El garrote (también conocido como garrote vil o garotte) fue un método habitual de ejecución para los civiles en España. Este sistema se puso en marcha entre los años 1812 y 1813, al comienzo del reinado de Fernando VII, para sustituir el ahorcamiento como forma de ejecutar a la gente. Bajo este sistema se ajusticiaron en España a 736 personas, 16 de ellas mujeres, aunque la cifra de estos registros de los que se tiene constancia, puede ser inexacta.
Unas 96 personas, dos de ellas mujeres, fueron ejecutadas bajo el sistema del garrote entre los años 1900 y 1935. Más tarde, durante la Guerra Civil, fueron sentenciados 110 hombres y 3 mujeres. Las ejecuciones en esta época también se efectuaron por tiroteos y las últimas en España fueron realizadas por pelotones de fusilamiento.
El tiroteo fue utilizado más por los tribunales militares, aunque no existen razones claras de porqué se emplearon fusilamientos para matar asesinos civiles. La mayor parte de las ejecuciones del siglo XX ocurrieron por asesinato o crímenes relacionados con el terrorismo, aunque el bandolerismo se consideraba un crimen capital, especialmente en la década de 1950.
Entre 1950 y 1974, se ejecutaron a 65 hombres y 2 mujeres por el sistema del garrote en España, realizándose uno de ellos en Las Palmas de Gran Canaria. Todos los condenados eran asesinos, se dedicaban al pillaje o al terrorismo. En esos mismos años, 11 personas fueron ejecutadas en pelotones de fusilamiento.
Francisco Granados y Joaquín Delgado, ejecutados en 1963.
Tras la Guerra Civil, las ultimas mujeres garrotadas fueron la joven de 23 años María Domínguez Martínez, que envenenó a tres personas y fue ejecutada el 23 de mayo de 1949 en Huelva; Teresa Gómez Rubio, que murió el 16 de febrero de 1954 en Valencia bajo el cargo de tres asesinatos cometidos entre 1940 y 1941; y la última mujer condenada al sistema del garrote fue la criada Pilar Prades Expósito Santamaría, que fue ejecutada el 19 de mayo de 1959 en Valencia, debido a que había envenenado a su jefa, Doña Adela Pascual Camps, el 18 de mayo de 1955. Dicha ejecución fue efectuada por el señor Antonio López Sierra.
El garrote fue empleado por última vez el 2 de marzo de 1974, cuando dos hombres fueron ajusticiados el mismo día. Salvador Puig Antich fue ejecutado en Barcelona por Antonio López Sierra, acusado de haber disparado a un oficial de policía durante un robo el año anterior; y Heinz Chez, que fue ejecutado en Tarragona a manos de J. Monero Renomo, acusado de asesinato terrorista por haber disparado a Antonio Torralbo, teniente de la guardia civil. El garrote utilizado para ejecutar a Salvador Puig Antich se expone actualmente en la Fundación Camilo José Cela, en Iria Flavia.
Salvador Puig Antich, joven anarquista integrante del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL).
Las últimas ejecuciones en España (en el año 1975) no podían emplear este procedimiento a causa de problemas burocráticos. Por esa época sólo había un ejecutor, y los condenados estaban situados en tres ciudades distintas: Madrid, Barcelona y Burgos. De esta manera, las últimas cinco ejecuciones se aclararon en pelotones de fusilamiento el 27 de septiembre de 1975, cuando cinco hombres fueron tiroteados por asesinatos vinculados al terrorismo (dos mujeres cómplices fueron absueltas).
Tres de los hombres fueron aniquilados en Madrid: eran José Humberto Francisco Baena Alonso, de 24 años, Ramón García Sanz, de 27 años, y José Luis Sánchez-Bravo Sollas, de 21 años, los cuales fueron tiroteados bajo el cargo de haber matado a unos policías en 1975. Juan Paredes Manotas, de 21 años, fue ejecutado en Barcelona por un crimen semejante, mientras que Angel Otaegui Echevarría, de 33 años, fue ejecutado en Burgos. Las condenas capitales fueron eliminadas en 1978 con la llegada de la Constitución Española.
El Agarrotado, por Francisco de Goya.
La primera mujer en ser agarrotada fue Juana Rivero, a la que se ejecutó en Madrid el 3 de noviembre de 1824 por robo.
La primera mujer en ser agarrotada por traición fue Mariana Pineda, de 27 años, quien fue ejecutada el 26 de mayo de 1831 en Andalucía. Mariana fue sentenciada por llevar una bandera en la que había bordado las palabras “Igualdad, Libertad, Ley”. Dicha bandera fue quemada delante de ella mientras era ejecutada. Una de las puntas del garrote atravesó su cuello y salió por su boca. Después, como era habitual, su cuerpo se llevó desnudo (la ropa se envió a caridad) envuelto en una sábana y se depositó en un ataúd de pino barato para ser enterrado.
La última mujer en sufrir una ejecución pública por el garrote, fue Higinia Balaguer, una criada de 28 años que fue agarrotada el 19 de junio de 1890 a las 4 de la madrugada, por ser partícipe de un asesinato en un robo. Su ejecución tuvo lugar ante miles de espectadores que se agolparon en la Plaza de Armas de Madrid.
Ejecución del año 1901 en Filipinas.
El garrote se montaba en una plataforma sobre un andamio de un metro y medio de altura al que se accedía por una escalera de siete peldaños.
Las ejecuciones públicas terminaron en España con el agarrotamiento de Lluis Más y otros tres el 4 de mayo de 1897 en Barcelona. Silvestre Lluis fue el primero en sufrir el garrote de forma privada cuando fue ejecutado en Barcelona el 15 de junio de 1897, bajo el cargo de asesinato.
El garrote parece ser una técnica que evolucionó de una previa forma de ejecución china conocida como “la cuerda arqueada”. El criminal era atado a un poste vertical con dos agujeros perforados al mismo, y a través de los cuales, se pasaban las puntas de la cuerda de un arco grande. Luego se anudaban fuertemente alrededor del cuello por el ejecutor hasta que el condenado quedaba estrangulado.
En la versión empleada en España, el prisionero se sentaba en un poste pequeño con su espalda apoyada en un poste principal, con una soga de cuerda alrededor de su cuello y el poste. El ejecutor giraba un palo encajado en la soga de manera que cada vez quedase más tensa y estrangulase lentamente al preso.
Tal y como se hizo en otros países, se buscaron y modificaron algunos mecanismos, de manera que el método del garrote fuese menos cruento. La siguiente forma del garrote comprendía un taburete de madera sobre el que se sentaba al prisionero con su espalda dando al poste. Posteriormente se empezó a usar una silla de madera más fuerte, a la que se ataba a los ejecutados por los brazos, muñecas, cintura y piernas.
En ambos casos, detrás del asiento se encontraba un poste al que se había asociado un fuerte torniquete operado por una manivela o una palanca de pesas, que estaba conectada a una punta o una pequeña hoja en forma de estrella que recorría el interior del poste. Cuando el mecanismo de la manivela se accionaba, la lanza entraba en el cuello del criminal y le seccionaba la columna vertebral, asegurando que el prisionero no muriese por estrangulamiento.
En algunas variantes se empleaban dos collares de bronce. Uno de los collares se unía a la pesa mientras que el otro se anexaba al poste. Ambos collares se giraban para permitir la entrada del cuello del prisionero. Cuando todo estaba preparado, el ejecutor operaba el mecanismo forzando uno de los collares hacia el exterior, quedando el otro en su sitio. Si estaba correctamente ajustado, dislocaba el cuello del prisionero y causaba una inconsciencia inmediata, seguida de la muerte.
Ejecución por garrote en La Havana, Cuba, en el siglo XX.
Alrededor del año 1800, el periodista Richard Ford presenció en Mexico la ejecución por garrote de un ladrón llamado Jose de Roxas. Describió el suceso de esta manera:
“El condenado montó en una plataforma y fue sentado en un pequeño poste con su espalda de cara a un poste principal. El ejecutor abrochó el collar de acero alrededor de su cuello. Cuando todo estuvo preparado, el ejecutor cogió la palanca con las dos manos y después de una señal que le hicieron, accionó la misma de manera que tensó el collar fuertemente mientras un asistente cubrió con un paño negro la cara de Roxas.
Las convulsiones de las manos y el inflamiento del pecho fueron los únicos signos visibles de la muerte de este ladrón. Después de una pausa de unos segundos, el ejecutor inspeccionó por debajo de la tela y, después de dar una vuelta más al torniquete, retiró la tela. El hombre muerto sufría restos de convulsiones, tenía la boca abierta y las órbitas de los ojos retorcidas hacia dentro.”
Esta descripción es muy similar a la de otros testimonios acaecidos en el mismo periodo. En la mayoría de los casos, el prisionero perdía la consciencia muy rápidamente y moría después de unos minutos. El garrote, incluso en sus formas más evolucionadas, nunca podía garantizar una pérdida de consciencia inmediata, y nunca fue considerado tan rápido o menos cruel que el ahorcamiento.
El garrote se utilizó en colonias españolas como Cuba, Mexico, Puerto Rico y Filipinas. También fue el método de ejecución oficial para los criminales corrientes en Portugal hasta su abolición en 1867.