Las historias son divertidas, y nos encanta repetirlas. Pero cuando escuchamos una historia curiosa, tanto si es un mito antiguo como si es una «leyenda urbana» moderna que corre por Internet, merece la pena preguntarse si toda ella —o alguna parte de la misma— es cierta. Así que hagámonos la pregunta —¿quién fue la primera persona?— y echemos un vistazo a la verdad, a la respuesta científica.
¿Quién fue realmente la primera persona?
Puede que esto te sorprenda, pero nunca hubo una primera persona, porque todas las personas tienen que tener padres, y dichos padres ¡también tienen que ser personas! Lo mismo ocurre con los conejos. Nunca hubo un primer conejo; nunca hubo un primer cocodrilo; nunca, una primera libélula.
Todas las criaturas que alguna vez han nacido pertenecían a la misma especie que sus padres (quizá con un número muy pequeño de excepciones que ignoraremos de momento). Esto significa que todas las criaturas que han nacido alguna vez pertenecían a la misma especie que sus abuelos. Y sus bisabuelos. Y sus tatarabuelos. Y así sucesivamente.
¿Desde siempre? Bueno, no es tan sencillo como eso. Esto va a necesitar cierta explicación, y comenzaré con un experimento mental. Un experimento mental es un experimento en tu imaginación. Lo que vamos a imaginar no es literalmente posible porque nos va a hacer retroceder en el tiempo hasta mucho antes de haber nacido. Pero vamos a imaginarlo porque nos enseñará algo muy importante. Por tanto, aquí va nuestro experimento mental. Todo lo que tienes que hacer es imaginarte a ti mismo siguiendo estas instrucciones.
Busca una foto tuya. Ahora coge una foto de tu padre y colócala encima. Después busca una foto de su padre, es decir, tu abuelo. Después coloca encima una foto de su padre, tu bisabuelo. Puede que no hayas conocido a ninguno de tus bisabuelos. Yo no conocí a los míos, pero sé que uno fue maestro rural; otro, un médico rural; otro, un guardia forestal y otro, un abogado al que le encantaba la nata y que murió en una escalada, siendo ya un anciano.
Aun así, aunque no sepas qué aspecto tenía el padre del padre de tu padre, puedes imaginarlo como una especie de figura enigmática, quizás en una fotografía sepia con marco de cuero. Ahora haz lo mismo con su padre, tu tatarabuelo. Y sigue apilando fotos unas encima de otras, retrocediendo más y más generaciones. Puedes retroceder incluso antes de que se inventara la fotografía: al fin y al cabo se trata de un experimento mental.
¿Cuántos antepasados necesitamos para nuestro experimento mental? Pues con tan solo unos 185 millones, más o menos, nos saldrá bien. ¿Tan solo?
No es fácil imaginar una torre de 185 millones de fotografías. ¿Qué altura tendría? Bueno, si cada fotografía estuviera impresa en una tarjeta postal, 185 millones de fotos formarían una torre de unos 6705 metros de altura, es decir, más de 180 rascacielos neoyorquinos colocados uno encima del otro.
Demasiado alto para escalarlo, incluso suponiendo que no se cayera (lo que seguramente sucedería) Así que manejemos esto con seguridad y coloquemos las imágenes a lo largo de un único estante. ¿Qué longitud tendría ese estante? Algo más de 63 kilómetros.
En el extremo más cercano de esa fila está tu foto. En el extremo contrario está la foto de tu antepasado de hace 185 millones de generaciones. ¿Qué aspecto tendrá? ¿El de un anciano de pelo ralo y patillas blancas? ¿Un cavernícola vestido con piel de leopardo? Olvida todo eso. No sabemos exactamente qué aspecto tendría, pero los fósiles pueden darnos una imagen muy cercana. Tu antepasado de hace 185 millones de generaciones tenía un aspecto similar a este:
Sí, es cierto. Tu abuelo de hace 185 millones de generaciones era un pez. También tu abuela de hace 185 millones de generaciones lo era, si no fuese así no podrían haberse reproducido y tú no estarías aquí.
Paseemos ahora por nuestro estante de retratos de 63 kilómetros, examinando una por una las fotografías. Cada imagen muestra una criatura que pertenece a la misma especie de las que tiene a los lados. Cada una es muy similar a sus vecinas en la línea, o al menos tan parecida como la mayoría de los hombres se parecen a su padre y a su hijo.
Pero si caminas desde el principio hasta el final de esa fila, verás un humano en un extremo y un pez en el otro. Y muchos otros tatara-tatara… muy interesantes entre medias, que tal como veremos enseguida, incluyen animales que parecen simios antiguos; otros que parecen monos; otros que parecen musarañas, etc.
Cada uno de ellos es igual a sus vecinos de estante, pero si coges dos bien distantes en la línea verás que son muy distintos, y si retrocedes desde los humanos hacia atrás lo suficiente, llegarás a ver un pez. ¿Cómo es posible?
De hecho, no es tan difícil de entender. Hemos ido sufriendo cambios graduales, que pasito a pasito, uno detrás de otro, han generado un gran cambio. Tú fuiste una vez un bebé y ahora ya no lo eres. Cuando seas mayor volverás a ser distinto. Pero cada día de tu vida, cuando te levantas, eres la misma persona que se fue a la cama la noche anterior.
Un bebé se convierte en un niño, después en un adolescente, después en un joven, después en un hombre de mediana edad y después en un anciano. Y el cambio ocurre de forma tan gradual que nunca hay un día en el que puedas decir «esta persona acaba de pasar de ser un bebé a ser un niño».
Y del mismo modo nunca podrás decir «esta persona ha dejado de ser un niño y se ha convertido en un adolescente», como tampoco habrá un día en el que puedas decir «ayer este hombre era de mediana edad: hoy es un anciano».
Esto nos ayuda a entender nuestro experimento mental, que nos ha hecho retroceder 185 millones de generaciones de padres abuelos y bisabuelos, hasta encontrarnos cara a cara con un pez. Y si hacemos el recorrido en sentido contrario, lo mismo le ocurrió a tu antepasado el pez, que tuvo un pececito, que a su vez tuvo otro pececito… que 185 millones de generaciones después (cada vez con menos aspecto de pez) acabaste siendo tú.
Pero todo ha sido muy gradual, tanto que no podrás notar ningún cambio si retrocedes mil años; o incluso 10 000 años, lo que sería alrededor de 400 generaciones atrás. O quizá puedas notar miles de cambios pequeños por el camino, porque nadie es exacto a su padre. Pero es imposible detectar ninguna tendencia general. 10 000 años antes de los humanos modernos no es tiempo suficiente para mostrar una tendencia.
El retrato de tu ancestro de hace 10 000 años no sería muy distinto al de la gente actual, si olvidamos diferencias superficiales en la ropa, el pelo o las patillas. No sería más distinto a nosotros de lo que la gente contemporánea es entre sí.
¿Y si retrocedemos 100 000 años, donde encontraríamos a tu antepasado de 4000 generaciones atrás? Bueno, quizá ahora podríamos detectar un cambio visible. Tal vez un cráneo ligeramente más grueso, sobre todo bajo las cejas. Pero seguiría siendo algo muy leve.
Retrocedamos aún más en el tiempo. Si caminas hasta hace un millón de años en esa fila, la fotografía de tu ancestro de hace 50 000 generaciones será suficientemente distinta como para considerarlo de una especie distinta, la que denominamos Homo erectus. Actualmente, como bien sabes, somos Homo sapiens.
El Homo erectus y el Homo sapiens probablemente no habrían sido capaces de reproducirse entre sí; e incluso si lo hubieran hecho, el bebé resultante no habría podido tener hijos; del mismo modo que una mula, que es una mezcla de padre burro y madre yegua, es también incapaz de tener descendencia.
De nuevo, todo es gradual. Tú eres Homo sapiens y tu antepasado de 50 000 generaciones atrás era Homo erectus. Pero nunca hubo un Homo erectus que de pronto diera a luz a un bebé Homo sapiens.
Por tanto, la pregunta de quién fue la primera persona y cuándo vivió no tiene una respuesta precisa. Es algo confuso, como la respuesta a la pregunta de cuándo dejaste de ser un bebé y te convertiste en un niño. En algún momento, probablemente hace menos de un millón de años pero más de 100 000, nuestros ancestros fueron suficientemente distintos de nosotros como para que una persona actual no pudiera engendrar descendencia con ellos.
Otra cosa es si debemos o no calificar a los Homo erectus como personas, humanos. Es cuestión de cómo utilizamos las palabras, lo que se denomina una cuestión semántica. Algunas personas preferirían llamar a una cebra «caballo rayado», pero otras prefieren mantener la palabra «caballo» para las especies a las que montamos. Se trata de otra cuestión semántica.
Puede que tú prefieras usar las palabras «persona», «hombre» y «mujer» para los Homo sapiens. Eso es cosa tuya. No obstante, nadie querría llamar a tu ancestro de hace 185 millones de generaciones «hombre». Sería ilógico, incluso aunque haya una cadena continua de enlaces entre él y tú, en la que cada eslabón es un miembro de la misma especie que sus eslabones vecinos en dicha cadena.
Convertidos en piedra
Ahora bien, ¿cómo sabemos qué aspecto tenían nuestros antepasados más lejanos? ¿Y cómo sabemos cuándo vivieron? Principalmente, gracias a los fósiles. Todas las fotografías de tus antepasados que aparecen en este post son reconstrucciones basadas en fósiles, pero coloreadas para compararlas con los animales modernos.
Los fósiles están hechos de piedra. Son piedras que han creado su forma a partir de animales o plantas muertos. La gran mayoría de los animales murieron sin posibilidad de convertirse en fósiles. El truco, si quieres convertirte en un fósil, es enterrarte en el tipo de barro o cieno adecuado, el tipo que podría llegar a formar una «roca sedimentaria».
¿Qué significa esto? Las rocas son de tres tipos: ígneas, sedimentarias y metamórficas. Ignoraremos las rocas metamórficas porque originalmente eran de uno de los otros dos tipos, ígneas o sedimentarias, y cambiaron por causa de la presión y/o del calor.
Las rocas ígneas (del latín «ignis», fuego) se fundieron en algún momento, igual que la lava caliente que vemos salir de los volcanes, y se solidificaron en rocas duras cuando se enfriaron. Las rocas duras, de cualquier tipo, se erosionan por el viento o por el agua y se convierten en rocas más pequeñas, en piedras, en arena y en polvo.
La arena o el polvo se disuelven en el agua y después se van a depositando en capas de sedimentos o fango en el fondo de los mares, lagos y ríos. Pasado un período de tiempo muy largo, los sedimentos pueden endurecerse para formar capas (o estratos) de rocas sedimentarias. Aunque todos los estratos comienzan planos y horizontales, a menudo son agitados, elevados o retorcidos, y así los vemos millones de años más tarde.
Supón ahora que un animal muerto queda atrapado en el barro, quizá en un estuario. Si ese barro termina convirtiéndose en una roca sedimentaria, puede que el cuerpo del animal se pudra dejando en la roca una huella impresa con su forma, que es lo que solemos encontrar ahora.
Ese es un tipo de fósil, un tipo de imagen «en negativo» del animal. O la huella impresa puede actuar como molde en el que caen nuevos sedimentos, formando más tarde una réplica «en positivo» del exterior del cuerpo del animal.
Ese es un segundo tipo de fósil. Y aún existe un tercer tipo de fósil en el que los átomos y las moléculas del cuerpo del animal, uno por uno, han sido reemplazados por átomos y moléculas de minerales procedentes del agua, que más tarde se cristalizan para formar una roca. Este es el mejor tipo de fósiles porque, con suerte, reproducen hasta el detalle más pequeño del interior del animal dentro del fósil.
Los fósiles pueden incluso datarse. Podemos determinar su antigüedad, sobre todo midiendo los isótopos radiactivos de las rocas. En futuros posts hablaremos de lo que son los isótopos y los átomos. De momento basta decir que un isótopo radiactivo es un tipo de átomo que se descompone en un tipo de átomo diferente: por ejemplo, uno denominado uranio-238 se convierte en uno llamado plomo-206.
Como sabemos el tiempo que tarda esto en ocurrir, podemos ver el isótopo como un reloj radiactivo. Los relojes radiactivos son algo así como los relojes de agua y los relojes de vela que la gente utilizaba antes de que se inventaran los relojes de péndulo. Un tanque lleno de agua con un agujero en el fondo se vacía a una velocidad medible. Si el tanque estaba lleno hasta el borde, podemos determinar qué parte del día ha pasado midiendo el nivel actual del agua.
Lo mismo ocurría con los relojes de vela. Las velas se consumen a una velocidad fija, de forma que si medimos cuánta vela nos queda, podemos determinar cuánto tiempo lleva ardiendo. En el caso del reloj de uranio-238, sabemos que tarda 4500 millones de años en convertirse en plomo-206. Esto es lo que se denomina la «vida media» del uranio-238.
De esta forma, al medir cuánto plomo-206 hay en una piedra y compararlo con la cantidad de uranio-238, podemos calcular cuánto tiempo ha pasado desde que no había nada de plomo-206 y todo era uranio-238: cuánto tiempo, en otras palabras, desde que el reloj se puso a cero.
¿Y cuándo se puso a cero el reloj? Bueno, eso solo ocurre con las rocas ígneas, cuyos relojes se pusieron a cero en el momento en el que la roca fundida pasó a convertirse en sólida. Esto no funciona con las rocas sedimentarias, que no tienen ese «momento cero», y es una lástima porque los fósiles se encuentran únicamente en rocas sedimentarias.
Por tanto, debemos buscar rocas ígneas cerca de las capas sedimentarias y utilizarlas como nuestros relojes. Por ejemplo, si un fósil está en un sedimento que se encuentra debajo de rocas ígneas de 120 millones de años de antigüedad y encima de rocas ígneas de 130 millones de años de antigüedad, sabremos que el fósil tiene entre 120 y 130 millones de años. Así es más o menos como se datan, aunque no hay que tomarlo con demasiada precisión.
El uranio-238 no es el único isótopo radiactivo que podemos utilizar como reloj. Existen muchos otros, con un amplio abanico de vidas medias. Por ejemplo, el carbono-14 tiene una vida media de solo 5730 años, lo que lo convierte en muy útil para los arqueólogos que estudian la historia humana. Es magnífico que muchos de los distintos relojes radiactivos tengan escalas de tiempo que se solapan, de forma que los podemos utilizar para contrastar unos con otros. Y siempre coinciden.
El reloj de carbono-14 funciona de forma distinta a los demás. No necesita rocas ígneas, sino que utiliza los restos de los cuerpos vivos, por ejemplo, la madera antigua. Es uno de nuestros relojes radiactivos más rápidos, pero 5730 años sigue siendo mucho más tiempo que la vida humana, de manera que cabría preguntarse cómo sabemos que esa es la vida media del carbono-14, ¡y del uranio-238 ni te cuento!
La respuesta es sencilla. No tenemos que esperar a que la mitad de los átomos se descompongan. Podemos medir la tasa de descomposición de una pequeña parte de los átomos y deducir de ahí su vida media (o la cuarta, o la centésima, etc.)
Regreso en el tiempo
Hagamos ahora otro experimento mental. Coge a unos cuantos amigos y meteos en una máquina del tiempo. Enciende el motor y retrocede 10 000 años. Abre la puerta y echa un vistazo a la gente que veas. Si resulta que aterrizáis en lo que ahora es Irak, estarán en el proceso de inventar la agricultura. En muchos otros lugares aún serán «cazadores recolectores», desplazándose de un lugar a otro, cazando animales salvajes y recolectando bayas, frutos secos y raíces.
Serás incapaz de entender lo que hablan y sus ropas serán muy distintas, si es que llevan alguna. No obstante, si los vistieras con ropa moderna y les arreglases el pelo sería imposible distinguirlos de la gente actual (o igual de difícil que distinguir a unos individuos actuales de otros). Y serán perfectamente capaces de reproducirse con cualquiera de las personas modernas que viajan a bordo de tu máquina del tiempo.
Ahora elige de entre ellos un voluntario (quizá tu antepasado de 400 generaciones atrás, porque ese es aproximadamente el tiempo en el que vivió), súbelo a tu máquina del tiempo y retroceded otros 10 000 años: hasta hace 20 000 años, donde podrás conocer a tus antepasados de hace 800 generaciones.
Esta vez solo encontrarás cazadores-recolectores, pero de nuevo sus cuerpos serán como los de los humanos modernos, y de nuevo perfectamente capaces de reproducirse con la gente actual y de engendrar hijos fértiles. Mete a uno de ellos en tu máquina del tiempo y retroceded otros 10 000 años. Sigue haciendo lo mismo, saltar de 10 000 en 10 000 años, y en cada parada recoge a un pasajero y llévalo hacia el pasado.
El caso es que quizá, después de un montón de saltos de 10 000 en 10 000 años, tal vez cuando hayáis retrocedido un millón de años, empezarás a notar que la gente que te encuentras es distinta de nosotros, y que no pueden reproducirse con aquellos que entraron contigo en la máquina al principio. Pero sí serán capaces de reproducirse con los últimos pasajeros que subieron, que son prácticamente igual de antiguos que ellos.
Simplemente estoy diciendo lo mismo que antes —el cambio gradual es imperceptible, como el movimiento de la aguja de las horas en un reloj—, pero utilizando un experimento diferente. Merece la pena explicarlo de dos formas diferentes porque es muy importante, y aun así —aunque parezca increíble— muy difícil de entender para algunas personas.
Retomemos nuestro viaje al pasado y observemos alguna de las estaciones intermedias camino del magnífico pez. Supón que has llegado en tu máquina del tiempo a la estación llamada «Hace 6 millones de años». ¿Qué te vas a encontrar allí? Suponiendo que estés en África, encontrarás a tus antepasados de hace 250 000 generaciones (más o menos) Serán simios y tendrán un aspecto similar a los chimpancés.
Pero no son chimpancés. Son los ancestros que compartimos con los chimpancés. Son demasiado distintos a nosotros para poder reproducirnos y demasiado distintos a los chimpancés para hacerlo con ellos. Pero serán capaces de reproducirse con los pasajeros que subieron a la máquina en la estación «Hace 5 990 000 años». Y probablemente también con los de la estación «Hace 5 900 000 años», aunque no con los que subieron en la estación «Hace 4 millones de años».
Volvamos otros 10 000 años atrás y sigamos retrocediendo hasta alcanzar la estación «Hace 25 millones de años». Ahí encontraremos a tu antepasado (y el mío) de hace millón y medio de generaciones, más o menos. No será un simio, porque tiene cola. Lo llamaríamos mono si lo viéramos a día de hoy, pero no está más emparentado con los monos actuales de lo que lo está con nosotros.
Aunque muy distinto de nosotros, e incapaz también de reproducirse con nosotros o con los monos modernos, sí podría hacerlo fácilmente con los pasajeros que subieron en la estación «Hace 24 999 000 años». Es un cambio gradual, siempre gradual.
Así seguimos, retrocediendo de 10 en 10 milenios, sin encontrar cambios importantes entre parada y parada. Detengámonos ahora para ver con quién nos encontramos en la estación «Hace 63 millones de años». Aquí podremos darle la mano (¿o la zarpa?) a nuestros ancestros de hace 7 millones de generaciones. Su aspecto será similar al de los lémures o los gálagos, y también serán ancestros de todos los lémures y gálagos modernos, y ancestros de los monos modernos y de los simios, nosotros entre ellos.
Están emparentados con los humanos modernos igual que con los monos modernos, y también igual que con los lémures modernos. En ningún caso podrían reproducirse con cualquiera de estos animales modernos. Pero sí que podrían hacerlo con los pasajeros que subieron en la estación «Hace 62 999 000 años». Démosles la bienvenida a bordo de nuestra máquina del tiempo y sigamos avanzando hacia atrás.
En la estación «Hace 105 millones de años» encontraremos a nuestro ancestro de hace 45 millones de generaciones. También es el ancestro de todos los mamíferos modernos, excepto de los marsupiales (que ahora se encuentran principalmente en Australia y unos pocos en América) y los monotremas (ornitorrincos y osos hormigueros que en la actualidad solo habitan en Australia y Nueva Guinea).
El dibujo de abajo nos lo muestra con su comida favorita —un insecto— en la boca. Está igual de emparentado con todos los mamíferos modernos, aunque quizá se parece un poco más a unos que a otros.
En la estación «Hace 310 millones de años» nos encontraremos a nuestra antepasada de 170 millones de generaciones atrás. Es la antepasada de todos los mamíferos modernos, de todos los reptiles modernos —serpientes, lagartos, tortugas y cocodrilos— y de todos los dinosaurios (incluyendo a los pájaros, porque los pájaros proceden de los dinosaurios).
Está igual de emparentada con todos los animales modernos, aunque parezca más bien una lagartija. Lo que esto significa es que las lagartijas han cambiado menos desde aquella época de lo que lo han hecho, por ejemplo, los mamíferos.
Como experimentados viajeros en el tiempo que somos, no nos queda demasiado para llegar al pez que mencioné al principio. Hagamos una nueva parada en el camino: en la estación «Hace 340 millones de años», donde encontraremos a nuestro antepasado de 175 millones de generaciones atrás. Se parece a un tritón, y es el ancestro de todos los anfibios modernos (ranas y tritones) y del resto de vertebrados terrestres.
Seguiremos así hasta la estación «Hace 417 millones de años» y encontraremos a nuestro antepasado de 185 millones de generaciones atrás, el pez que vimos antes. Desde ahí podríamos seguir retrocediendo en el tiempo y encontrar más y más antepasados distantes, incluyendo distintos tipos de peces con mandíbulas, después peces sin mandíbulas y después… bueno, después nuestro conocimiento empieza a diluirse en una especie de niebla de la incertidumbre, porque tan atrás en el tiempo apenas tenemos fósiles.
El ADN nos indica que todos somos primos
Aunque apenas disponemos de fósiles que nos digan exactamente qué aspecto tenían nuestros antepasados más antiguos, no tenemos ninguna duda de que todas las criaturas vivientes son nuestros primos, y primos a su vez entre sí. Y también sabemos qué animales modernos son primos más cercanos de otros (como los humanos y los chimpancés o las ratas y los ratones) y cuáles son primos más lejanos (como los humanos y los cucos, o los ratones y los cocodrilos).
¿Cómo lo sabemos? Comparándolos de forma sistemática. A día de hoy, la prueba más fiable es la comparación de su ADN.
El ADN es la información genética que todas las criaturas vivas acarrean en cada una de sus células. El ADN está deletreado en unas larguísimas «cintas» de datos en espiral denominadas «cromosomas» Estos cromosomas son algo parecido a las cintas de datos que usábamos en los ordenadores antiguos, porque la información que acarrean es digital y se guarda en orden secuencial.
Están formados por largas cadenas de «letras» de código que podemos contar: cada letra está o no está; no hay término medio. Eso es lo que las convierte en digitales, y por eso digo que el ADN está «deletreado».
Todos los genes, de todos los animales, plantas y bacterias estudiados, son mensajes codificados que explican cómo se construye esa criatura, escritos en un alfabeto estándar. El alfabeto solo tiene cuatro letras entre las que elegir (a diferencia de las 26 letras del alfabeto inglés), y las escribimos como A, T, C y G.
Los mismos genes están en distintas criaturas, con algunas diferencias relevantes. Por ejemplo, hay un gen llamado FoxP2 que comparten todos los mamíferos y muchas otras criaturas. El gen es una cadena de más de 2000 letras.
Debajo de este párrafo se muestra un trozo breve de 80 letras de alguna parte de FoxP2, de la letra número 831 a la letra número 910. La fila superior pertenece a un humano; la del medio, a un chimpancé, y la última, a un ratón. Los números al final de las dos filas inferiores muestran cuántas letras del gen completo son diferentes de las del FoxP2 humano.
Podríamos decir que el FoxP2 es el mismo gen en todos los mamíferos porque la gran mayoría de las letras del código son las mismas, y esto es cierto también en la mayor parte de la longitud del gen, no solo en estas 80 letras. Casi todas las del chimpancé son las mismas que las nuestras, y algo menos las del ratón.
Las diferencias están marcadas en rojo. De las 2076 letras de FoxP2, el chimpancé tiene nueve letras diferentes a las nuestras, mientras que el ratón tiene 139 diferentes. Y el patrón se repite también para otros genes. Esto explica por qué los chimpancés son muy similares a nosotros, mientras que los ratones lo son menos.
Los chimpancés son nuestros primos más cercanos, los ratones son nuestros primos más lejanos. «Primos lejanos» significa que el ancestro más reciente que compartimos con ellos vivió hace mucho tiempo. Los monos son más cercanos a nosotros que los ratones, pero más lejanos que los chimpancés. Los macacos y los babuinos son monos, primos cercanos entre sí, y con genes FoxP2 prácticamente idénticos.
La distancia de ambos con los chimpancés es exactamente la misma que con nosotros; y el número de letras del ADN de FoxP2 que difiere entre babuinos y chimpancés es prácticamente el mismo (24) que el número de letras que separa a los babuinos de nosotros (23) Todo encaja.
Y para acabar de fijar esta idea, las ranas son primas mucho más lejanas de los mamíferos. Todos los mamíferos tienen aproximadamente el mismo número de letras distintas a las de una rana, por el simple motivo de que son exactamente igual de cercanos entre sí: todos los mamíferos comparten un ancestro común más reciente (de hace unos 180 millones de años) del que comparten con la rana (de hace unos 340 millones de años).
Pero por supuesto no todos los humanos son iguales a otros humanos, ni todos los babuinos son iguales a otros babuinos, ni todos los ratones son iguales a otros ratones. Podríamos comparar tus genes con los míos, letra a letra. ¿Cuál sería el resultado? Descubriríamos que tenemos muchas más letras en común que cualquiera de nosotros con un chimpancé. Pero aún encontraríamos algunas letras distintas.
No demasiadas, y no necesariamente en el gen FoxP2. Pero si contaras el número de letras que todos los humanos compartimos en todos nuestros genes, serían más de las que cualquiera de nosotros compartimos con un chimpancé. Y tú compartes más letras con tu primo que conmigo. Y aún más letras con tu madre y con tu padre, y (si los tienes) con tu hermano o con tu hermana.
De hecho, para saber lo cercanas que son dos personas puedes contar el número de letras del ADN que comparten. Resulta un conteo interesante y es algo de lo que probablemente oigamos hablar más en el futuro. Por ejemplo, la policía será capaz de localizar a alguien si tienen la «huella dactilar» del ADN de su hermano.
Algunos genes son visiblemente iguales (con mínimas diferencias) en todos los mamíferos. Contar el número de diferencias de letras en esos genes es útil para descubrir lo cercanos que estamos unas especies de mamíferos de otros.
Otros genes son útiles para detectar relaciones más distantes, por ejemplo, entre vertebrados y gusanos. Otros genes resultan útiles para detectar relaciones dentro de la misma especie, por ejemplo, para saber lo cercanos que somos tú y yo.
Si te interesa —y tus orígenes están en Inglaterra—, nuestro antepasado común más reciente probablemente vivió solo hace unos cuantos siglos. Si eres nativo de Tanzania o indio nativo americano, tendríamos que retroceder algunas decenas de miles de años para encontrar un antecesor común. Si eres un Kung San del desierto del Kalahari, quizá tendríamos que retroceder aún más.
Lo que sí es un hecho indudable es que compartimos un antepasado común con todas las demás especies de animales y plantas del planeta. Lo sabemos porque algunos genes son idénticos en todas las criaturas vivientes, incluyendo los animales, las plantas y las bacterias.
Y por encima de todo, el propio código genético —el diccionario con el que se traducen todos los genes— es el mismo en todas las criaturas que hayan vivido alguna vez. Todos somos primos. En tu árbol genealógico no solo están tus primos más cercanos, como los chimpancés y el resto de monos; también los ratones, los búfalos, las iguanas, los walabíes, los dientes de león, los caracoles, las águilas reales, los champiñones, los uombats, las ballenas y las bacterias.
Todos son primos tuyos. Hasta el último de ellos. ¿No es eso mucho más maravilloso que cualquier mito? Y lo mejor de todo es que sabemos con seguridad que es literalmente cierto.
Fuentes:
https://www.mncn.csic.es/es/comunicacion/blog/los-primeros-homininos-paleontologia-humana
https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_la_agricultura
https://es.wikipedia.org/wiki/Mecanismos_de_aislamiento_reproductivo
https://www.veritasint.com/blog/que-es-el-adn/
https://es.wikipedia.org/wiki/Secuencia_de_ADN
https://es.wikipedia.org/wiki/Gen
https://www.khanacademy.org/humanities/world-history/world-history-beginnings/origin-humans-early-societies/a/where-did-humans-come-from
https://www.livescience.com/12937-10-mysteries-humans-evolution.html