– Williams Evans, un gigante en la corte de Carlos I de Inglaterra, conocido aquél por medir dos metros y cuarenta centímetros, acostumbraba a llevar un enano en su bolsillo, lo que divertía al rey.
– Terminando el siglo diecinueve, en Francia había un individuo conocido como el “prote de I’homme” o el “hombre protean”. Tenía un control excepcional sobre todos sus músculos y podía resaltar o torcer cualquier parte a la voluntad. Era capaz de endurecer los músculos de su estómago de modo que podían soportar el golpe de un martillo. Asimismo, tenía la habilidad de dilatar su abdomen para recrear el aspecto de un obeso o para parecer un esqueleto viviente. Según Quatretages, un médico francés célebre en aquel tiempo, prote de I’homme podría apagar toda la sangre del derecho de su cuerpo y controlar el golpeo de su corazón, hazañas debidas a su gran control muscular.
– En una reunión de la sociedad física de Viena, el cuatro de diciembre de 1894, se presentó al público una muchacha de mediana edad que pesaba aproximadamente 100 kilos. El porqué había llegado a ese peso no era por su salud ni por no llevar una dieta equilibrada, sino por algo mucho más extraño: jamás transpiraba.
– En 1657, Jakob van Meekren, médico holandés, registró el caso de un español llamado Georgius Albes que podría estirar la piel de su pecho izquierdo hasta su oído izquierdo, y la piel de la base del cuello hasta su barbilla. Se debía a una condición conocida como dermatolysis, fenómeno que también explica las capacidades de muchos hombres de la India.
– A finales del siglo diecinueve, los doctores descubrieron a un portero mexicano llamado Paul Rodrigues que tenía un cuerno de más de diez centímetros de largo de la parte superior de su frente. El cuerno se encontraba dividido en tres ejes principales y tenía una circunferencia de cerca de 35 centímetros.
Su caso no fue el único. W. J. Erasmus Wilson, un dermatólogo inglés del mismo siglo, tenía registradas noventa cajas que contenían supuestos cuernos humanos: cuarenta cuatro de mujeres y cuarenta seis de varones. De ellos, la mayoría se situaban en la cabeza; algunos, sin embargo, crecieron de la cara (varios en la nariz), en los muslos, en el trasero, en el pie, e incluso hubo, al parecer, uno en el pene.