertado por una pareja de jóvenes amantes, que sin notar su presencia, se acomodaron cerca para jurarse amor eterno mientras intercambiaban mimos y caricias. Proteo se divirtió como un espectador privilegiado con esta escena de la vida real, y lo que empezó como un simple juego de espiar a los demás, se fue convirtiendo en su principal actividad: escuchar y ver sin que nadie notase su presencia.

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Observaba en secreto todo tipo de reuniones, políticas, sociales, comerciales y poco a poco fue adquiriendo una información extraordinaria. Por simple asociación de su desarrollada inteligencia, podía predecir lo que iba a ocurrir utilizando la lógica; ese fue el inicio de otra de las peculiaridades de su vida, conocer el pasado, el presente y predecir el futuro, convirtiéndose en un oráculo en vivo y en directo.

Conocía las opiniones de múltiples personajes sobre alguna persona o circunstancia, cómo habían sucedido las cosas verdaderamente y la participación de los protagonistas; y lo más importante, lo que pensaban hacer en el futuro. Se sorprendía con algunas fidelidades y con las miles de traiciones, aprendió a diferenciar el sabor, el olor y color de las envidias, de las mentiras, de las preferencias, de los odios, de las injusticias y de miles de apasionadas acciones individuales que le otorgaban una posición estratégica y privilegiada de información y conocimientos.

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Lucha con Proteo.

Al mediodía Proteo subía de las profundidades del mar, se retiraba a una gruta cercana a la ribera y allí se dormía con el arrullo de las olas. Entonces era el momento adecuado para sorprender a este adivino, emplear la violencia y agarrotarle fuertemente si se le quería arrancar la revelación sobre cualquier misterio.

Él se esforzaba, empleando innumerables metamorfosis, por escapar de los que le habían apresado: unas veces imitaba la forma de un jabalí, de un tigre o de un dragón; otras se convertía en agua fluida, una llama crepitante, un árbol o una roca.

Cuantas más formas adoptaba para engañar o aterrorizar, más necesario era sujetarle fuertemente; una vez vencido, cedía a sus oponentes y les revelaba el porvenir. Menelao al volver de Troya, y Aristeo tras perder sus abejas, obtuvieron por su mediación las respuestas que les interesaba conocer.

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Proteo y Aristeo en Versalles.

“Después de la guerra de Troya, Menelao rey de Esparta y Agamenón rey de Micenas, se disponían a zarpar de regreso a Grecia, cuando Menelao dijo ‘Zarpemos de una vez, mientras haya brisa.’, pero Agamenón le reprochó ‘No, no, hagamos antes un sacrificio a Atenea.’ Menelao añadió ‘Nosotros los griegos, ¡a Atenea no le debemos nada!’. ‘Ella defendió la ciudad de Troya mucho tiempo.’

Los hermanos se separaron de mala manera y nunca se vieron otra vez. Mientras Agamenón, Diomedes y Néstor tuvieron un próspero viaje de vuelta a casa, Menelao fue sorprendido por una tempestad que había sido enviada por Atenea; Menelao perdió todas sus naves excepto cinco. Estas fueron conducidas hasta Creta, desde donde Menelao cruzó el mar hasta Egipto, y pasó ocho años en las aguas del sur sin poder volver.

Por último Menelao llegó a la isla de Faros, en la que permaneció retenido veinte días sin que soplara el viento, pero fueron salvados por la ninfa Eidotea, hija del ilustre Proteo, el anciano de los mares. Eidotea se acercó a Menelao cuando vagaba solo apartado de sus compañeros que deambulaban de pesca por el litoral. Eidotea le dijo a Menelao:

«¡Oh extranjero! en esta isla vive el auténtico anciano de los mares, el inmortal Proteo egipcio que conoce las profundidades de todo el mar y es servidor de Poseidón. Voy a enseñarte con gran sinceridad. Cuando el sol se encuentre en la mitad de su recorrido, el veraz anciano de los mares surgirá de las aguas al soplo del céfiro, envuelto en espesa bruma. Enseguida se acostará en una honda gruta y a su alrededor se dispondrán a dormir, todas juntas, las focas de nalátiles pies, hijas de la bella Halosidina. Escoge a tres de tus compañeros de los más valerosos. El anciano primero contará las focas en grupos de cinco y tras esto se acostará en medio de ellas como un pastor entre su rebaño.

En cuanto lo veáis dormido, apelad a todo vuestro valor y fuerza, echaos sobre él y agarradle fuertemente, aunque procure escaparse. Intentará entonces cambiar en cuantas cosas rastrean la tierra, pero vosotros debéis agarrarle con firmeza y apretarle más. Y cuando te interrogue con palabras mostrándose tal como lo visteis durmiendo, abandonad la violencia y dejadle en libertad. Entonces preguntadle qué dios se contrapone en tu camino y cómo podrás volver a la patria a través del mar en el que abunden los peces.»

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Tras decir esto, Eidotea y se sumergió en el agitado mar. Menelao volvió a sus naves, dispusieron la cena y después durmieron tumbados en la ribera. A la mañana siguiente, Menelao junto a tres de sus compañeros cuyo valor le eran conocido, se fueron por la orilla del espacioso mar.

La diosa que se había sumergido en la vasta profundidad del mar, sacó cuatro pieles de focas recientemente desolladas; cavó unos hoyos en la arena de la playa y los aguardó sentada. Cuando llegaron, hizo que se tendieran por orden dentro de los hoyos, y les echó encima sendas pieles de focas, estando allí toda la mañana aguardando hasta que al fin las focas salieron todas juntas del mar y fueron a yacer en orden a lo largo de la ribera.

Al mediodía salió del mar el anciano Proteo, se acercó a las voluminosas focas y comenzó a contarlas, a Menelao y sus compañeros entre las primeras, y sin sospechar la malicia, Proteo se fue a acostar entre las focas.

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Tumba de Proteo.

Tras esto, Menelao y sus compañeros apresaron a Proteo, y aunque este se convirtió sucesivamente en león, serpiente, leopardo, jabalí, exuberante árbol o arroyo de agua, ellos lo apresaron fuertemente hasta que por último recuperó su forma y le dijo a Menelao: ‘Hijo de Atreo,… ¿qué deseas ?’. Dejaron a Proteo libre y Menelao le preguntó: “Dime, pues nada desconocen los dioses, cuál de los inmortales me detiene y me cierra el paso y cómo podré llegar a la patria surcando el mar rebosante en peces.”

Proteo comunicó que Agamenón había sido asesinado, y que Menelao debía volver nuevamente a Egipto para propiciar a los dioses con sacrificios.

Menelao realizó los actos aconsejados y fue tan pronto como levantó al lado del rio de Egipto un mausoleo o monumento funerario en honor a Agamenón, que los vientos soplaron favorables por fin. Cuando Menelao pasaba por Esparta llegó a Micenas acompañado por Helena, el mismo día que Orestes vengaba la muerte de Agamenón.”

Esta fábula alegórica nos enseña que aquellos que quieren desentrañar los secretos de la naturaleza, deben profundizar los problemas de las artes y de las ciencias para llegar, en una palabra, al conocimiento de la verdad, y por ello han de consagrarse con decidido entusiasmo y no dejarse jamás abatir por los obstáculos: la lucha les será, al fin, favorable y provechosa y el éxito coronará sus esfuerzos.

En el lenguaje familiar, la palabra proteo se usa en sentido contrario y con ella designamos un hombre voluble, inconstante, ambiguo, que cambia de opinión a cada momento.

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Grabado de madera donde podemos ver a Proteo. Libro de emblemas de Andrea Alciato (1531) como Emblema CLXXXIII (183).

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