Quizá Aristóteles es el filósofo que más influencias ha tenido a lo largo del pensamiento occidental. Es de destacar el predominio que tendrá como pensador y maestro indiscutible durante la Edad Media. Después de unos años de oscuridad en que la aportación clásica se había perdido, Aristóteles es reencontrado gracias al trabajo de pensadores árabes como Averroes y Avicena. Una vez recuperado en Occidente, será adaptado a los nuevos tiempos por un filósofo de la talla de Santo Tomás de Aquino. Éste realizará una cristianización de su pensamiento que convertirá su doctrina en autoridad y verdad incuestionable durante toda la Escolástica y hasta bien entrado el Renacimiento.
La obra aristotélica era tan sistemática, exhaustiva y abarcaba tantos ámbitos que, al convertirse su obra en verdad incuestionable, el nacimiento de la ciencia moderna tuvo que oponerse radicalmente a ella para poder avanzar y ampliar sus logros. Copérnico, Galileo, Kepler o Newton tuvieron que luchar ferozmente contra Aristóteles para dar a luz la Revolución Científica sobre la que gira el pensamiento científico contemporáneo. En muchos casos, las ideas aristotélicas fueron defendidas por discípulos poco originales que convirtieron en deber primordial la tarea de protegerlas de toda oposición y herejía. Ciencias como la física, la astronomía o la biología avanzaron a fuerza de rebatir las opiniones del estagirita.
A pesar de ello, la posteridad ha sabido reconocer su mérito. En palabras del filósofo inglés Bertrand Russell: «Pasaron dos mil años antes de que el mundo produjera un filósofo de su categoría». Incluso autores que tuvieron que oponerse a sus doctrinas para poder desarrollar su propia obra valoraron la aportación del filósofo. Darwin escribe: «Linneo y Cuvier han sido mis dioses, pero comparados con Aristóteles no fueron más que unos niños».
Y para concluir, sería imperdonable no recordar la importancia que ha tenido Aristóteles en ámbitos como la lógica, pues para algunos, hasta el siglo XIX sus explicaciones serán sólo matizadas; o la inestimable deuda que tendrán con él los empiristas y positivistas, ya que Aristóteles, en el Siglo IV a. C., rechazó la existencia del innatismo y revaluó la experiencia y los sentidos en el proceso de aprendizaje, cosa que además, abrió el camino para el nacimiento de las ciencias empíricas tal y como las conocemos hoy en día.