Aquí estoy, aún intentando asimilar un viaje largo e intenso por un país absolutamente increíble del que me he traído tantas imágenes, sensaciones y vivencias que me va a costar un tiempo asimilarlas y poderlas transmitir con palabras.
Primera parada: Osaka, una ciudad que sin ser la que tenga más atractivos tiene un ambientillo callejero más que apetecible y un barrio de ocio como no hay otro.
Os traigo en primer lugar el Osaka-ji, el palacio de Osaka, impresionante pero al que no entramos por haber más hambre que ganas de subir escaleras.
Después la Umeda Tower, el edificio más alto de la ciudad (47 pisos) y de una arquitectura más que impresionante. Desde su azotea la vista se pierde y es posible abarcar con un golpe de mirada incluso hasta la ciudad de Kobe.
Siguientes dos fotos: Dotombori, barrio nocturno plagado de restaurantes, salas de juego y clubs pero también callejones estrechos, placitas con templos llenas de silencio y encanto. Los bares de tapas españoles abundan, realmente lo de Japón por España es pasión.
La siguiente etapa del viaje nos lleva hasta Koya-san, un pueblo repleto de templos budistas en pleno monte y que acoge el mayor y más bello cementerio de Japón.
En la primera imagen el funicular que enlaza el tren regional que nos ha traído desde Osaka, atravesando valles y montañas, con el autobús que nos llevará hasta el pueblo. Solo por ese viaje merece la pena ir allí.
Después uno de los 100 templos que jalonan Koya-san, imposible verlos todos pero con solo contemplar la belleza de las fachadas y los jardines que los circundan el paseo se hace impagable.
El templo Kongobuji el más grande y famoso de los templos de Koyasan, tanto por sus hermosos jardines de piedra como por los paneles pintados que decoran sus múltiples estancias.
Es pleno verano y las lluvias propias de esta estación hacen que el verde sea omnipresente. Solo imaginar como puede verse esto con los colores del otoño adueñados de los arces que vemos a cada paso hace desear volver para entonces.
En el cementerio de Okuno-in hay muchas cosas que atraen nuestra atención: los inmensos cipreses japoneses entre los que se asienta, la mezcla de sintoísmo y budismo en las ofrendas, le extrema belleza del recorrido entre los miles de curiosas tumbas… y las figuritas de niños tocados con sombreritos de lana y/o baberos que vemos por todos los rincones del recinto. Son las representaciones de Jizo, el cuidador de los bebés y los no-natos así como de peregrinos y viajeros.
Al fondo del Okuno-in se encuentra el templo que guarda las 10.000 lámparas que se encienden durante la gran fiesta anual de Agosto por la totalidad del recinto del cementerio, voluntarios de todo Japón acuden para ayudar a prenderlas el día señalado. Junto a él estas seis grandes estatuas de Jinzo se llevan cazos y cazos de agua con cada oración de quien llega a sus pies.